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domingo, marzo 18, 2018
¿Quién fue Juan Manuel de Rosas?
El 14 de marzo de 1877 fallecía, en la ciudad inglesa de Southampton, Juan Manuel de Rosas. ¿Quiénes eran sus aliados y adversarios? Un breve recorrido a través de algunos documentos de su época.
Como ocurre con los consagrados héroes nacionales solo mencionar su nombre evoca casi automáticamente actitudes favorables y disidentes. Ese efecto, sin embargo, no es producto del curso azaroso de la historia sino que sintetiza el peso y uso del pasado en el presente.
A modo de repaso... recordemos
Rosas fue gobernador de Buenos Aires desde 1829 hasta 1852, con un breve interregno, y estuvo al frente de las relaciones exteriores y de guerra de la entonces llamada Confederación Argentina integrada por Santa Fe, Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes, Tucumán, Salta, Jujuy, Santiago del Estero, Catamarca, Córdoba, La Rioja, San Juan, San Luis y Mendoza.
Su ideario federal no se transformó en realidad ni económica ni política pues al frente de la provincia más rica aseguró que los recursos se mantuvieran en ella y el poder político y militar de Buenos Aires hicieron lo suyo para evitar la aparición, por un lapso de casi dos décadas, de un proyecto alternativo.
Como su mejor representante contó con el apoyo brindado por los grupos terratenientes bonaerenses, los primeros de su clase pero no excluyentes, vinculados más directamente a las fuerzas productivas del país (asentados en la gran propiedad de la tierra) fuente genuina que hizo viable el ejercicio y la centralización política durante sus mandatos y la base indispensable que le permitió maniobrar en determinados momentos frente a la política colonialista británica y francesa en nuestras tierras.
Hegemonía que suscitó, además, el apoyo de los sectores del “bajo pueblo”, condición necesaria para la configuración social anhelada por los “amigos del orden” bonaerense, luego de la experiencia conflictiva de la década del 20. El título de “Restaurador de las Leyes e Instituciones” con el que asume en 1829 rendía homenaje a esa labor, restaurar la “ley y el orden” que había caracterizado al gobierno de Martín Rodriguez (1820).
Se restablece con Rosas el orden político que la revolución colonial, las guerras civiles y la ruptura del orden económico virreinal habían dislocado. En este punto el legado rosista llega a su clímax, al sentar las condiciones sociales/legales elementales para la subordinación de la fuerza de trabajo en la consolidación de la acumulación originaria del capitalismo colonial, especialmente bonaerense, combinando “la persecución al gaucho en cuanto gaucho y dándole protección en cuanto peón de estancia”.
La exaltación nacionalista de buen patrón o las críticas sarmientinas y liberales sobre su régimen político deben ser interpretadas como tramas políticas de una clase en formación, como lecturas identitarias de la retrógrada clase terrateniente argentina.
Volver a las fuentes
La historiografía argentina ha vuelto una y varias veces sobre Rosas, con fines y usos no sanctos como parte del juego sucio del uso público del pasado. En la actualidad, la apuesta política del oficialismo parece alejarse de las polarizadas polémicas de los últimos años para ubicar a los personajes de la historia oficial en un relato de acontecimientos, reverencial de ciertos valores morales, contextualizados en un lugar vacío o neutralizado. Nada más necesario, entonces, redescubrir a Rosas recurriendo al ejercicio historiográfico de volver a las fuentes y reconstruir parte de su trayectoria a través de su propio testimonio y el de los actores de su época. Veamos.
Rosas y la Iglesia o “Religión o muerte”. A propósito de su trágica decisión de fusilar a Camila O’Gorman y al cura Guitierrez en agosto de 1848, Rosas reafirma en una carta su autoridad e ideario conservador apelando a la religión (su fe católica) en los siguientes términos, “ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Camila O’Gorman; ni persona alguna me habló en su favor. Por el contrario, todas las primeras personas del clero me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo. Y siendo mi responsabilidad, ordené la ejecución.” (Intercambio con M. Terrero)
Consentimiento y orden.
Respecto a la necesidad de disciplinar y controlar a las masas rurales y urbanas Rosas relata al representante Santiago Vázquez, agente del gobierno Oriental en Buenos Aires, los errores que todos los políticos y gobernantes cometían en relación con el pueblo: “Me pareció, pues, desde entonces, muy importante conseguir una influencia grande sobre esa clase para contenerla, o para dirigirla; y me propuse adquirir esa influencia a toda costa; para esto me fue preciso trabajar con mucha constancia, con muchos sacrificios de comodidades y de dinero, hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos y hacer cuanto ellos hacían; protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar de sus intereses, en fin, no ahorrar trabajo ni medios para adquirir más su concepto”.
Disciplina y terror.
El patrón de “Los Cerillos” alertaba con clara conciencia de clase la necesidad de hacer valer el orden político en la estancia y en la república, “así como cuando queremos fundar un establecimiento de campo, lo primero son los trabajos preparativos de cercados, corrales, desmontas, rasar, etc.; así también para pensar en constituir la República, ha de pensarse antes en preparar los pueblos acostumbrándolos a la obediencia y al respeto de los gobiernos” (Rosas, Instrucciones a los mayordomos de estancias, 1819).
El disciplinamiento del gaucho/peón y la liquidación y pacificación de los indios y la obligatoriedad del respeto a la propiedad, quedaría registrado en sus “Instrucciones a los mayordomos de estancias”: “Todo animal ajeno sea caballo o vaca o lo que fuere no debe usarse, ni ensillarse, ni por chanza. El peón o capataz que ensille un caballo ajeno o haga uso de un animal ajeno, sea de la clase que sea, comete un delito tan grande, que no lo pagará con nada absolutamente; y en el caso de cometer ese delito, será penado con echarlo, (...) y a más será castigado según lo merezca”.
Y como señala el historiador Di Meglio, en el ámbito urbano recurrió a métodos que combinaban el control tradicional de la policía sobre la plebe con el “terror” y la actuación de la Mazorca, un órgano parapolicial para la eliminación del disenso y de la competencia política de los opositores.
La oligarquía argentina está con Rosas.
“Arana, Albarracín, Alcina, Balcarce, Basavilbaso, Capdevila, Costa, Estrada, Elizalde, Gorostiaga, Iraola, Leloir, Laspiur, Lezama, Medrano, Marcó del Pont, Navarro, Oromí, Casares, Pinedo, Pirán, Pedriel Riglos, Roxas y Patrón, Rocha, Santa Coloma, Saénz Peña, Segurola, Uriburu, Unzué, Victorica, Anchorena, Álzaga, Alvear, Benegas, Castex, Díaz Vélez, Güiraldes, Guerrico, Huergo, Lezica, Llavallol, Lahite, Lastra, Martínez de Hoz, Obligado, Piñeiro, Peralta Ortiz de Rosas, Sáenz Valiente...” (M. Peña, tomado de Adolfo Saldías)
Un pragmático estanciero bonaerense.
Respecto a la organización nacional Rosas aseguró el interés de su clase, “Ya dije a usted que yo no soy federal, nunca he pertenecido a semejante partido, si hubiera pertenecido, le hubiera dado dirección, porque, como usted sabe, nunca la ha tenido. (...) En fin, todo lo que yo quiero es evitar males y restablecer las instituciones, pero siento que me hayan traído a este puesto, porque no soy para gobernar”. (Confidencias de don Juan Manuel de Rosas...)
A propósito del bloqueo de Francia y Reino Unido a Buenos Aires en 1847, el conde Walewsky, comisionado francés retrata a Rosas: “Si él hubiera creído desde un principio que Francia e Inglaterra estaban dispuestas a hacerle seriamente la guerra, jamás hubiera tratado de sostener la lucha (...). El general Rosas sabe muy bien que, si abandona Buenos Aires, no podría volver más, porque, habiendo desaparecido el prestigio de su fuerza, surgirían por todas partes los enemigos más encarnizados para exterminarlo. Por eso aceptaría todas las condiciones posibles antes de correr el riesgo de ser arrojado de su capital”.
Southaumptom.
Los ingleses constituyeron uno de los principales grupos propietarios de la época, exceptuados del servicio militar y el privilegio de prensa propia, el “British Packet” 1826/1859, libre del control gubernamental. En 1831 ante la muerte de Jorge IV y en 1837 la de Guillermo IV, Rosas decretó duelo provincial presentando saludos oficiales a la reina Victoria. Según explica Henry Southern al ministro inglés Palmerston: “Rosas siente una marcada predilección por el carácter inglés (...) siempre ha sido estimado y apreciado por los ingleses, entre quienes ha hecho muchas amistades e incluso conexiones duraderas”.
Durante la etapa final de su vida, exiliado luego de la derrota de Caseros (1852) en el Reino Unido, se verá impactado por el nuevo clima de ideas liberales y positivistas y la expansión de la propaganda socialista que desafiaban la religión y al capitalismo, pero serán las acciones violentas de las masas insurrectas de la Comuna de París (1871) las que despertarían su más firme condena y sentido reaccionario.
“Una sociedad de guerra”.
Como un fantasma que recorre Europa, Rosas define a la I Internacional como “sociedad de guerra (...) y de odios, que tiene por base el ateísmo y el comunismo; por objeto la destrucción del capital y el aniquilamiento de quienes lo poseen, por medio de la fuerza brutal del gran número, que aplastará todo de cuanto intente resistirle. (...) no es necesario demostrar largamente que son la negación de todos los principios sobre los que descansa la civilización” (Raed, José, Rosas. Cartas confidenciales a su embajadora Josefa Gómez). Y recomendaba, para contrarrestar su influencia, la autoridad de poderes extraordinarios, una especie de Santa Alianza integrada por las naciones de la cristiandad, regida por la dictadura temporal del Papa.
Despreciable plebe.
Frente a la insolencia y la conflictividad de la plebe representada en el movimiento obrero inglés insiste, “cuando hasta en las clases vulgares desaparece cada día más el respeto al orden, a las leyes y el temor a las penas eternas, solamente los poderes extraordinarios son los únicos capaces de hacer cumplir los mandamientos de Dios, de las leyes, y respetar al capital y a sus poseedores” (Rosas, Southaumptom, 1872).
Liliana O. Caló
@LilianaOgCa
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