martes, septiembre 01, 2015

Estatismo burgués y clase obrera

En el curso del debate sobre la herencia económica del kirchnerismo, surgió el tema del estatismo burgués en relación a la clase obrera.
En esa circunstancia, planteé que los gobiernos Kirchner utilizaron y utilizan con frecuencia la intervención económica del Estado, y las estatizaciones de empresas, para debilitar al movimiento obrero, y a los movimientos sociales, y que esto, lejos de tener algún rol progresivo, es reaccionario y de derecha. Sostuve que eso ocurría cuando, por ejemplo:
El gobierno discrimina en el otorgamiento de planes sociales a los movimientos de desocupados que son críticos;
En la contratación de empleados públicos o de empresas estatales se prioriza a los militantes de la agrupación oficialista La Cámpora, o del peronismo (como en otras ocasiones, de radicalismo o del partido de Macri);
Los punteros de La Cámpora hostigan y persiguen a delegados y activistas de las empresas o instituciones estatales que no adhieren “al proyecto nacional”;
Se despide a un trabajador de un obrador público porque se niega a concurrir a una marcha en apoyo del gobierno de Cristina K;
En una cooperativa de trabajadores financiada por el Estado se disminuye la paga a una trabajadora por la misma razón.
Señalé también que es un error de muchos grupos de izquierda disimular estas cuestiones, por temor a ser calificados de “derecha”, y reivindiqué la crítica de Marx y Engels a Bismark, quien buscaba debilitar al movimiento obrero a partir del control de las cooperativas de trabajo. Dado que esta cuestión ha sido silenciada por la izquierda adoradora del Estado burgués –¿para aplaudir sin incomodidades intelectuales a un Chávez o a un Maduro?– , en lo que sigue la presento a consideración de los lectores del blog.

La crítica al control bonapartista clientelar

Uno de los pasajes en que de forma más clara encontramos la posición de Marx frente a las cooperativas obreras sustentadas por el Estado prusiano, es una carta que dirige a Engels, con fecha 18 de febrero de 1865. En ella transcribe un pasaje de una carta anterior, en la que afirmaba: “… el apoyo del gobierno real prusiano a las cooperativas –y cualquiera que conozca las condiciones prusianas sabe de antemano las dimensiones necesariamente diminutas que tiene– carece de valor alguno como medida económica, pero en cambio extiende el sistema de tutela, corrompe un sector de los obreros y castra el movimiento. (…) Está fuera de toda duda que la infortunada ilusión de Lassalle concerniente a la intervención socialista en un gobierno prusiano terminará en un chasco. La lógica de las cosas dirá su palabra. Pero el honor del partido obrero exige que renuncie a tales espejismos aun antes de que la experiencia demuestre su vaciedad. La clase obrera es revolucionaria o no es nada”.
Tengamos presente que este era uno de los motivos por los que Marx rechazaba la “realpolitik” de Lassalle. En una carta dirigida a Kugelmann, apenas cinco días después de la anterior, escribía: “Lassalle se descarriló porque era un “Realpolitiker”…”. (…) “Los obreros alemanes estaban demasiado ‘corrompidos’ por la despreciable ‘política práctica’ que había inducido a la burguesía alemana a tolerar la reacción de 1849-1850 y el embotamiento del pueblo, como para no saludar con alborozo a un salvador curandero como este [se refiere a Lassalle], que les prometía llevarlos de un salto a la tierra prometida”.
Esta posición se continúa en “Glosas marginales al Programa del Partido Obrero Alemán”, también conocidas como “Crítica del programa de Gotha”. El programa de Gotha había sido adoptado a raíz de la fusión del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, dirigido por Liebknecht y Bebel, y la Asociación General Obrera Alemana (lassalleanos), en mayo de 1875. Marx y Engels lo criticaron, y caracterizaron que se habían impuesto las ideas de los lassalleanos. Lo relevante para lo que nos ocupa es que el programa exigía la creación de cooperativas de producción “con la ayuda del Estado y bajo control del pueblo trabajador”, como medio para preparar “la solución del problema social”.
En su crítica Marx sostiene que en el programa la “organización socialista del trabajo” no surge del proceso revolucionario de transformación de la sociedad, sino de la “ayuda” que el Estado prestaría a “cooperativas de producción creadas por él y no por los obreros”. Además el solo hecho de que el “pueblo trabajador” planteara esas reivindicaciones al Estado demostraba que no estaba en el Poder, ni estaba maduro para gobernar. Por otra parte, Marx equipara la reivindicación de las cooperativas obreras financiadas por el Estado con la reivindicación de los obreros reaccionarios franceses, agrupados en torno a la revista Atelier, bajo el reinado de Luis Felipe [la revista Atelier apareció entre 1840 y 1850 y reunió a seguidores de Philippe Buchez; Buchez defendía un socialismo católico y la creación de cooperativas con el apoyo del Estado]. Marx afirma que los alemanes habían abandonado “el punto de vista del movimiento de las clases, para retroceder al movimiento de las sectas”, y agrega:
“El que los obreros quieran establecer las condiciones de producción colectiva en toda la sociedad y ante todo en su propia casa, en una escala nacional, solo quiere decir que laboran para subvertir las actuales condiciones de producción, y eso nada tiene que ver con la fundación de cooperativas con la ayuda del Estado. Y, por lo que se refiere a las sociedades cooperativas actuales, estas solo tienen valor en cuanto son creaciones independientes de los propios obreros, no protegidas ni por los gobiernos ni por los burgueses”.
También Engels, en carta a Bebel (18-28 marzo 1875), y criticando esa demanda del programa de Gotha, escribía: “En cuarto lugar, el programa plantea como única reivindicación social la ayuda del Estado de Lassalle en su forma más desnuda, como Lassalle la robó de Buchez. ¡Y esto después que Bracke ha demostrado muy bien la completa nulidad de esta reivindicación y después que casi todos, si no todos los oradores de nuestro partido, se vieron obligados a pronunciarse contra esta ayuda del Estado al combatir a los lassalleanos! Nuestro partido no podía rebajarse más. El internacionalismo rebajado a nivel de Armand Gögg [demócrata alemán, dirigente de la Liga por la Paz y la Libertad] y el socialismo rebajado al nivel del republicanismo burgués de Buchez, quien planteó esta reivindicación en oposición a los socialistas, ¡para luchar contra ellos!”
En el mismo sentido Engels, en “La contribución al problema de la vivienda”, se refiere a la reforma urbanística de París, bajo la dirección de Haussmann. Además del aspecto estratégico militar –abrir amplias calles rectas, que hicieran inútiles las barricadas frente a la artillería- Engels señala que el plan Haussmann tenía como finalidad “formar un proletariado de la construcción específicamente bonapartista y dependiente del gobierno” (énfasis añadido).

Independencia de clase y crítica marxista

La crítica a toda forma de control del movimiento obrero por el Estado está en la esencia de la tradición revolucionaria del marxismo. El estatismo burgués puesto al servicio de la división, cooptación y corrupción de los trabajadores no tiene un ápice de progresivo. Pero estas prácticas hoy están naturalizadas y son justificadas por gran parte del progresismo bienpensante izquierdista, y un amplio abanico de la izquierda “nacional, antiimperialista y popular”.
Lo grave es cuando esta corrupción organizada penetra en las filas del movimiento obrero, divide, envenena las relaciones, amedrenta y corrompe. Y desde la izquierda marxista tenemos que admitir que amplios sectores de la clase obrera argentina toleran, por lo menos, esta injerencia sistemática del estatismo burgués burocrático.
Para decirlo en las palabras de Marx, aceptar estas prácticas equivale a abandonar el punto de vista de clase. Es que la independencia de clase sigue siendo la piedra angular de la lucha contra el capital y su Estado. Por eso, hay que presentar el problema en toda su dimensión, sin demagogia, disimulos ni frases consoladoras.

Anexo: Algunas reflexiones a partir de los K-insultos

La publicación de la nota “Estatismo burgués y clase obrera" ha despertado la ira de un defensor del kirchnerismo, que firma JS. Sin negar la existencia de las prácticas que señalo en la nota, ni discutir con argumentos, JS envió tres “comentarios” con una catarata de insultos hacia mi persona. De acuerdo a las reglas establecidas en este blog, los insultos fueron a parar a la papelera.
En principio, hasta aquí no habría novedad con respecto a lo que nos tienen acostumbrados estos K-personajes que abundan en las web. Sin embargo, no por habitual el asunto deja de dar pie para algunas reflexiones acerca de la naturaleza y el sentido político e ideológico de este método basado en el improperio y la descalificación personal. Como he afirmado en otra nota, referida a muchos debates en la izquierda, las formas de discusión traducen contenidos, concepciones programáticas e idearios (ver aquí). Y en el caso de las K-descalificaciones, lo cierto es que se apela a cualquier bajeza con tal de destruir al oponente. Se trata, en última instancia, de un método stalinista, puesto al servicio de la defensa del orden establecido (y esta ha sido la naturaleza última del stalinismo).
En el caso que nos ocupa, lo que ha alterado los nervios del K-insultador ha sido la invitación a pensar sobre las formas en que el Estado burgués es utilizado para dividir, corromper y desmoralizar a la clase trabajadora. Semejante sugerencia al fanático se le representó intolerable, y reaccionó. Aunque se trata de un blog marginal, la simple idea de abrir un debate sobre la cuestión, debe ser atacada de raíz. Ni siquiera puede admitir los hechos (clientelismo, represalia a los trabajadores que no se someten, etcétera) que dispararon el tema. Menos todavía, reflexionar sobre ellos (sobre el “atrévete a pensar”, ver aquí). Para ahondar sobre el significado de esta cuestión, amplío con ideas que han sido desarrolladas por Kenneth Westphal en Hegel’s Epistemology (para una referencia más completa, ver aquí).

“Escrutinio público y externalismo”

Empiezo con lo elemental: los juicios que realizamos, para que lleguen a ser juicios maduros, deben basarse en un análisis racional, en evidencia y argumento. Sin embargo, debido a nuestra falibilidad, solo podemos ejercer un juicio maduro de forma colectiva, o sea, en el marco de algún grupo que provea educación crítica y escrutinio público. La razón es que somos lo que somos como individuos humanos que piensan, y tenemos las habilidades cognitivas que tenemos, solo a través de nuestros compromisos y nexos con nuestros contextos naturales y sociales. En otros términos, no existe el pensador individual sin contexto social. Por eso, siempre surgen tensiones entre el razonamiento individual y las prácticas establecidas; y a través de estas tensiones e interacciones nuestras teorías, ideas, preconceptos, son corregidos. Por eso, esa corrección es también un fenómeno social.
De todo esto surge entonces un realismo epistemológico social e históricamente fundado. Esto es, nuestros conceptos tienen una base natural, histórica y social; y a través de ellos comprendemos el mundo y nos comprendemos a nosotros mismos. Como puede advertirse, en esta concepción es clave el externalismo del contenido mental: la noción de externalismo hace referencia a que algunos contenidos de nuestros estados mentales solo pueden ser plenamente especificados en relación a objetos o eventos de nuestro entorno que son “externos” a nuestras mentes o cuerpos. Si no existieran esos eventos, que se reproducen con cierta regularidad, no podríamos hacer juicios ni identificar eventos y objetos, ni podríamos distinguirnos de ellos, o ser autoconscientes. Por eso se trata, en definitiva, de una condición de autoconciencia.

Bajado a la tierra del tutelaje bonapartista

Lo anterior, que está planteado a un cierto nivel de abstracción filosófica, es sencillo de bajar a tierra en referencia a la nota sobre el Estado burgués y su control-injerencia en la clase obrera. El punto de partida del planteo que hice es una práctica sistemática: la del puntero político-burócrata-funcionario público que utiliza el poder del Estado para controlar, dividir, corromper al movimiento obrero e inculcar la colaboración de clase. Una práctica verificada a través de múltiples datos, que son suministrados a nivel social. Una práctica social que es externa a nuestra mente, esto es, que puede registrarse de manera objetiva (a X lo echaron del obrador público Y por negarse a ir a la manifestación gubernamental, etcétera).
Es entonces con este punto de partida que pensamos estos hechos y eventos, y revisamos y reelaboramos, o elaboramos nuevas concepciones. Pero lo hacemos utilizando habilidades y recursos conceptuales y lingüísticos desarrollados y enseñados. Por ejemplo, en el caso que nos ocupa, algunos activaremos nociones como clase obrera y capital, Estado y bonapartismo, burocracia y capitalismo, independencia de clase y colaboración de clase, etcétera. Otros pensarán en base a otras categorías (se me ocurre, del tipo unidad nacional e imperio, grupos económicos, ser nacional, patria, antipatria, etcétera). En cualquier caso, siempre la manera en que formulamos o justificamos nuestros juicios cognitivos estará condicionada por factores contextuales, incluyendo los recursos conceptuales y la información disponible, las evidencias y técnicas, tanto al nivel de la visión general del mundo como al nivel del tipo de investigación en curso.

La necesidad de debates argumentados y de evidencia

Apuntamos entonces a poner en primer plano la necesidad del debate, de la crítica y de la autocrítica (entendida esta última como la revisión crítica de nuestra experiencia del conocimiento; remito de nuevo aquí). Tanto la crítica mutua como la autocrítica –Hegel, destacado por Westphal- están destinadas a iluminar y facilitar nuestras capacidades para comprender los tipos de factores contextuales bajo los que razonamos, y a establecer, lo mejor que podamos, en qué medida son apropiados, o si son superiores a otras alternativas. Todo esto bajo el supuesto de que existe alguna realidad, por lo menos, que es externa a nosotros, y que intentamos entender. Por eso, tanto la atención a los datos externos –en nuestro caso, existe clientelismo obrero para con el Estado– como la crítica mutua –los que defienden el clientelismo, los que lo criticamos– permiten evaluar y justificar nuestras afirmaciones, de manera que no hay por qué quedar atrapados en nuestros esquemas “mentales”.

El rol político e ideológico del insulto

Lo desarrollado hasta aquí busca enfatizar la relevancia de la crítica mutua, del cruce de razones, para la autoconciencia de la clase explotada, así como del registro y análisis de lo que existe. Partir del desarrollo real y empíricamente registrable, que siempre es captado a través de nociones, en constante elaboración. Es la base para proponerse el norte a lograr, una democracia razonada y deliberativa al interior del movimiento obrero. Así, llamar a reflexionar a los trabajadores sobre el significado que tiene, por ejemplo, el hecho de que en la estatizada Aerolíneas Argentinas los punteros de la Cámpora ataquen a delegados de izquierda (que venían de luchar contra el grupo Marsans), es “poner el dedo en la llaga” del estatismo. Es pedir que se piense este acontecimiento singular hasta el final, hasta su contenido general, hasta la última de sus consecuencias y vinculaciones, a la luz de categorías, visiones políticas y teorías e ideologías en disputa.
Pero esto es precisamente lo que no quieren los que quieren que todo siga como hasta ahora. Es lo que no desean los adoradores del Estado y, en última instancia, del capital. Por eso, por todos los medios, tienen que impedir que los hechos sean puestos en la picota de la argumentación. Ni siquiera pueden registrarlos (el apologista mira para otro lado cuando se le presentan pruebas de clientelismo estatista o de discriminación de movimientos sociales; el burócrata-funcionario no registra la pobreza, o la gente que padece hambre). Es el idealismo y la negación del debate puestos al servicio de una visión de derecha y reaccionaria. Pero todo esto obedece a que deben anular la posibilidad misma de que la gente examine por su cuenta los argumentos de los “díscolos”, de los que parten de lo que existe, lo registran y lo someten a la crítica.
Por eso también, los apologistas y los amanuenses de todos los colores, están casi obligados a decir que un marxista, que es crítico de lo que todos los “progresistas bienpensantes” ven pero ninguno mira, no puede no ser funcional a la derecha. Es la vía para ahogar en embrión cualquier luz, por pequeña que sea, que apunte a poner sobre la mesa, y desde una perspectiva crítica del capital, las relaciones de fondo del clientelismo bonapartista. Por eso, la ausencia de democracia en los sindicatos juega su rol funcional a la dominación de clase establecida. Y lo mismo cabe decir del insulto y la descalificación personal del apologista K. Hay que obnubilar las mentes, hay que sacar de quicio las razones, hay que enlodar todo lo que no sea santificación de lo establecido por “la razón de Estado” (o de la revolución, o del Movimiento, o del dios que se haya entronizado para la ocasión).
Todo apunta a lo mismo. Y embarcados en esta dinámica, las mediocridades, condenadas a la apología infinita, se deslizan a la cloaca de la bestialidad, cruda y descarnada. Por eso, los insultos que envía el energúmeno a este blog, son parte de esa misma sustancia espiritual. En el fondo, todos ellos detestan aquel llamado de Marx a “que broten flores vivas” para que cada cual sea movido a pensar, a obrar y organizarse, y someta todo a la crítica, libre de cadenas y “líderes” que le dicten qué pensar, cómo obrar, y cómo organizarse.

Rolando Astarita

No hay comentarios.: