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domingo, noviembre 03, 2019
Safari en la pobreza, la ira de los barrios obreros de Gran Bretaña
El libro Safari en la pobreza de Darren McGarvey es un relato en primera persona desde una de las comunidades más pobres de Glasgow.
El 14 de junio de 2017 ardía como una antorcha gigante la torre Grenfell, un edifico de 24 plantas de viviendas sociales en el oeste de Londres. Los materiales inflamables y baratos utilizados para el revestimiento garantizaron la rápida propagación del fuego. No había escapatoria. El incendio provocó 71 muertos y dejó cientos de heridos. Si eres pobre, tienes muchas posibilidades de morir incinerado en tu propia casa, incluso en una de las ciudades más ricas del mundo.
La tragedia de Grenfell fue producto de la avaricia capitalista y la indiferencia del gobierno británico -los vecinos habían advertido en varias ocasiones de los fallos en seguridad-. Con esta imagen desgarradora se abre el libro de Darren McGarvey, un rapero escocés (alias Loki) que nació en Glasgow.
Safari en la Pobreza. Entender la ira de los marginados de Gran Bretaña (Capitán Swing, 2019) retrata la vida “clase B” en las periferias de las metrópolis imperialistas. El texto ganó el premio Orwell 2018 y el cineasta Ken Loach lo calificó como “otro grito de ira de una clase trabajadora que siente el dolor de un sistema podrido y defectuoso.”
“En toda gran Bretaña se siente ira en las comunidades que padecen múltiples grados de carencias en materias de salud, vivienda y educación, y en las que la gente queda, en efecto, políticamente excluida. Esa ira es algo con lo que tendremos que convivir si las cosas no cambian. De acuerdo con mi experiencia y mi propia perspectiva política, en Safari en la pobreza intento exponer cómo podría ser en parte ese cambio”. [1]
El ensayo, que más que narrado está hablado en primera persona, es provocador y directo como un puñetazo a la mandíbula. La historia personal del autor, como la de varias generaciones, está construida sobre escombros, ruinas sembradas por las políticas neoliberales, pilas de basura abandonadas en la calle, alcohol y drogas, comida basura, casas de apuestas y la constante amenaza de violencia que acecha en cada esquina. Hay que poner de fondo la banda sonora de la película Trainspotting y estará claro de qué se trata.
“Conozco el jaleo de la vida en los bloques de pisos, las escaleras sucias y oscuras, los ascensores caprichosos que huelen a orina y pelaje húmedo de perro, los conserjes malhumorados, la aprensión que se siente al entrar en el edificio o al salir, sobre todo de noche. Conozco la sensación de estar lejos del mundo, pese a verlo magníficamente por una ventana en lo alto del cielo; la sensación de aislamiento, pese a estar rodeado por cientos de personas por arriba, por abajo y por los dos costados. Pero, sobre todo, comprendo la sensación de ser invisible, a pesar de que tu comunidad puede verse desde miles de metros a la redonda.” [2]
McGarvey cuenta la historia de su madre muerta, sus frecuentes borracheras y estallidos de furia, la experiencia de un niño que muchos días prefiere molerse a golpes con sus compañeros de escuela antes que volver a casa. Pero cuando la emoción ya tiñe todo el relato, el narrador hace una frenada brusca para mirar al lector de frente y plantear unas cuantas reflexiones: “No hay manera de que a alguien como yo le hubiesen dado la oportunidad de escribir un libro como este de no haberlo presentado, al menos en parte, bajo el manto de unas memorias de la desgracia”, añade con ironía.
La anécdota de un paseo desde Pollock (una barriada pobre de viviendas de protección social) hasta el centro de la ciudad de Glasgow, donde las aceras se ven cada vez más limpias y los escaparates comienzan a brillar, permite mostrar esa separación abismal entre dos ciudades al interior de una. Una grieta social que distancia el centro ilustrado de la periferia urbana, tan abandonada como los seres que la habitan. Por eso Safari es también una crítica acida a cierta intelectualidad de izquierda posmoderna que se olvidó de la clase obrera y vive inmersa en el espejismo de la otra ciudad, la metropolitana, progresista y multicultural, con sus bares hípster y sus tiendas orgánicas.
“Para algunos de nosotros la pobreza es como un pozo de arenas movedizas que nos traga a pesar de nuestros grandes esfuerzos por escapar de su atracción. Cuánto más nos esforzamos por salir, más nos hundimos hasta el cuello. Para otros, es un monstruo que vive en la ladera de una colina lejana, un sitio al que nunca querrían ir.” [3]
En aquellas comunidades destrozadas por el capitalismo neoliberal y olvidadas por los medios de comunicación se fue cocinando a fuego lento la indignación con la casta de políticos profesionales y el sentimiento de antipolítica que fueron parte de la base social del Brexit, capitalizado en clave conservadora. Esa casta política que Owen Jones describió tan bien en su libro El Establishment, donde por décadas convivieron conservadores thatcheristas, liberales y laboristas, formados en colegios y universidades de elite, representantes del extremo centro político y la City de Londres.
“Grandes sectores de las comunidades pobres abandonan la izquierda tradicional, que se creía mejor situada para representarlas; eso crea una oportunidad que pueden explotar sin piedad las figuras de una derecha mucho menos inhibida, que habla el lenguaje descartado de la lucha de clases”. [4]
Con estas palabras McGarvey sin dudas pone sal en la herida de una izquierda liberal-progresista que en muchos países percibe con impotencia cómo la extrema derecha conquista electoralmente a sectores arruinados por la crisis.
Los últimos capítulos del libro son más controversiales. En “El mono desnudo” el autor se pregunta cómo responder al aumento de los sentimientos racistas en sectores empobrecidos, sin estigmatizarlos. Son las condiciones de extrema pobreza, sostiene, las que generan la base para mucha de esa hostilidad hacia los inmigrantes que se incuba en los barrios populares. Ante esto, exige no hacer condenas morales ni “desestimar las inquietudes sobre la inmigración” que pueden tener muchas de esas personas. El interrogante queda abierto, y es parte ya de un debate en la izquierda europea. También es cierto que algunos sectores han comenzado a plantear que para que la extrema derecha no siga avanzando hay que hacer propios algunos valores que esas fuerzas políticas defienden, con el peligro de ceder ante la xenofobia y el nacionalismo.
Por último, en el capítulo “El ruido y la furia”, apunta sus críticas hacia la teoría de la interseccionalidad, que entiende como el instrumento para una política de base identitaria que “gentrifica los análisis de clase tradicionales” y “debilita lo que realmente atemoriza a los poderosos: una clase trabajadora organizada, educada y unida”. Pese a estos cuestionamientos, plantea la idea de “reconciliar la teoría de la interseccionalidad con la política de clases, a fin de que puedan actuar conjuntamente”.
Desconfiado de las respuestas de la izquierda tradicional, McGarvey se inclina por una vía de reformas y cambios individuales, donde cada persona asuma algunas pequeñas transformaciones subjetivas para cambiar el sistema, volcando esa experiencia en centros sociales y comunitarios. Aun sin compartir estas conclusiones, que parten de cierto escepticismo sobre la posibilidad de una lucha de clases más abierta contra el capitalismo y sus miserias, Safari en la pobreza es lectura recomendada para conocer la vida en algunas comunidades obreras y populares británicas. Ayuda a pensar la profundidad de un fenómeno que ha sacudido al Reino Unido como el Brexit y plantea interrogantes sobre temas claves para cualquier proyecto anticapitalista y de clase.
Josefina L. Martínez
Darren McGarvey, Safari en la pobreza, Capitán Swing, 2019. Traducción: Martin Schifino
Notas
[1] Darren McGarvey, Safari en la pobreza, Capitán Swing, 2019.
[2] Ibidem
[3] Ibidem.
[4] Ibidem
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