En los últimos meses, en el marco de los debates en torno al cuadragésimo aniversario de la adopción de la política de reforma y apertura en China (1978), se ha reactivado el debate acerca del papel del sector privado en la economía china. Su alcance ha sido tal que los máximos dirigentes del país se han visto obligados a realizar precisiones contundentes.
Cabe recordar que el sector privado desempeña actualmente un importante rol en la segunda economía del mundo. Según fuentes oficiales, responde por más del 50 por ciento de los ingresos tributarios, el 60 por ciento del PIB, el 70 por ciento de la innovación tecnológica, el 80 por ciento del empleo urbano y el 90 por ciento de los nuevos trabajos y nuevas empresas. Todo ello con el 40 por ciento de los recursos. Desde 1980, la tasa de crecimiento anual del sector privado ha oscilado entre el 20 y el 30 por ciento, mucho más elevada que el 5-10 por ciento de las empresas de propiedad estatal.
En Wenzhou, Zhejiang, en el marco de las decisiones del XIX Congreso del PCCh celebrado en el otoño del pasado año, se plasma experimentalmente una nueva relación entre el Gobierno y la economía privada a través de lo que llaman “la mejora del ambiente de negocios”. Wenzhou, la “Grecia china”, no hace muchos años espejo de los funestos peligros de la banca en la sombra, se convirtió así en la primera zona piloto para concretar un nivel más avanzado del sistema económico que podría generalizarse en 2025. El “modelo Wenzhou” en ciernes es inseparable del fomento de un desarrollo de alta calidad en el que la economía privada está llamada a desempeñar un papel de primer orden, dicen fuentes gubernamentales. Este solo dato ilustraría el compromiso del gobierno chino con el establecimiento de nuevos horizontes de expansión del sector privado, si bien reservando a lo público un papel determinante en la orientación del desarrollo económico.
Pero algunas voces sugieren que el sector privado ya cumplió su función para desarrollar la economía y ahora le toca salir de escena. Solo el Estado puede consolidar lo logrado y estar en disposición de encarar el enfrentamiento económico con EEUU, se apunta. Estas críticas y discusiones, con importante eco en la Red desde el pasado mes de septiembre, han elevado la preocupación entre el liderazgo chino. Las reservas, expresadas tanto por miembros de la Academia como de cuadros del Partido, son muestra de la persistencia de cierta oposición a la reforma y apertura. La idea de que el Estado debe avanzar mientras el sector privado debe retirarse goza de no poco predicamento ante las dificultades que presenta la modernización del aparato productivo en esta última fase del proceso de reforma, azuzada por las tensiones comerciales con EEUU.
El cuadro se completa con las críticas que Xi Jinping viene recibiendo en similar sentido, es decir, acusándole de alentar una intervención estatal masiva en el marco del “segundo periodo de transformación socialista” en el cual el Estado y el Partido parecen ganar terreno en ámbitos decisivos de la gestión económica y financiera. Ese incremento del control –incluyendo la presencia del PCCh en el dominio privado- tendría por objetivos reducir riesgos pero igualmente orientar en mayor medida la política industrial en sectores estratégicos. La importancia del debate no es menor ya que afecta a la continuidad de algunas políticas reformistas que hasta ahora han sido consideradas incuestionables.
Xi Jinping abordó este tema en varias ocasiones durante las últimas semanas descartando que las empresas privadas vayan a ser marginadas, como se ha rumoreado. En una gira por la provincia sureña de Guangdong llevada a cabo en la cuarta semana de octubre, Xi realizó una importante defensa del sector no público de la economía, destacando que el apoyo del PCCh a la economía privada “no ha cambiado ni cambiará”.
Bajando al detalle, el viceprimer ministro Liu He destacó el firme apoyo oficial al sector privado ante la preocupación expresada por la deriva en “la aplicación del sistema económico básico”. Liu admitió la reiteración de “malentendidos y desviaciones en la implementación”, calificando de “erróneas” las críticas a las empresas privadas. Liu He dijo que las empresas estatales tienen una relación interdependiente con las privadas abundando en que las discusiones sobre el avance de las empresas estatales y el retroceso del sector privado son “parciales” pues ambas se complementan, cooperan y se apoyan mutuamente. También aclaró que la reorganización de algunas empresas privadas que tienen participación pública en su capital apunta a aliviar sus dificultades financieras, especialmente sus altas deudas, pero en ningún caso pone en cuestión el apoyo al sector, incluyendo el apoyo político.
En un simposio sobre empresas privadas en Beijing, Xi reiteró su mensaje: estímulo, apoyo y orientación. En otro encuentro sobre la situación económica china que reunió a los máximos líderes del país, se aseguró que “no habrá vacilación” a la hora de consolidar una equiparación factual entre lo público y lo privado en el desempeño económico. Así pues, no parece que China, al menos a corto plazo, vaya a privarse del sector privado. Lo cual no quiere decir que el debate se acabe aquí.
Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China. Acaba de publicar “La China de Xi Jinping” (Editorial Popular).
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