¿Cómo se ve desde el siglo XXI el acontecimiento y el proceso histórico abierto por la Revolución de Octubre? Estamos en una época radicalmente diferente. Lenin escribió en 1916 El imperialismo, fase superior del capitalismo, donde los grandes Estados capitalistas diputaban entre ellos por la dominación del mundo. Hoy, la globalización viene a ser como la “fase superior” de la “fase superior” del capitalismo, donde los viejos Estados-nación tratan todo lo más de sobrevivir frente a los poderes fácticos globales de las finanzas y multinacionales a quienes sirven, por un lado, y a las redes sociales que los critican o ignoran, por el otro. Obviamente, Lenin no lo pudo prever: la etapa imperialista se basó en el dominio absoluto del Estado y la globalización neoliberal necesita la subordinación de los Estados a los mercados.
En cierto sentido estamos ahora peor que hace un siglo. Piketty demostró en su tesis doctoral (El Capital en el siglo XXI, 2014) como a partir de los años 70 ha ido creciendo la desigualdad económica y social, superando con el cambio de siglo a la existente antes de la crisis de 1929, con el agravante de que presentemente la población mundial y la tarta a repartir son mucho mayores. A lo que hay que sumar la inesperada crisis de 2008 que ha durado una década, y otras que pueden venir después, ante la falta de control con la que actúan los mercados financieros, la inmensa e impagable deuda, el agotamiento de las energías fósiles o la creciente economía sumergida.
El capitalismo sigue provocando sus propias crisis como en los tiempos de Marx, que ahora una globalización económica agrava por su descomunal capacidad de difusión y amplificación de lo malo y de lo bueno. Pero no estamos al final de la historia, si no en un nuevo comienzo. En el nuevo siglo se viene a manifestado también globalmente una nueva generación indignada y vitalmente anticapitalista, no tanto por razones ideológicas, al estilo del siglo XX, como por su propia experiencia social de generación académicamente formada -más que nunca- en los países desarrollados, consciente de no tiene un lugar claro en el futuro que el capitalismo global está construyendo para el siglo XXI.
En este contexto surgen voces que hablan, cien años después, de la renovada vigencia de la Revolución Rusa de Lenin y los bolcheviques, pese a su evolución autoritaria y la radical mutación de las condiciones históricas, por lo de ningún modo vale copiar miméticamente. En el presente, las opciones marxistas, o relacionadas con el marxismo, activas y políticamente ganadoras siguen en la práctica caminos bien diferentes que los que siguió el bolchevismo para conseguir parecido objetivo de transformación social.
Con el siglo vivimos ahora un auge de movimientos sociales, con escaso protagonismo del movimiento obrero tradicional, que tantos éxitos obtuvo en el siglo XX, ahora debilitado cualitativa, numérica y estructuralmente. Los nuevos movimientos sociales tienen una base social diferente y diversa, jóvenes precarios o desempleados, muchos de ellos universitarios, minorías de edad, género o etnia, que tienden a movilizarse de manera global. Nuevo movimiento social global que, en un plazo de dos décadas también ha hecho estremecer el mundo. En 1999 encentó en Seattle el movimiento antiglobalización o altermundista. En 2011, espoleado por la crisis de 2008 y sus consecuencias, se alzó el movimiento de los indignados que atravesó varios continentes hasta 2016 (Nuit debout en Francia), también en México (YoSoy132, Ayotzinapa, la respuesta de los jóvenes al terremoto de 2017 en CDMX…). A falta de soluciones para esta globalización desmadrada es probable que en la tercera década del siglo XXI se produzca una tercera ola de los indignados de la generación millennials, la única hoy por hoy que podemos comparar con la generación -asimismo intercontinental- de Mayo del 68, cuyo 50 aniversario celebramos en 2018.
Al mismo tiempo, surge en América del Sur, de 1998 en adelante, la experiencia asimismo inesperada del “socialismo del siglo XXI”, actualmente en fase de repliegue , de interés en el tema conmemorativo que nos ocupa puesto que conlleva cierta “vuelta al marxismo” -que muchos consideraban en bancarrota total después de la Caída del Muro- como guía de la acción política. Lo más llamativo de la nueva izquierda bolivariana es, además de iniciar la construcción de un Estado social en Venezuela, Ecuador y Bolivia, el acceso al poder a través de elecciones, la aceptación más o menos entusiasta del pluralismo partidario y de la democracia como forma de gobierno, a diferencia de lo que fue el modelo soviético del siglo XX. Tiene un especial valor por tratarse de países con escasa historia democrática, incluso de tradición golpista.
El precedente histórico más cercano es el sueño pacífico de Salvador Allende y el “socialismo en libertad” eurocomunista también de los años 70, y el más lejano es la valoración que, en 1895, el propio Engels hizo del sufragio universal en Alemania -donde el SPD había conseguido ya dos millones de votos- como un “instrumento de emancipación”, celebrando como “los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos” (Introducción a La lucha de clases en Francia de Marx). Vía revolucionaria pacífica y democrática de toma del poder que se vio frustrada, en el siglo XX, en Alemania y Europa Occidental, por las guerras imperialistas, el nazifascismo, la Guerra Fría, además de los logros del Estado de Bienestar gracias a las luchas y los “treinta gloriosos” años de desarrollo económico entre 1945 y 1973.
Otra novedad del “socialismo del siglo XXI” es la asunción de la cohabitación de la empresa pública con la economía de mercado, como una NEP permanente. Es evidente que, en la era global, una economía no puede sobrevivir al margen del mercado, autárquicamente, otra cosa es dejar que los mercados sin patria, especulativos y bursátiles, sigan mandando más que nuestros representantes elegidos. De ahí que el proteccionismo en el siglo XXI sea cosa de reaccionarios como Trump o los partidarios del Brexit. Para transformar el mundo, aquí y ahora, es principio de realidad aceptar -críticamente- la interdependencia económica global, que pone de actualidad la dimensión necesariamente mundial de la revolución socialista, según defendieron los fundadores del marxismo. Lo mismo valdría decir en este momento de cualquier otra iniciativa política o social encaminada, en el presente siglo, a controlar democráticamente la globalización económica.
Volviendo a 1917, ¿qué puede significar la Revolución de Octubre en el siglo XXI? Un referente histórico, historiográfico e identitario. Decía León Trotsky, en su Historia de la Revolución Rusa, redactada en 1932, que “aun suponiendo que… el régimen soviético fuera derrocado temporalmente… sería un ejemplo para todo el desarrollo futuro de la humanidad”. Sí, pero no. Cien años después, la Revolución Rusa ha caído en el olvido para la gran mayoría de la gente, incluidos los nuevos trabajadores industriales: principio de realidad. Recientemente Pablo Iglesias, en una mesa redonda conmemorativa en Madrid del centenario de la Revolución de Octubre mostró su admiración por el genio de Lenin y la Revolución Rusa, demostró -decía- que se puede convertir “lo imposible en real” y que “la política puede ganar a la historia”. En fin, el “sí se puede” que justamente dio nombre al partido Podemos, surgido del 15M del cual Iglesias es secretario general. Se trata, en realidad de una posición individual como profesor de Ciencia Política versado en la historia del siglo XX. Como movimiento social el 15-M tuvo, no obstante, más del anarquismo que del leninismo: sin dirigentes, asambleario, tanto o más espontáneo que los soviets rusos de 1905 y 1917, o los consejos obreros de Turín de 1920. Seguidamente el partido Podemos fue otra cosa, ahí entran otros ingredientes de tipo intelectual y político, así y todo se trata de algo nuevo, las decisiones fundamentales, internas y externas, las toman por Internet los casi medio millón de inscritos, y tienen como meta presentarse a las elecciones y ganar el Gobierno a fin de alcanzar una democracia real, plena y social. Para nada, pues, un partido leninista de vanguardia como el PSDR (b) o el PCR (b), organizado para la clandestinidad y la insurrección armada.
La Revolución Rusa en el siglo XXI no da votos debe ser tarea de historiadores y profesores de historia hacer que no se olvide tan grande evento, y sus efectos, que marcaron de manera indeleble la historia del siglo XX, sin lo cual mal se comprendería el presente convulso que vivimos. La óptica correcta como historiadores es tratar de comprender los hechos en su contexto, sin dejar de tener en cuenta los valores del presente: de forma que comprender no signifique justificar barbaridades, por razones de honestidad y pedagogía. Y menos aún se deben proyectar hacia atrás sin más nuestras ideologías actuales, las verdades históricas que contengan nuestras legítimas interpretaciones se resienten de ello. En cualquier caso, como en otros hechos históricos relevantes del pasado siglo, la polémica está servida, dentro y fuera de la historia académica. La demostración de que la Revolución Rusa de 1917 sigue historiográficamente viva es el debate que ha generado en su centenario. La posición historiográfica más útil es, por tanto, la que tome en consideración el contexto de las diferentes épocas del proceso soviético, así como los datos y fuentes que se han ido descubriendo, empezando por las investigaciones innovadoras de E. H. Carr y la historiografía social anglosajona y francesa de los años 60 y 70, sin coartar en ningún momento el debate entre historiadores y no historiadores.
El único camino desde una historiografía de valores profesionales y morales es analizar la Revolución Rusa partiendo del punto de vista de sus protagonistas, favorables y contrarios, junto con los datos generales sobre 1917, su gestación, prolongado y discutido impacto, de manera crítica y autocrítica, por mucho que hechos y conclusiones molesten a la ideología que pueda o pudo tener cada uno de nosotros. Cuestión aparte son los militantes o exmilitantes donde, a diferencia de los historiadores, cuenta más la posición subjetiva, por lo que se llega a menudo a negar o minusvalorar los datos probados que estorban a la propia identidad ideológica, en especial la parte criminal del estalinismo, algo que no puede hacer el historiador de oficio.
Decíamos que la valoración presente de lo que fue y significó la Revolución de Octubre puede ser histórica, historiográfica e identitaria, yendo de lo más objetivo a lo más subjetivo. Consideramos legítima que alguien quiera preservar incólume su ideología como parte de su biografía e identidad personal, otra cosa es avalar como proyecto político colectivo, implícita o explícitamente, el relativismo moral o el negacionismo respecto de la deriva autoritaria y represiva del estalinismo, inaceptable en nuestro tiempo. Somos parte de una generación que evolucionamos -“sólo la vida dirá la última palabra” decía Lenin- porque no traicionamos las enseñanzas medulares y originarias de la Revolución Rusa: emancipación social y democracia auténtica.
Carlos Barros. Red Académica Internacional Historia a Debate
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