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miércoles, junio 17, 2015
Los bombardeos de junio de 1955: la antesala del derrocamiento de Perón
Tras el inicio del segundo gobierno de Perón, la crisis económica que se hizo abierta a partir de 1952 hizo estallar una serie de contradicciones dentro del régimen peronista: por un lado, se acentuó la ofensiva imperialista, ya que Estados Unidos retaceó la inversión de capitales a la espera de una capitulación definitiva del régimen, por otro lado, la burguesía exigió una mayor explotación de la clase obrera, base de apoyo del régimen. Por otra parte, el descontento social afectó el poder de los sindicatos tan fuertemente construido a lo largo del gobierno peronista. El gobierno intentó recurrir a un “pacto” con empresarios y sindicalistas para aumentar la productividad del trabajo. Ninguna de sus políticas dio los resultados esperados.
La imposición de nuevas condiciones de trabajo chocó contra la resistencia de las bases obreras y la delicada ubicación de los sindicatos frente a esta resistencia. Al mismo tiempo la relación con otros sectores sociales se deterioró aceleradamente. La afirmación del régimen, incluyendo una acentuación de sus rasgos más autoritarios, avivó la oposición de sectores sociales y políticos, desde los partidos políticos tradicionales hasta los estudiantes, amplios sectores de la intelectualidad, y a fines del gobierno, se sumó la oposición de su anterior aliado, la Iglesia.
Frente a la emergencia de la crisis la oposición, antes clausurada, encontró caminos para expresarse y sumado al deterioro de la situación general, coadyuvaron al desgaste político del gobierno. A mediados de 1955 esta situación hizo crisis.
El 16 de junio un sector de la Marina y la Fuerza Aérea bombardeó y ametralló la Casa de Gobierno y sus alrededores, provocando cientos de muertos y heridos entre los trabajadores que concurrieron a Plaza de Mayo para defender a Perón. Ese día, Perón habló por radio:
“Como Presidente de la República pido al pueblo que me escuche lo que voy a decirle. Nosotros como pueblo civilizado no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión sino por la reflexión. La lucha debe ser entre soldados. Yo les pido a los compañeros trabajadores que refrenen su ira, que no cometan ningún desmán. No nos perdonaríamos si a la infamia del enemigo le agregáramos nuestra propia infamia. Prefiero que sepamos cumplir como pueblo civilizado y dejar que la ley castigue. Nosotros no somos encargados de castigar”. (La Nación 17 de junio de 1955).
Las palabras de Perón fueron seguidas por un comunicado de la CGT en el mismo tono desmovilizador:
“La Confederación General del Trabajo ha dispuesto para mañana hasta las 24 horas un paro general de todas las actividades en señal de duelo. Ese paro, compañeros, debemos hacerlo recogidos en nuestras casas, venerando la memoria de quienes ofrendaron sus vidas para defender la doctrina de Perón.” (La Nación 17 de junio de 1955)
Lograr que los trabajadores dejaran en manos del gobierno la “defensa de sus conquistas” y aventar el peligro de la movilización popular en las calles era la gran preocupación del gobierno y de las clases dominantes, las luchas de los años 50 habían sido ya una muestra de la potencialidad de la movilización obrera. Sin embargo, ni los trabajadores parecían dispuestos a descargarse de la tarea de defender sus conquistas, ni la clase dominante confiaba en que Perón pudiera controlar a las masas.
En estos términos, la política de “pacificación” no prosperaría y no podía esperarse más que una agudización de la lucha de clases.
A fines de agosto, en una movilización multitudinaria convocada por la CGT, al grito de “La Argentina sin Perón es un barco sin timón”, el presidente autorizó a sus seguidores a hacer justicia por sus propias manos: "A la violencia le hemos de responder con una violencia mayor; cuando uno de los nuestros caiga caerán cinco de ellos. Hoy comienza para todos nosotros una vigilia en armas".
Ante esta ubicación del gobierno, la primera respuesta provendrá del ejército: un grupo de oficiales se sublevó en Córdoba. Ante esta acción militar, la dirección de la CGT manifestó a la cúpula del ejército la decisión de “poner a disposición las reservas voluntarias de trabajadores a fin de impedir en el futuro cualquier intento de retrotraer a los trabajadores a las ignominiosas épocas anteriores al justicialismo”. Franklin Lucero, jefe del Ejército, agradeció el gesto de la CGT pero consideró el aporte “innecesario”. Evidentemente, la sola imagen de las “milicias obreras” resultaba inadmisible para los militares y en verdad, tampoco los dirigentes sindicales pensaban llevar hasta el final su oferta y abandonaron la escena, dejando finalmente la situación en manos de las Fuerzas Armadas.
Esta ubicación de la burocracia sindical expresaba la política que el régimen adoptó frente a la crisis abierta. Las clases dominantes esperaron de Perón una salida que Perón no pudo dar: los trabajadores no aceptaron negociar conquistas pese incluso al rol que jugó la burocracia sindical. Con la constatación de la ineficacia del gobierno como herramienta de las clases dominantes para imponer sus necesidades, pero también de la falta de disposición del régimen para resistir su propia supervivencia, éstas pasaron a la ofensiva.
Así, cuando el 16 de septiembre se produjo el golpe militar que derrocó a Perón, el líder no ofreció resistencia; habiéndose negado a recurrir a los trabajadores, buscó asilo en la embajada de Paraguay, demostrando la aceptación de los intereses superiores de las clases dominantes nativas y del imperialismo.
Alicia Rojo
CEIP
El artículo es parte de una obra de próxima edición, Historia del Movimiento Obrero, que coordina la autora.
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