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domingo, julio 01, 2018
Hollwood y la trata de negros
Hace ya unos años, las agencias contaron que en su visita a Putin, el presidente norteamericano Bush jr., tuvo el detalle de sacarle a relucir a éste la historia del “Gulag” y todo lo demás, atribuyéndolo todo-por supuesto- al “comunismo”. El presidente ruso que se esperaba algo así, no dudó en devolverle la pelota. De alguna manera le respondió algo así como mira quién vino a hablar. Entonces le recordó al señor de la guerra del Dios del Sinaí el papel de los Estados Unidos en la trata de negros así como en el exterminio de las tribus indias. Otro más actualizado le podría haber sacado a relucir Vietnam, su papel en toda clase de golpes de estados en el mundo (a Suharto, Pinochet, etc.), pero la cosa quedó ahí. En realidad, ninguno de los dos merecía hablar de estas historias de las que, en no poca medida, habían sido beneficiarios.
Desde el lado norteamericano resulta cuanto menos curioso que una industria tan emblemática como la de Hollywood, que produjo decenas de películas contra el “comunismo” (descrito como algo propio de gente sin escrúpulos, como personajes propios del cine negro), la trata de negros apenas sí asomó por sus cámaras, aunque no faltaron apuntes y no precisamente “humanistas” como el expresado por El nacimiento de una nación (David Wark Griffith, 1915), cuyo estrenos por diversas ciudades dejó tras de sí un reguero de linchamientos animados por el Klan. Aunque la experiencia sirvió de advertencia cómo quedaría evidenciado en Lo que el viento se llevó, cuya adaptación enmendó la encendida narrativa racista de la novelista Margaret Mitchell, hubo decenas de películas en las que la esclavitud era tratada como algo natural. De hecho, no fue hasta pasada la II Guerra Mundial que se puede hablar de un cine “liberal antirracista”, sí bien los títulos que abundaban en directo el en la que hasta llegar a Amistad (EUA, 1997), de Steven Spielberg pasando por algunos unos escasos ejemplos europeos como Tamango (Francia, 1958), obra del “black liste” exiliado John Berry, y pocos más. Entre nosotros este tema quedó representado por títulos como Fray Escoba (1962), y no faltan voces (Josep Piqué) que se atreven a declarar que “nuestra colonización fue consentida”, por no hablar de otras (Fraga) que proclamó hasta el final que España no colonizó sino que “evangelizó”
En este apartado, el capítulo más importante lo ha jugado la televisión, a pesar de todos los impedimentos del poderoso “lobby” neoconservador norteamericano que, en este punto, roza unos criterios revisionistas no muy diferentes al empleado por cierta historiografía sobre el nazismo o el franquismo. Aparte de los títulos clásicos citados en los estudios mencionados, habría que añadir algunos documentales que cuentan quiénes fueron los ideólogos y factótums de las redes solidarias con los esclavos fugados.
Es el caso de la serie que en 1987 se hizo para televisión sobre el líder abolicionista Frederick Douglas, el más importante e influyente de su tiempo. Y es precisamente el medio televisivo el que mayor filmografía atesora en esta materia. Ahí está el caso de Friendly Persuasión (1975) del aplicado Joseph Sargent, una puesta en escena de los libros antiesclavistas de Jessamyn West situada históricamente en los años de la guerra civil norteamericana. Otra buena historia filmada es la de Harriet Tubman, una esclava que consiguió huir al Norte y que llegó a ser una de las voces habituales en los mítines y conferencias que realizaban los aboque más duele al espectador es el desamparo y el desprecio que los esclavistas tuvieron respecto a sus “propiedades”, punto en el que resulta magistral el personaje encarnado por James Mason en Mandingo (EUA, 1975) una de las obras más logradas sobre la cuestión.
Solomon Northup no pudo recuperar la libertad y regresar a su vida normal, hasta que se convirtió en un acérrimo abolicionista, una actividad militante que mantuvo hasta su muerte en fechas y circunstancias que no han quedado aún demasiado claras. Una de las causas que posibilitaron el rescate de Northup y de otros muchos como él, fue la ley del estado de Nueva York aprobada en 1840 por la que se podía/debía recuperar a cualquier ciudadano libre (fuera cual fuera su raza o color) que fuera secuestrado y vendido como esclavo en cualquier parte de la nación. La temática fue ya motivo de atención en Solomon Northup’s Odissey, un trabajo para la televisión pública estadounidense (la PBS) dirigido por Gordón Parks, reconocido animador de cine blaxploit en la década de los 70 del siglo pasado con el detective Shaft (Richard Roundtree), que en una de sus aventuras se enfrentó con unos tratantes de esclavos . Northup fue encarnado entonces por el excelente actor Avery Brooks (Hawk en la teleserie Spenser, detective privado y su subsiguiente spin. En A woman callea Moses (1978) del destajista Paul Wendkos, con Cicely Tyson (Mona Lisa) encarnando a Miss Tubman, en una cinta donde por cierto interviene como secundario nada menos que Orson Welles que se tenían que ganar las habichuelas en papeles muy menores.
Las historias Underground Railroad tuvieron héroes anónimos como el granjero de ascendencia holandesa protagonista de House of Dies Drear (1984) de Alian A. Goldstein que fue parte activa de ese “tren clandestino”; aunque más popular fue El viaje de August King (1985) también de la pareja interracial formada por otro granjero (Jason Patrie), y una esclava prófuga (Thandie Newton), una obra bienintencionada pero carente de fuerza dramática como es propio de John Duigan (Romero), y que aquí llegó en formato televisivo. Un formato al que hay que recurrir al tratar cuestiones con tan mala prensa como la trata de negros, y sobre la cual se han producido no pocas serie y documentales del mayor nivel de exigencia y que tendría que estar p presente en escuelas y bibliotecas públicas.
Todo este panorama comienza a cambiar radicalmente en la gran pantalla con títulos tan emblemáticos como 12 años de esclavitud, (EUA, 2014) una obra ambiciosa de Steve McQueen, el director de color de nombre similar al del protagonista de La gran evasión. El cineasta ya tenía un bagaje destacado como artista y como hombre de cine off blockbusters de Hollywood. Sus filmes Hunger (basado en la huelga de hambre real que inició un preso político) y Shame (centrado en la adicción sexual de un bróker neoyorquino), lo habían convertido en un auténtico icono del cine independiente. Con esta producción radicalmente antiesclavista, Steve aborda la cuestión con un coraje que no se veía desde Espartaco, con una franqueza que no estaba presente en Amistad (EUA, 1997), ya que Spielberg acaba adoptando el punto de vista del liberal blanco que asume puntualmente la defensa de los negros sublevados en alta mar.
En 12 años de esclavitud, Me Queen se mantiene fiel a su estilo seco, poético y duro, pero para ello ha partido de una historia verídica, la de Solomon Northup (1808-?), un negro libre nacido y residente en Saratoga Springs, en el Estado de Nueva Cork. Había sido violinista y hombre respetado en su comunidad, hasta que fue engañado, drogado y vendido como esclavo en Washington. Northup (Chiwetel Ejiofor) relataría esas penurias que duraron más de una década en un libro titulado precisamente 12 años de esclavitud, que fue publicado en 1853. La película obtuvo magníficas críticas, y de hecho ofrece un discurso que no ha perdido actualidad, especialmente desde que el mercado y las multinacionales se han erigidos en los reyes de la Creación. La trama sigue todos esos años de Northup en condiciones extremas, malos tratos y vejaciones en plantaciones de algodón de Nueva Orleans y Luisiana. Para enfatizar el drama, el director no ahorra en la cinta secuencias crudas de violencia.
Entre otras cosas, dicha trama remite al Underground Railroad, una línea clandestina de escapada de muchos esclavos del Sur hasta conseguir la libertad en el Norte. Eran caminos, casas seguras, refugios e historias de abolicionistas intrépidos que ayudaron a muchos afroamericanos a escapar en su lucha por la libertad. La mayoría alcanzaron los estados no esclavistas del Norte, pero los hubo que llegaron a Canadá o incluso hasta México. Incluso peor resulta ese paternalismo que algunos amos ejercieron sobre algunos de sus esclavos (Benedict Cumberbatch), una actitud que no dejó de resultar representativa en muchos liberales, por ejemplo aparece de manera subyacente en una película célebre Adivina quién viene a cenar esta noche ( Guess Who’s Coming to Dinner, EUA, 1967) obra del emblemático Stanley Kramer con Tracy&Hepburn y un Sydney Poitier en su apogeo.
Aunque el catálogo de atrocidades desplegado por McQueen en 12 años de esclavitud parecía imposible de superar, la historia permite dar total credibilidad a El nacimiento de una nación (USA; 2016), debut en el largometraje del también actor protagonista Nate Parker, que rebasa cualquier explicitud, aunque sin la complejidad y la trascendencia puntual de la ganadora del Oscar a la mejor película de 2013. Parker ha compuesto una película seguramente literal sobre un hecho verídico, la tentativa de revolución comandada por un esclavo en el estado de Virginia, en el año 1831, pero que se antoja pura venganza. Una revancha quizá justa, pero unidireccional, en forma de película, con un título que, además, ejerce de reverso histórico de El nacimiento de una nación (1915), aquella racista apología del Ku Klux Klan creada por el pionero del lenguaje del cine David Wark Griffith que demostró aquello que el “nacimiento” del cine “made in Hollywood” estaba ligado a otra página de inaudita barbarie. Sin embargo, todavía cabía otra vuelta a la tuerca como lo demuestran las imágenes auténticas utilizadas por Bob Peck (El joven Karl Marx), en Am Not Your Negro, que ganó el Oscar al Mejor Documental en el 2016 y que se inspira en los escritos de James Baldwin (1924-1987), marxista que hablaba con tanto rigor como con vehemencia.
Hasta el papa Francisco reconoce que detrás del racismo y la xenofobia de los Salvini, Rivera, Hernando y CIA, subsiste esa tradición esclavista para que los refugiados son “carne humana”, mera mercancía de unas mafias que ellos deben de conocer muy bien ya que forman parte de ellas.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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