Pedro ha nacido en un barrio obrero en una ciudad del cinturón urbano de Madrid. Juan ha nacido en el seno de una familia de clase media alta en un barrio acomodado del centro de la ciudad. Pedro se esfuerza y consigue, por méritos propios, estudiar una carrera universitaria en una universidad pública, en la que coincide con Juan, el cual ha llegado también por méritos propios. Cuando cumplen 23 años, ambos tienen el mismo título debajo del brazo. El sueño de la igualdad de oportunidades se ha hecho realidad.
¿Es así? ¿Hemos logrado el sueño democrático de la igualdad de oportunidades, donde todas las personas pueden acceder a los mismos resultados en función de sus méritos personales? Lo cierto es que no. Para empezar, el nivel socioeconómico de los hogares influye en los resultados académicos: de acuerdo con el informe PISA de 2016, el 40% los estudiantes provenientes de familias menos favorecidas económicamente tenían un bajo rendimiento escolar en matemáticas, mientras que en el caso de las familias más favorecidas, ese porcentaje bajaba hasta el 8%. Las competencias matemáticas forman parte de las competencias clave para el futuro mercado de trabajo basado en la economía digital, y la generación de una brecha en su comprensión y manejo a edades tempranas puede arrastrarse durante todo el ciclo vital. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, las capacidades de uso de las nuevas tecnologías de la información se incrementan con el nivel de ingresos del hogar. Las competencias intelectuales y tecnológicas necesarias para navegar en la era digital no se distribuyen equitativamente.
Supongamos en cualquier caso que nuestros dos protagonistas, a través de un sobreesfuerzo de Pedro, llegan a terminar la carrera universitaria. Es la hora de buscar trabajo. De acuerdo con el Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas de Febrero de 2016, el 43,6% de los encuestados declararon haber encontrado empleo gracias a relaciones con familiares o amigos. El capital social y el nivel de relaciones de Pedro y Juan, pese a haber estudiado en el mismo centro de estudios, no es el mismo, ni las probabilidades de encontrar un buen puesto de trabajo son las mismas.
Pedro tiene todavía una oportunidad: si continúa formándose y preparándose, tiene opciones de acceder a los mismos puestos de trabajo que Juan. Viviremos en una era de formación a lo largo de toda la vida laboral. De acuerdo con un estudio citado por The Economist el 12 de Enero, el 49% de los trabajos con mayor salario en Estados Unidos requieren ya capacidad de programación. Si Pedro quiere acceder a ellos, tendrá que aprender a hacerlo. Pero para ello tendrá que tener habilidades lingüísticas –básicamente inglés- y tecnológicas –manejo de herramientas- a las que ha tenido menos acceso que Juan durante su infancia y juventud. La formación a lo largo de la vida ofrece más rendimientos a las personas que ya están formadas que a las personas que no tienen esa formación previa.
La conclusión de este proceso: usando como indicador elasticidad intergeneracional, en España, hoy, la renta de los hijos está determinada en cerca de un 40% por la renta de los padres. Somos también uno de los países con mayor desigualdad en capital humano, el cual explica hasta un tercio de la desigualdad total. En la era digital, donde el capital humano se convierte en el factor clave, todo indica a que su desigual desarrollo hará aumentar la desigualdad social, en la medida en que el cambio tecnológico y las diferentes oportunidades de aprovechamiento del mismo son el principal elemento generador de desigualdades salariales. Si no tenemos en cuenta este “efecto Mateo”, el sueño de la igualdad de oportunidades puede desvanecerse ante nosotros.
José Moisés Martín Carretero
Economistas frente a la crisis
Moisés Martín Carretero es economista y miembro de Economistas Frente a la Crisis EFC
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