La era Obama va llegando a su fin. En paralelo, las maquinarias electorales del ultrabipartidista sistema norteamericano comienzan a calentar motores de cara a sus propias primarias, que no son abiertas ni simultáneas u obligatorias.
En el hemisferio demócrata, es evidente –según marcan los sondeos y la preeminencia en la recolección financiera entre las corporaciones amigas– que la ex canciller y ex primera dama Hillary Clinton será la carta del oficialismo en los comicios del 2016. En la vereda de enfrente, aunque el menú del Partido Republicano es más variado porque hay más de una decena de precandidatos, el tono ideológico de la oferta es bastante monocorde. Si bien los halcones han asumido históricamente posiciones más regresivas que sus adversarios en varios puntos de la agenda política, tanto nacional como doméstica, los actuales herederos de Ronald Reagan han profundizado en los últimos años su perfil ultraconservador en lo económico, pregonan desterrar la acotada reforma sanitaria promulgada por la actual administración, y xenófobo en su escala de valores, su política para los inmigrantes pasa por amurar aún más las fronteras con sus vecinos. En ese sentido, la primacía del ex gobernador del estado de Florida Jeb Bush –integrante de un clan político con mucho linaje, orgánico al lobby petrolero y a la comunidad cubana de Miami– y del magnate Donald Trump en la interna republicana confirma la ascendencia del, entonces, marginal y, ahora, influyente grupo xenófobo y aislacionista Tea Party dentro del partido que toma al elefante como un símbolo identitario.
A la derecha, una pared
A Jeb Bush lo apodaban Veto (por la sonoridad símil entre Vito y veto en inglés) Corleone cuando gobernaba Florida porque tenía como hobby sepultar leyes promulgadas por el Legislativo que no eran de su agrado. Sin embargo, Jeb nunca derogó normativas amigables con el complejo petrolero –su familia es de Texas, cuna del crudo– o al influyente sector inmobiliario, un nicho de negocios donde él mismo se desarrolló como business man dentro de las filas del Codina Bush Group e, incluso, llegar a ser millonario a los tempraneros 35 años de edad. A su vez, suele remarcarse en sus biografías y perfiles que Jeb Bush está casado con una mexicana, que en su casa se habla tanto español como inglés y que, de alguna manera, no reniega de incorporar al mundo latino dentro de la economía del Tío Sam; eso sí, como lavacopas, cortadores de pasto o limpiadores de los habituales fast foods.
El megamillonario Donald Trump, en cambio, no está muy convencido de seguir ampliando el mercado laboral doméstico con mano de obra barata proveniente de países vecinos. Esta semana, el excéntrico magnate inauguró su campaña con una frase tremebunda que implica multa y sanciones en todos los Inadi del mundo: “México sólo envía drogas y violadores a través de su frontera”. Además del escándalo mediático, Trump busca posicionarse como el comandante más puro y duro para la base social republicana harta del “comunista” Obama.
Vinieron por el agua
La apetencia de millonarios extranjeros por apoderarse de recursos naturales que están a miles de kilómetros de su casa no es, como suele minimizarse en ciertos medios, una denuncia reiterativa de las microorgas psicobolches. Esta semana, el investigador Jo-Shing Yang –que dirige una fundación que monitorea la compra de tierras en zonas próximas a enormes reservorios de agua– publicó un informe –del que se hizo eco el recomendable diario mexicano La Jornada– que detalla cómo el clan Bush viene adquiriendo miles de hectáreas en la zona tripartita sudamericana que colinda con el estratégico Acuífero Guaraní, una de las principales reservas de oro dulce a nivel global. “Entre 2005 y 2006, durante la presidencia de George W. Bush, la familia Bush –desde Daddy Bush (hoy de 90 años), quien compró 80.937 hectáreas, hasta su nieta Jenna (hija de Baby Bush), quien compró casi 40.470 hectáreas– adquirió un total de 121.407 hectáreas en Chaco (Paraguay), cerca de la Triple Frontera (Brasil, Argentina y Paraguay), y a 200 kilómetros de la frontera con Bolivia, pletórica en gas”, precisa el documento citado que, además, detalla cómo: “Las adquisiciones inmobiliarias de Jenna Welch Bush Hager fueron consolidadas durante un extraño viaje de diez días a Paraguay. Durante su estancia rocambolesca, Jenna se reunió con el entonces presidente de Paraguay, Nicanor Duarte, y el polémico embajador de Estados Unidos, James Cason, quienes, según los servicios de espionaje rusos, concluyeron la compra de terrenos en nombre de la familia Bush”. Por lo visto, si Jeb Bush es derrotado y su carrera política queda trunca, ya tiene un lugar en el mundo donde pasarse a retiro.
Emiliano Guido
Miradas al Sur
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