A contramano de la revulsiva vida artística y personal de Freddie Mercury, cantante de Queen, la película sobre su vida se vuelve un “grandes éxitos” teñido de moralina.
Sin que ningún aniversario múltiplo de cinco lo exigiera, la semana pasada fue estrenado en los cines “Bohemian Rhapsody”, la “bio-pic” (film biográfico) de Freddie Mercury, el célebre cantante de la banda inglesa Queen fallecido en 1991.
Si bien la lograda interpretación protagónica de Rami Malek da por momentos la sensación de estar realmente frente a Freddie (algo emocionante tanto para sus fans como para los testigos de la “fiebre Queen” post mortem de 1991 a 1992), y en líneas generales la película entretiene, sus decisiones narrativas y estéticas convierten al relato en una especie de “grandes éxitos” teñido de moralina, que contrastan vivamente con la historia de Queen y de su figura más destacada.
We will rock you
Desde su meteórica carrera, su virtuosidad y versatilidad musical y puesta en escena hasta la trágica muerte de Freddie a causa de Sida, Queen se transformó en casi un icono pétreo del rock -y la cultura popular en general- del siglo XX. Sus inicios los encontraron enrolados en el género Glam, el cual le dio al rock una puesta escénica propia del teatro junto a una estética transgénero y cierta actitud queer. Desde la andrógina figura de David Bowie, la marginalidad de Lou Reed y la refinación de Roxy Music y Elton John hasta las propuestas más aguerridas como Alice Cooper, Kiss y los New York Dolls, Queen -y particularmente el hedonismo de Freddie- fueron parte de un movimiento musical que escandalizó a un rock and roll sobrecargado de testosteronas y machismo a mediados de los 70’s. La versatilidad musical de Freddie, como así su prodigiosa voz, le permitieron a la banda sobrevivir de forma aireada a los años 80’s frente a las nuevas tendencias, convirtiéndolos en casi los únicos “dinosaurios” del rock en llegar a dicha década cosechando hits (la Argentina no fue ajena a su popularidad y los recibió en el estadio de Vélez en febrero de 1981, quedando en la memoria colectiva como el primer recital de rock en el país con los mismos estándares de los EEUU e Inglaterra).
Under Pressure
A contramano de la atrevida creatividad libertaria y hedonista que la banda irradiaba en el escenario, la película se compone como una suerte de musical en que Queen es una perfecta máquina de hits discográficos, cada vez más resonantes, aislados de su contexto musical e histórico. Antes que la profundidad o la audacia musical, que aparecen por momentos, en esta gran producción la máxima de las virtudes es el éxito, en uno de esos repetidos casos en que la industria cultural se elogia a misma. Una interpretación algo triste de esa declaración que alguna vez dio Freddie Mercury: “siempre supe que era una estrella, ahora parece que el mundo está de acuerdo conmigo”.
A medida que avanza, se hace más y más visible el aspecto más débil de la trama, que es el moralismo victoriano que la infunde de punta a punta. La vida privada de Freddie Mercury aparece a la vez suavizada -si se recuerdan las famosas anécdotas sobre fiestas y drogas- y condenada, y el asunto se vuelve particularmente oscuro en el relato de su vida sexual, que casi parece presentar el contagio del HIV-SIDA como un “castigo a la promiscuidad” (a contrapelo de las fuertes luchas del presente por parte de la diversidad sexual y contra el oscurantismo religioso).
En este retrato edulcorado se ve la mano de los miembros supervivientes de Queen, que participaron de la producción y tienen en consecuencia un papel angelical en la película. Antes de Malek, el papel lo iba a realizar el actor Sacha Baron Cohen, quien se retiró por diferencias con los músicos: “el actor y humorista británico (…) quería que el filme fuera una verdadera radiografía del carismático Mercury -con sus excesos y crudezas-, aunque eso supusiese que el largometraje fuese sólo para mayores de 18 años. La banda, por su parte, prefería una película más amable, un tierno documental para todos los públicos en el que se asegurasen de ‘proteger su legado’” (El Español, 9/3/16)
Bajo estas coordenadas, Bohemian Rapsody aparece como una nostálgica y pobre coreografía de actores en un karaoke de más de dos horas, condimentada de disputas personales, de llantos emotivos y, repetidamente, de un conservadurismo que parece el negativo de esa banda revulsiva que fue Queen.
Agustín Carucha
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