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sábado, julio 15, 2017
Sacco y Vanzetti y una de las sentencias más infames de la clase obrera mundial
Hace 97 años eran acusados de culpables Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti de un delito que nunca pudo ser comprobado, en un juicio recordado como uno de los más falsos de la historia.
El historiador Howard Zinn se encarga de revelar una anécdota del juicio a los dos anarquistas italianos que ilustra el mecanismo que utiliza la justicia estadounidense para condenarlos a prisión primero y a la silla eléctrica después. El policía le pregunta a Sacco: ¿Eres comunista? ¿Eres anarquista? ¿Crees en nuestro gobierno? Sobre la última pregunta, Sacco responderá con fina ironía: “Sí, solo que algunas cosas me gustan de modo diferente”. Zinn prosigue en su libro (“Un poder que los gobiernos no pueden suprimir”), ya con su propia palabra para preguntarse por qué mentiría un judío ante la Gestapo o por qué un negro de África del Sur mentiría a sus interrogantes. Simplemente, porque no hay justicia para ellos.
Si el anarquismo escribirá algunas de las primeras páginas más importantes de la lucha de clases, influenciando en muchos países al movimiento obrero organizado, esta tendencia tendrá en Sacco y Vanzetti a dos entrañables hijos del pueblo.
Nicola Sacco y Bartolomeo Banzetti eran italianos inmigrantes, y trabajadores anarquistas que arribaron a suelo norteamericano en 1908. El primero de oficio zapatero y el segundo vendedor de pescado, eran activistas reconocidos en las tierras del Tío Sam. Habían agitado en contra de la Primera Guerra Mundial y se habían negado a participar en la misma, debiendo exiliarse en México, donde se conocerán e inician una relación de amistad y de colaboración política, siendo ambos militantes del sindicato industrial Trabajadores del Mundo (IWW). La finalización de la guerra traerá consigo el triunfo de la Revolución Rusa y la influencia bolchevique se expande por todo el mundo, situación que lleva a EE.UU a una atmósfera de odio, xenofobia y persecución contra los anarquistas que cuestionan el orden social.
En abril de 1920 ocurre un robo a una fábrica de zapatos en la localidad de South Braintree, estado de Massachusetts, donde robaron 15 mil dólares y fueron asesinados un cajero y un guardia de seguridad. La policía, sin tener ninguna prueba detendrá a Sacco y a Vanzetti, acusándolos de tenencia de arma ilegal. Desde abril hasta julio será el proceso judicial, que lleva a declararlos culpables.
A pesar que la sentencia fue el 14 de julio de 1920, su itinerario judicial dura siete años: pasaran a declarar 169 testigos, serán presentadas por la defensa ocho propuestas de un nuevo juicio, desestimadas todas por el jurado. En varias oportunidades diferentes testigos confiesan su responsabilidad sobre el delito, las pruebas que se presentaron, no logran nunca comprometer a los acusados. El presidente del mismo jurado era el titular de una compañía contra la cual Vanzetti había contribuido a organizar una huelga, antes de ser detenido. Pocos juicios en la historia serán tan fraudulentos como el que se realizó contra los dos anarquistas italianos.
Pero el movimiento obrero no se queda de brazos cruzados. Desde el momento mismo de la sentencia se organizan en todo el mundo comités por Sacco y Vanzetti, manifestaciones, huelgas y hasta concita el apoyo de personalidades como Orson Welles, Miguel de Unamuno, Sigmund Freud, Albert Einstein, etc. En Argentina, la central obrera anarquista FORA, será la encargada de llevar adelante acciones en solidaridad, pidiendo por su libertad: el día de su asesinato habrá huelga general y protesta en las principales ciudades del país, al igual que en muchas partes del mundo.
Cincuenta años después, el gobernador de Massachusetts, donde se perpetró la farsa, declaró que Sacco y Vanzetti eran inocentes y que la justicia norteamericana había actuado incorrectamente. El escarmiento que les impusieron a los dos anarquistas no logró quebrar su ideal revolucionario ni doblegarlos, pasando a formar parte de la tradición de lucha del movimiento obrero combativo.
Ellos mismos se encargaron de inscribir sus nombres en las futuras generaciones, como testimonia una carta que firmaron desde la cárcel en 1921: “Todo trabajador, como siervo del capitalismo, afronta millones de veces la muerte en el cumplimiento de sus tareas. No tememos la muerte, pero nos rebelamos angustiados al pensar que debemos morir por un delito que no hemos cometido, por un hecho que no tiene ningún significado social. Desde los primeros años de nuestra juventud hasta el momento de la detención dimos nuestro tiempo, nuestras fatigas y los medios que ganábamos penosamente a la educación de los trabajadores, preparándolos para el día que el proletariado sepa emanciparse”.
Ricardo Farías
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