sábado, abril 14, 2018

Rodolfo Llopis: Hablando con Lunacharski



Rodolfo Llopis (1895-1983) resulta harto representativa del prestigio que gozaba el comisario de cultura ruso en la izquierda que seguía reclándose del marxismo.

Aunque el úlnico testimonio conocido por parte del equipo dirigente del PSOE clásico sobre la Rusia soviética sea el de Fernando de los Ríos (que se límita a contrastar una visión de turista de izquierdas con ”lo que debe ser” según sus esquemas casi británicos que en ningún momento parece considerar el país concreto del que trata), existieron otros viajeros socialistas menos conocidos. Entre ellos Daniel Anguiano que fue con don Fernando y que nunca alcanzó el nivel de una edición, los escritos de Julio Álvarez del Vayo, que visitó la URSS en plena guerra civil y que vertió parte de sus opiniones en la edición de “Mi peripecias en España” de León Trotsky, así como Rodolfo Llopis (1895-1983) resulta harto representativa del prestigio que gozaba el comisario de cultura ruso en la izquierda que seguía reclándose del marxismo. Llopis dirigente socialista y pedagogo, especialmente conocido en el exilio, viajó a la URSS a finales de los años veinte y dejó su testimonio en Cómo se forja un pueblo. La Rusia que yo he visto. (Editorial España, Madrid, 1929) En el exilio fue dirigente del partido hasta que fue derrotado en Suresnes por el equipo de Felipe González, para acabar en el olvido después de tratar de recomponer un PSOE “histórico”. De alguna manera, el texto es un reflejo de lo que significó la cultura en la fase de Anatali Lunacharski, que falleció cuando viajaba a España a ocupar el primer consulado soviético. Lo que vino después quedará sintetizado por un personaje sin personalidad.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

En plena tormenta

Ocho de abril, lunes. Lunacharski me había citado para aquella mañana en la Narkompros, es decir, en la Comisaría del pueblo para la Instrucción pública.
Nevaba. Me encamino hacia el bulevar Tchistoprudny. En el número 6 está la Narkompros. Dos placas, una a cada lado del portal, con inscripciones en ruso y en francés, lo indican. En el vestíbulo, a derecha e izquierda, los imprescindibles guardarropas: abrigos, gorras, sombreros, galoches… En los rincones, puestos de libros y periódicos. Por las escaleras laterales se va a los pasillos donde afluyen las distintas dependencias. En las paredes, el clásico «periódico mural», anuncios de propaganda soviética, estadísticas, diagramas, gráficos, el indispensable buzón de la samocrítica… En cada piso, un modesto «buffet», con espléndido «samovar»,té, caviar… En los sótanos, el restaurante, siempre lleno…
Subo por la escalera central que me conduce al primer piso. Un gran cuadro: Lenin escribiendo. Un antedespacho pequeñito. Retratos de Krupskaia y de Lunacharski.
En un cuadro bastante malo, Lunacharski se deja pintar… A la izquierda, el despacho del comisario del pueblo. A la derecha, la secretaría particular. Graciosos blusones rusos que entran y salen…
A las dos de la tarde llega Lunacharski. Esta mañana vino de Leningrado. Mañana marchará a Ginebra a la Conferencia del Desarme. Le pasan la firma. Me llama. Ya estoy ante Lunacharski, ante uno de los hombres más interesantes de la Revolución rusa. Dramaturgo, poeta, filósofo, hombre de acción, antiguo amigo de Romain Rolland… Su mejor obra —Religión y socialismo— no puede circular actualmente en Rusia. Y cuando se publicó, Lenin la combatió duramente. Su mejor drama —El Quijote emancipado— ha conseguido los honores de la traducción. El escenario de la Volksbühne, de Berlín, ha dado vida al episodio de los galeotes, en el que dos estudiantes salmantinos, Rodrigo y D. Baltasar, simbolizan a Lenin y Trotsky… Lunacharski redacta argumentos para películas. Lunacharski, comisario del pueblo, marchará esta vez a Ginebra sin su compañera. Me dicen que no ha conseguido el obligado pasaporte. El partido es así de severo. ¡Todavía se acuerdan de la apasionada historia del collar de perlas…!
Anatolio Vassilievitch, llamado también «Galerka» y «Voinoff», aunque más conocido por Lunacharski, comenzó su vida de militante revolucionario en 1899. En 1904, estando en Kief, se adhirió a los socialdemócratas. Perseguido y condenado, recorre Europa pronunciando conferencias hasta 1917. Habla en inglés, en francés, en alemán, en italiano… La revolución de octubre lo exalta a comisario de Instrucción pública. El Gobierno se instala en Petrogrado. La lucha sigue encarnizada en las calles de Moscú. A Lunacharski le dicen que los revolucionarios han bombardeado el Kremlin, la iglesia de la Asunción, San Basilio, que hay millares de víctimas. Lunacharski no puede sufrir en silencio tanta desgracia. El 2 de noviembre escribe su famosa carta: «No puedo más —dice—. Ha sido colmada mi medida. Yo no puedo evitar estos horrores. No puedo trabajar bajo la impresión de estas ideas que me enloquecen. Dimito. Me retiro del Consejo de los Comisarios del pueblo. No ignoro la responsabilidad que contraigo con esta decisión; pero no puedo más…»
Al día siguiente mejor informado, retira la dimisión. Lo anunciaba «a todos los obreros, campesinos, soldados y marinos y a todos los ciudadanos de Rusia» en un vibrante manifiesto. «El pueblo trabajador —decía— es ya dueño absoluto del país. Además de las riquezas materiales ha heredado grandes riquezas culturales: edificios de gran belleza, museos, bibliotecas…Todo eso es ahora patrimonio popular. Todo eso ayudará a que el pobre y sus hijos se transformen en hombres nuevos… ¡Conservad para vosotros mismos y para vuestros descendientes las bellezas de nuestra tierra!
¡Sed los custodios de los bienes del pueblo!…»
¡En plena tormenta vibró imponente la voz del espíritu!…

Podemos inventariar nuestra obra

—¡Ya podernos inventariar nuestra obra —me decía Lunacharski—, aunque apenas si está comenzada! Ya podemos mirar hacia atrás… ¡Mirar hacia atrás!… Es recordar mi llegada al ministerio, la negativa de los funcionarios a colaborar con nosotros… Me encontré solo. Solo con un puñado de militantes decididos y sin ninguna experiencia pedagógica. Tuvimos que resolver nosotros mismos nuestros propios problemas. Como carecíamos de técnicos, nos faltaba tradición. Mejor. Eso nos permitió avanzar rápidamente. Eso facilitó nuestras rectificaciones. Porque la escuela rusa —afirma Lunacharski— no es el resultado de una teoría, ni la realización del ideal de un pedagogo. Es el producto de la Revolución de Octubre Cada revolución lleva en sí los elementos de todo un sistema educativo. La Revolución de Octubre, revolución proletaria, lleva fatal —Los maestros son distintos. Plejanov decía que el agitador es un hombre que da una idea a la multitud, y que el propagandista, por el contrario, es hombre que da multitud de ideas a un pequeño núcleo de personas. Entre nosotros, el maestro ha de serlo todo, agitador y propagandista, porque propaganda y agitación descansan en la instrucción. Atravesamos un momento —añade Lunacharsky— en que todo trabajador de la enseñanza ha de ser trabajador de la revolución…

La escuela y la vida

—Hoy, al cabo de doce años; hoy que ya puede inventariarse la obra pedagógica de los soviets, ¿cuál es el rasgo más típico de la escuela rusa? —pregunté.
Y Lunacharsky va enumerando los rasgos, buscando el más típico: la coeducación en todos los grados…, las relaciones de camaradería que existen entre maestros y alumnos…, el contenido revolucionario de los programas…, el gran desarrollo del sentimiento de la responsabilidad que ha provocado en los niños…, el que los niños crean ahora que las escuelas son suyas…, la total compenetración entre la escuela y la vida… Quizás esto último sea lo más característico. Esa compenetración es tan íntima, que cuando el Estado ha trazado su «gosplan», es decir, su plan económico quinquenal, y ha dicho que en los próximos cinco años la agricultura debe incrementarse en un 30 ó en un 35 % y la fundición aumentarse en ocho o diez millones de toneladas, ha pensado inmediatamente en la escuela. Cuando se dice que necesitamos 43.000 ingenieros, 66.000 técnicos y dos millones de obreros calificados…; cuando se dice que la agricultura necesita 30.000 ingenieros agrónomos, 40.000 ayudantes, 250.000 tractoristas, 50.000 mecánicos y cinco millones de campesinos instruidos adecuadamente, hay que pensar en los 160.000 maestros más que hacen falta para realizar ese plan. Porque no puede haber desarrollo económico sin un previo desarrollo cultural. La instrucción pública es la base de ese plan. Sin instrucción pública no tendremos mano de obra calificada. No hay instrucción por instrucción. El maestro tiene que tener presente que cuando esté en los jardines de la infancia está ante un obrero en potencia, que cuando esté en la escuela primaria se encuentra ante un futuro trabajador. Por eso hoy la industrialización del país y la colectivización de la agricultura, que tanto preocupan a los Soviets, imprimen actualmente carácter a la labor escolar.
—La Revolución rusa —continúa Lunacharsky— ha impuesto las condiciones de nuestro desenvolvimiento. No hemos hecho lo que hemos querido, sino lo que la vida ha exigido de nosotros. Primero hubo que organizar la defensa del país. Es lo que se llamó el primer frente, o frente militar. Después hubo que organizar la economía del país. No se podía continuar el hambre de 1919. Era perder la revolución. Surgió el segundo frente, o frente económico. El tercer frente es el frente pedagógico. Llegará un momento —concluye Lunacharsky— en que desaparecerá la necesidad del primer frente y en que el segundo será sólo una cosa mecánica. Quedará el tercero nada más. Entonces, siguiendo a Engels, pasaremos del reino de la necesidad al de la libertad…

(El Sol, 24 de julio, 1929)

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