El objetivo fundamental del bloque que organizó el golpe consistió en restablecer la autoridad de un Estado burgués socavado por la movilización política de las masas y los sucesivos fracasos desde 1955, en especial el del peronismo de 1973. La brutal desilusión de quienes habían apostado todas sus fichas a que la experiencia nacionalista podría contener la insurgencia popular, provocó un cambio de frente de la burguesía, que comenzó a conspirar por una nueva salida de “fuerza”.
Aplastar para recuperar
La enorme movilización obrera de junio-julio de 1975 que hundió el “plan” de carestía de Rodrigo-López Rega fue la gota que rebalsó el vaso. Ya no alcanzaba la Triple A ni el gobierno peronista. Había que frenar la acción obrera, acabar con los sindicatos y comisiones internas. En las proclamas previas al golpe “el empresariado” advertía que “esta(ba) dispuesto a hacer oír nuevamente su voz. Esta(ba) dispuesto a movilizar su fuerza para que se ponga fin al caos; para establecer el orden y la seguridad; para que se remuevan las causas del estancamiento y la injusticia”(2).
El ascenso de las masas había forjado una vanguardia clasista que hizo pie en numerosas fábricas y sindicatos. En muchos casos ejercía una suerte de “control paralelo” que disputaba la autoridad patronal. La Cámara Industrial de Córdoba se quejaba de que “resulta imposible la convivencia sin orden, ni seguridad, no se encuentra amparado con ecuanimidad el ejercicio de los derechos y garantías constitucionales, existe una legislación laboral cuya discrecional aplicación fomenta la indisciplina y el ausentismo, impera la violencia generalizada en sus diversas formas (...). La empresa privada se encuentra sometida en la práctica a una auténtica persecución que amenaza seriamente sus posibilidades de existencia como fuente de trabajo direccionador de la economía nacional”(3).
En las vísperas del golpe, una solicitada de la patronal automotriz Pyme, nucleada en Acara (Asociación de Concesionarios de Automotores), en medio de un conflicto salarial llama a “ilegalizar al Smata” y “el despido de los instigadores, la aplicación de la ley antisubversiva y el procesamiento penal de los culpables”(4).
Los milicos cumplieron con el llamado al pie de la letra. Durante los primeros meses del golpe centenares de sindicatos y la CGT fueron intervenidos, prohibiéndose la actividad sindical y el derecho de huelga. Los empleados públicos fueron sometidos a la jurisdicción de tribunales militares. Secuestros, asesinatos, desaparecidos. Casi todas las grandes fábricas industriales fueron ocupadas militarmente con el acuerdo de los empresarios(5).
A mediados de abril los empresarios saludaban que “desde hace tres semanas el panorama ha variado favorablemente en lo que respecta a ausentismo y pérdida de horas de trabajo por paros y huelgas; y aunque es prematuro afirmarlo, probablemente mejoró la productividad. Es consecuencia del congelamiento de las actividades sindicales, la suspensión del derecho de huelga, la supresión del fuero gremial y, por sobre todo, el restablecimiento de un clima de autoridad después del generalizado desorden”(6). Clarísimo. La patronal había recuperado el control de los lugares de trabajo a punta de fusil y falcon verdes.
Los “capitanes” se concentran
La burguesía argentina pretendía que este aplastamiento físico y el terror sobre la clase obrera se tradujeran en una salida estratégica para el capital.
El cambio de frente de la burguesía en el plano político se traducía en el económico en el llamado a abandonar las viejas prácticas “estatistas”(7). Agostino Rocca, el padre de Techint, se planteaba: “¿es capaz el empresariado argentino de aceptar el desafío que el nuevo gobierno ha propuesto y vivir en un sistema libre en lugar de un sistema dirigista, de precios administrados y estatizados? Ello encierra una gran responsabilidad”(8).
La dictadura nacía como producto de una compleja articulación de intereses, y debía actuar como una suerte de árbitro entre la burguesía nacional y el imperialismo(9). A eso respondió el programa económico de Martínez de Hoz. Por un lado, buscaba la liquidación de la industria obsoleta para apurar una concentración de los sectores capaces de insertarse en el mercado mundial; por el otro, estimulaba el ingreso del capital extranjero, el endeudamiento generalizado y la especulación financiera.
El Estado fomentó un proceso de concentración de capital a través de una “promoción industrial” y la desestatización parcial (Somisa, YPF, etc). Así fue que se formaron enormes holdings y trusts para la explotación del petróleo, la celulosa, la exportación de manufacturas agrarias, la petroquímica, la comercialización de materias primas, el acero y la banca. Los grandes beneficiarios de este proceso de concentración fueron el gran capital nacional, los llamados “capitanes de la Industria”: Perez Companc, Techint, Macri, Fortabat, Celulosa, Roggio, Acindar, Bulgheroni, etc.(10). Como demuestra Majul la mayoría de los “dueños de la Argentina” de hoy se consolidaron en el período 1976-83: sus fortunas crecieron geométricamente y ampliaron su plaza comercial y productiva a partir de brutos subsidios y beneficios en los contratos con el Estado(11).
Rescatando al capital
El “plan” de Martínez de Hoz se fundamentó en la desregulación de la especulación. Cada empresa importante creó su propia compañía financiera. Las grandes empresas tomaron préstamos en el extranjero a tasas menores a las internas.
“El gobierno confiaba en que el libre juego del mercado llevaría la racionalidad del capital a normalizar la economía, desarrollando los sectores competitivos del mercado mundial. Pero la lógica del capital no es la racionalidad económica sino la procura de la ganancia (de cualquier tipo). El plan era una mistificación: había una guerra de monopolios, con soluciones empíricas y temporarias, que agudizaban aún más las oposiciones capitalistas y la anarquía de la producción en el contexto de la crisis mundial”(12).
El plan de Martínez de Hoz sucumbió con la crisis mundial de 1980/82. La producción industrial era, en 1981, un 17% menor a la de 1975; hubo salida de capitales automotrices (General Motors, Citröen, Peugeot y Chrysler)(13); se produjo la quiebra de importantes bancos (BIR) y grandes empresas privadas (Sasetru); inflación monstruosa; insolvencia financiera (entre 1976-83 la deuda externa argentina crece el 537%).
En 1981 el Estado argentino se hace cargo de las deudas privadas rescatando a Acindar, Papel Prensa, Aluar, Induclor, Dálmine Siderca, Autopistas Urbanas, Celulosa, Puerto Piray e Interama. En 1982, ya con Domingo Cavallo al frente del Banco Central, se cierra el ciclo con la estatización de la deuda de las grandes empresas, como Perez Compac, Renault, Sideco, Socma, Suchard, Cargill, Ford, Selva Oil, Fiat Concord y Materfer, Soldati, Brown Boveri, Philco, Merck, Scania, entre otras.
Con el fracaso económico de la dictadura, y Malvinas mediante, la burguesía y el imperialismo vuelven a cambiar de frente y optan por la “salida constitucional”. La clase social que organizó aquel sangriento golpe de Estado; que alentó y reclamó los secuestros y asesinatos; que se enriqueció y trasladó sus deudas a la población trabajadora, hoy gobierna más que nunca. La pantalla de la “democracia” terminó por servirle mejor que la de la dictadura para apoderarse de los recursos del país, acentuar la superexplotación de los trabajadores, desconocer derechos y conquistas y someter al país a un colonialismo financiero.
Matías Villar
1. Prensa Obrera N° 933, Oviedo, Luis: “Cómo la
burguesía nacional organizó el golpe del ‘76”.
2. La Razón, 9/3/1976.
3. Clarín, 8/2/1976.
4. La Razón, 18/3/1976.
5. Página/12, 26/2/2006.
6. La Nación, 18/4/1976.
7. Schvatzer, Jorge: La Industria que supimos con-
seuir, Planeta, Bs. As, 1996.
8. Revista Redacción N° 39, mayo 1976.
9. Magri, Julio N.: “La crisis de la dictadura militar y
sus consecuencias”, en Internacionalismo N° 2, Dic.
1980.
10. Aspiazu, Basualdo, Kahavisse: “¿Capitanes de la
industria o generales de la economía?”, folleto.
11. Schvatzer, Jorge: op. cit.
12. Majul, Luis: Los dueños de la Argentina, Sudame-
ricana, Bs. As., 1994.
13. Schvatzer, Jorge: Op. cit.
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