miércoles, julio 06, 2016

Oswaldo Guayasamín: pintura para herir, arañar y golpear el corazón



Un 6 de julio de 1919 nacía Guayasmin, destacado pintor ecuatoriano. Sus obras pincelaron en la historia.

Sus pinceladas destilan memoria; no olvida un centímetro de la historia de la humanidad: nos pintó amando, llorando, mendigando, robando, desnudos, rezando, mutilados, matándonos, luchando, esperanzados.
Tal vez, sus ansias de mostrar a la humanidad en todas sus dimensiones, se sintetizó en su mayor obra de arte: la Capilla del Hombre. Un museo de arte, construido en su ciudad natal, en homenaje al ser humano, a los hombres y mujeres de América Latina. Había capillas para dioses de todos los colores, pero ningún templo para el ser humano:
“Por los niños que cogió la muerte jugando, por los hombres que desfallecieron trabajando, por los pobres que fracasaron amando, pintaré con grito de metralla, con potencia de rayo y con furia de batalla”. En el museo, cientos y cientos de pinturas y retratos de Oswaldo, reflejan la historia de hombres y mujeres, particularmente latinoamericanos.
A través de la pintura, la escultura, el muralismo, el dibujo y el graffiti, dejó plasmada su alma en cientos de superficies. Se identificaría, en cada pincelada, con la protesta y la denuncia social, para retratarse con rabia; para llamar, desde sus trazos, a una sociedad más justa y a una vida mejor para los desposeídos:
“Esta sociedad es oscura, los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más tremendamente pobres. Ciudades y países enteros son convertidos en cárceles donde los muros de la muerte y el miedo imponen el silencio. Sería pueril considerar que se trata de casos patológicos aislados, patológico es el sistema que establece la violencia como de forma de gobierno.”
Oswaldo Guayasamín, utilizó el realismo social como la figura pictórica, que lo colocaría como un referente de la pintura ecuatoriana así como también un referente de gran envergadura a nivel internacional:
“Cuando pinto una mano una boca, unos dientes o unos ojos, estas no son solamente una forma plástica. Yo quiero expresar en esto más que la plástica misma. Quiero expresar este ojo que está llorando, estos dientes que están mordiendo o estas manos angustiadas, vibrando”.
Nació en 1919 en la Ciudad de Quito, hijo de José Miguel Guayasamín, indígena de ascendencia Guaraní, que trabajó como carpintero, taxista y camionero. Este se oponía a su carrera de artista, mientras que su madre, Dolores Calero, de origen mestizo y ama de casa, lo apoyó siempre. Hacia el final de su obra, Guayasamín le dedica su tercera serie de envergadura, titulada La ternura.
En la época de la "guerra de los cuatro días", y en medio de un levantamiento cívico militar, logró costearse sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Quito, de la cual se graduó con honores. Se trataba de un enfrentamiento entre Neptalí Bonifaz, (figura política a la que se le negó la presidencia por su nacionalidad peruana) y las tropas leales al gobierno.
Guayasamin se formó en el periodo de mayor auge de la Escuela Indigenista, influencia evidente desde sus obras iniciales, las cuales fueron marcadas también por sucesos de índole política, como la muerte de su gran amigo Manjarrés en una manifestación pública, motivo que inspiró la obra llamada “los niños muertos”.
Luego de que sus primeras exposiciones causaran polémica y un enfrentamiento con la exposición oficial de la Escuela de Bellas Artes; viaja a México, donde trabajaría un tiempo con el muralista Orozco, quien influenció en el lenguaje estético del pintor. En 1943 emprende un viaje por varios países de Latinoamérica, pasando por Chile -donde entabla amistad con Pablo Neruda-, Argentina, Uruguay, Bolivia y Perú. Su travesía sirvió de inspiración para su gran serie “HUACAYÑÁN”, el “Camino del llanto”, compuesta por más de cien telas que giran en torno a la temática del indígena, el negro y el mestizo en América.
Guayasamin ha aunado la fuerza de la temática indígena con los logros de las vanguardias de principios de siglo, especialmente el cubismo y el expresionismo. En 1957 recibió el Premio Mejor Pintor de Sudamérica, concedido por la Bienal de São Paulo, Brasil.
En 1968 presentó su segunda serie de envergadura, titulada La edad de la ira, compuesta por 260 obras que se agrupan por series (Las manos, Cabezas, El rostro del hombre, Los campos de concentración, Mujeres llorando), en las que el pintor recoge diversos elementos de su experiencia vital, para plasmar en una deslumbrante sucesión de telas, el drama y la tragedia del hombre de nuestro tiempo:
“La pesadilla del hombre que se extiende, el miedo a una guerra atómica, el terror y la muerte que siembran las dictaduras militares, la injusticia social que abre una herida cada vez más profunda, la discriminación racial que destroza y mata; están carcomiendo lenta y duramente el espíritu de los hombre en la tierra.” “Mientras haya gente que aprenda a matar, existirán las víctimas. En la Historia de los tiempos tiene que alborear el día en que el soldado no tenga razón de ser.”
En sus obras, vivifica su posición con respecto a los humanos y a la sociedad, los cuales están plagados de injusticias, desigualdad, humillación, pobreza y olvido por el respeto a las raíces indígenas, el desapego al pasado ancestral del que el mestizo ecuatoriano se alejó. Asimismo, muestra tanto el sufrimiento y las contradicciones humanos, como la voluntad de búsqueda de la luz, la salida, la liberación:
“Si no tenemos la fuerza de estrechar nuestras manos con las manos de todos, si no tenemos la ternura de tomar en nuestros brazos los niños del mundo, si no tenemos la voluntad de limpiar la tierra de todos los ejércitos; este pequeño planeta será un cuerpo seco y negro, en el espacio negro.”
Falleció el 10 de marzo de 1999 en Baltimore.
Su arte nos invita a repensarnos, a preguntarnos hacia dónde vamos, cuáles son nuestras raíces, de qué estamos hechos. Su arte es historia, es política, condensa las pasiones humanas: el odio, la guerra, el amor, la resistencia, las ansias de liberación. Y tal vez, por qué no, sus tres series principales sean análogas a lo que transitamos como hombres y mujeres, en el largo camino de la vida: el llanto, la ira, y la ternura.

Luján Calderaro
Melanie Simbaña

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