El capitalismo está cambiando a velocidad de vértigo y cada vez se muestra más superpoderoso. Y lo está haciendo en su manifestación más externa, más aparente y más cercana. Pero no separemos la apariencia del capitalismo de su esencia, no la veamos en su diferencia sino en su igualdad. Recordemos entonces a Hegel cuando dice que la apariencia es la esencia en la determinación del ser, esto, en su determinación perceptiva. No sigamos representándonos la esencia del capitalismo en forma exclusiva como la contradicción que se da en el seno del capital industrial entre capital y trabajo. Pensemos el plusvalor como como la cantidad de plustrabajo que genera el trabajo bajo todas las formas del capital y que es apropiado por los capitalistas de las más diversas formas. No sigamos atado a la noción de monopolio como aquella condición económica donde con respecto a una determinada clase de producto hay una sola empresa que la produce. Pensemos en los precios de monopolio como aquella condición económica que se da en una empresa que produce su bien o servicio para millones de consumidores y actúa en el mercado global. Pensemos que bajo el dominio de la publicidad y el quehacer de los influencers en las redes sociales el consumidor solo desea poseer una determinada clase de bien. Comprendamos que las grandes marcas conocen la fidelidad de las grandes masas sociales por sus productos, que su precio no corresponde a su valor, que está por encima, y, por consiguiente, obtienen el plusvalor de una parte del salario del consumidor. Igual que ocurre con el interés que paga un trabajador por el crédito que pide para comprarse un automóvil o una vivienda: es parte de su salario. Las grandes masas sociales están siendo enormemente explotadas no solo en su trabajo, sino también cuando consumen. Por eso decía al principio que deberíamos ver la esencia del capitalismo bajo la determinación del ser, esto es, en su apariencia y manifestación externa, esto es, en el mercado.
Las grandes empresas tecnológicas, Apple, Google, Microsoft, Amazon y Facebook, son las cinco compañías más valiosas de la actualidad. Su revalorización bursátil es sobrecogedora. Apple se ha revalorizado en un 46,11 % en 2017, Google en un 32 %, Microsoft en un 37 %, Amazon en un 56 %, y Facebook en un 53,6 %. Junto a las empresas financieras las empresas tecnológicas están hegemonizando el poder de la globalización. Comparen esas extremas revalorizaciones bursátiles con las raquíticas subidas salariales de las grandes masas de la población mundial durante 2107 o con las pensiones. Expresan de modo absolutamente explícito el enorme poder del capital sobre el trabajo. Pero hay además un dato muy revelador: Facebook basa su negocio en la publicidad. Y la publicidad constituye hoy día una de las más destacadas herramientas en la formación de la conciencia social. Luego su poder ideológico es inmenso.
Todas esas empresas tienen que ver con el objeto y modo de consumo de las grandes masas de población: los dispositivos móviles, los ordenadores, el uso de internet, el comercio electrónico y la participación en redes sociales. De acuerdo con Marx la percepción del objeto crea la necesidad del objeto. Pues bien, la publicidad a través de las imágenes de los objetos no cesa de generar esa necesidad. Las imágenes pertenecen al ámbito de la vida particular y no permiten que la gente supere los marcos de la percepción. Las grandes marcas que a través de la publicidad excitan la necesidad de las grandes masas sociales impiden el desarrollo de la conciencia general. Y la conciencia general, la conciencia que va más allá de la vida particular, es el único medio por el cual la gente se puede pensar como clase social, como interés común, y nacer en ella la necesidad de la rebelión contra el estado de cosas existentes.
Dentro de las llamadas redes sociales –sería adecuado llamarlas redes sociales capitalistas– cobran especial importancia Facebook e Instagram. Facebook tiene 2.000 millones de usuarios activos al mes, e Instagram 700 millones. La que crece de forma más acelerada es Instagram. Es evidente que el poder de masas de estas redes sociales es colosal. Es evidente igualmente que son monopolios y que su poder está por encima de los Estados y más allá de ellos. Hablemos en especial de Instagram y de cómo crea capitalismo. Piensen que el dinero es signo de trabajo. Piensen además que si una persona ingresa más de 500.000 euros anuales, al no poder gastarse toda esa suma en su consumo personal, el dinero restante, el ahorro, se transforma en capital. Y el capital es el medio por el cual se succiona trabajo ajeno. En Instagram hay unos protagonistas fundamentales: los influencers. El objetivo principal de los influencers es ganar seguidores. Para ello suben fotografías y videos de sus viajes, de sus casas, de su familia incluido el perro, y de su cuerpo semidesnudo. No crean a Cristina Pedroche, por ejemplo, cuando muestra su cuerpo desnudo y afirma que su cuerpo es suyo y lo presenta como un acto de libertad. No lo hace como un acto de liberación y mucho menos tiene el significado de una acción feminista, lo hace para aumentar el número de sus seguidores. Con el aumento de sus seguidores en las redes sociales, su cotización como prescriptora de las grandes marcas aumenta. Desde que los influencers alcanzan la cifra de 250.000 seguidores su cotización prescriptora ya ha alcanzado un buen nivel. Las grandes marcas empiezan a fijarse en ellos y llegan a acuerdos publicitarios. Ahora cuando los influencers suben una imagen, la acompañan con un post publicitario. Doy los datos más escandalosos: Selena Gómez, con 123 millones de seguidores, ingresa 550.000 dólares por publicación, Kim Kardashian, con 101 millones de seguidores, ingresa 500.000 dólares por publicación, y Cristiano Ronaldo, con 105 millones de seguidores, ingresa 400.000 euros por publicación. Pero ya teniendo 250.000 seguidores se puede ingresar entre 7.000 y 9.000 euros mensuales. Una bloguera italiana llamada Priscila con solo 250.000 seguidores facturó 9 millones de euros en 2017. Devastadora resulta esta imagen del capitalismo. Sin trabajar, o trabajando muy poquito, hay personas, como las mencionadas, que se hacen inmensamente ricos. Y el factor que lo hace posible son los seguidores: las grandes masas de la población que viven enajenadas: sin control consciente de lo que crean y sin poder sobre lo que crean.
Pensemos solo en los 700 millones de usuarios de Instagram. No constituyen ninguna unidad. No están organizados. La unidad está en la propia Instagram y en los influencers. Instagram no provee a los usuarios de un valor de uso acabado: ofrece un espacio vacío. Son los millones de usuarios quienes produciendo imágenes fotográficas y comentarios llenan ese espacio vacío. Son los usuarios quienes hacen que Instagram sea una realidad. Lo mismo sucede con Facebook. Estas empresas dicen que su servicio es gratuito, pero no es así. En parte, porque ofrecen solo un espacio vacío, y en parte, porque obliga a los usuarios a consumir publicidad. Los usuarios de las redes sociales deberían sublevarse. No deberían contribuir a fortalecer el capitalismo y a crear nuevos capitalistas. Deberían organizarse. Deberían exigir derechos como usuarios. Como son los principales productores de las redes sociales, deberían exigir a los proveedores que una parte de la riqueza generada, aunque sea por vía publicitaria, tuviera un destino social. No permitamos que las nuevas tecnologías, un poderoso medio para producir personas más universales, produzca la mayor enajenación de masas que ha creado la historia. La enajenación se produce cuando aquello que se hace realidad por el concurso de las grandes masas sociales, piénsese en los 2.000 millones de usuarios de Facebook, escapa a su control consciente y terminan dominadas por dicha realidad.
Francisco Umpiérrez Sánchez
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