La política exterior chilena vuelve a su cauce y, de paso, se transparenta con más nitidez su vocación neoliberal ligada a los proyectos de los grandes capitales. La reunión de los países miembros de la Alianza del Pacífico, coalición conformada por Chile, Perú, Colombia y México, que se realizó en Puerto Varas, tuvo como país invitado a la Argentina de Mauricio Macri, que ha expresado su intención de acercarse a esta alianza formada en 2011 por los entonces presidentes Piñera, Alan García, Calderón y el colombiano aún ejercicio José Manuel Santos. Si hay algo que une a todos estos países y gobiernos no es sólo su litoral del Pacífico, sino su impronta en el mercantilismo y la desregulación.
La Alianza del Pacífico es un proyecto surgido e instalado en estas costas en medio del auge de los gobiernos izquierdistas y progresistas latinoamericanos. Es una construcción, una barrera de contención contra los programas de inclusión social, de regulación de mercados y recuperación de sus recursos naturales por parte de los Estados latinoamericanos. Es por esta razón que hoy, tras la caída de los proyectos progresistas en Brasil y Argentina y ante la amenaza sobre Venezuela, la cumbre celebrada en la Región de Los Lagos chilena apunta a su extensión. Argentina busca espacios para integrarse no por su condición geográfica, claramente atlántica, sino para ocupar la territorialidad política dejada por la defenestrada Dilma Rousseff y la naufragada Cristina Kirchner.
El gobierno chileno a través del canciller Heraldo Muñoz, un ventrílocuo de los poderes económicos y fácticos, habla de flexibilidad, convergencia, diversidad, pragmatismo. Una serie de conceptos que bien expresan su satisfacción por el fortalecimiento de este tipo de integración puramente comercial y utilitaria en desmedro de otro tipo de integración de corte político y de compromisos de desarrollo regional. Una adhesión basada en el fortalecimiento de los mercados por sobre la prosperidad social.
Inversiones en producción y servicios, creación de nuevos empleos, fomento a las exportaciones son las palabras más recurridas para destacar los beneficios de la Alianza. No es novedad ni innovación. Es regresión. Son todos conceptos recuperados de las décadas pasadas durante la febril suscripción de tratados de libre comercio y la hegemonía mercantil de la OMC. Un retroceso a las políticas que han conducido a los actuales atolladeros ambientales y sociales y que en economía se manifiestan en la concentración inédita de la riqueza. Los tratados comerciales, que sin duda aumentaron las exportaciones, importaciones y el consumo de masas de forma vertiginosa durante los últimos diez o veinte años, corren por carriles separados y tal vez opuestos a las necesidades de desarrollo social y económico.
No es una sorpresa que Chile destaque como anfitrión en este tipo de eventos. Es una continuidad de las políticas emplazadas y extendidas desde finales de la dictadura y por toda la transición. Es también la confirmación de la ambigüedad y doble fondo en política exterior, entregada ésta al interés de los inversionistas y las grandes corporaciones que reaparecen como líderes de la integración y globalización.
La Alianza del Pacífico nació tarde como reacción política. Apoyada, cómo no, por Estados Unidos y sus compañías, es la última y chirriante vuelta de tuerca a la globalización de los mercados, proceso que hoy cae por su propio peso de desigualdades, explotación y exclusiones. La integración de los mercados, tanto globales como regionales derivó en un proyecto para favorecer a la punta de la pirámide de la riqueza mundial a costa de la miseria social, ambiental y económica de las grandes mayorías. Los nocivos efectos en México del Tratado de Libre Comercio de América del Norte o el rechazo de las clases trabajadoras británicas a continuar en la Unión Europea son una clara señal del agotamiento de este proyecto de las corporaciones por adueñarse de los mercados mundiales.
La fruición mercantil y neoliberal de la clase política chilena, contratada y alimentada por los poderes económicos, continúa atada a un proyecto que despierta abiertos rechazos no sólo externos sino también en nuestro país. Otra señal de su desorientación y oportunismo.
Paul Walder
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 855, 8 de julio 2016.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario