La corrupción galopante y terminal en la Fifa ya derivó en una enorme masacre obrera: el Mundial de Qatar, que debería jugarse en 2022, costó hasta ahora 1.200 trabajadores muertos en las obras de construcción de los estadios, y de seguir así serán 4.000 cuando empiece el torneo. Hace un año, la Confederación Sindical Mundial (CSM) denunció esa carnicería, cometida contra inmigrantes, en su mayoría, de la India y de Nepal. Se jugará ahí el fútbol más sanguinolento de la historia, a un promedio de 62 obreros muertos por partido. Hay en Qatar 1,4 millón de inmigrantes empleados en las obras para el Mundial. La CSM atribuye las muertes a "accidentes, ataques cardíacos por las altísimas temperaturas o enfermedades causadas por las condiciones de vida miserables". El diario inglés The Guardian denunció que las empresas contratistas "retienen sueldos, confiscan pasaportes, impiden almorzar a sus empleados y obligan a trabajar con temperaturas de 50 grados centígrados". En otras palabras: la Fifa es una organización imperialista, mafiosa y profundamente criminal, lo cual no habrá de cambiar porque ahora, en un pase de cuentas entre gangsters, un grupo de ellos haya salido esposado del hotel cinco estrellas Baur au Lac, en Zurich, donde el capomafia Joseph Blatter fue reelegido para caer apenas una semana más tarde; y seguramente lo habría sido también quien era su principal ladero y encargado de los contratos, nada menos: Julio Humberto Grondona, el gran socio del gobierno en Fútbol para Todos.
En principio, resulta necesario situar el problema: los deportes televisados -el fútbol es el principal de ellos- se han convertido en el principal motor de acumulación capitalista después del contrabando de armas y el tráfico de drogas, y por encima del reciclado de basura. Sangre, drogas, circo televisado y mierda: he ahí el capitalismo en su última fase de descomposición, convertido ya en una amenaza para la civilización misma.
Blatter y compañía cometieron un error estratégico: incorporaron al negocio del fútbol al gran mercado de los Estados Unidos, pero quisieron hacerlo bajo su propio control. Por si fuera poco, anudaron sus acuerdos con árabes, rusos y federaciones de Oriente en perjuicio de norteamericanos y europeos. Para organizar el Mundial 2018 se postulaban España-Portugal e Inglaterra, pero la Fifa eligió a Rusia. Estados Unidos quería para sí el Mundial 2022, pero el elegido fue Qatar: "Es una mala decisión", dijo entonces Barack Obama para mostrar en qué niveles los norteamericanos se sintieron afectados. Que Obama, David Cameron y Angela Merkel, por un lado, y Vladimir Putin por el otro, hayan intervenido personalmente en esta cuestión indica hasta qué punto el negocio del fútbol es un terreno de batalla entre pulpos imperialistas.
En medio de esas presiones, vanamente, el congreso de la Fifa reeligió a Blatter, que sólo duró una semana antes de que la presión de los gobiernos imperialistas, de la Uefa y, sobre todo, de sponsors como Adidas, Hyundai y Coca-Cola, que amenazaron con retirar su patrocinio, lo obligaran a irse. Sólo era cuestión de tiempo, y fue muy poco tiempo.
Apenas Washington se sintió perjudicado, el Departamento de Justicia yanqui descubrió que la conducción de la Fifa es culpable de "organización mafiosa, fraude masivo y blanqueo de dinero; corrupción rampante, sistemática y profundamente enraizada", todo lo cual es cierto, claro está.
En definitiva, el fútbol está expropiado por las mismas mafias internacionales que provocan las crisis y luego pretenden que los trabajadores las paguen. En el mundo y, por supuesto, en la Argentina.
Aquella advertencia de Obama, hace cinco años, fue el principio del fin. Ya por entonces, el obeso y obsceno Charles Gordon Blazer, ex presidente de la Concacaf, corrupto entre corruptos que gusta subir a su blog el registro de sus festicholas con ricos y famosos (incluido Bill Clinton) fue puesto en la mira del FBI. Con cargos por soborno, fraude, lavado de dinero y evasión fiscal, llegó a un acuerdo reservado para convertirse en informante de las autoridades federales y, como en las series yanquis, llevó un micrófono oculto a reuniones de la cúpula de la Fifa y grabó varias conversaciones de sus compinches para delatarlos.
También en el fútbol se necesita expropiar a los expropiadores.
Alejandro Guerrero
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