miércoles, julio 22, 2020

A 69 años del estreno de la obra maestra de Orson Welles.

“El ciudadano”: un film abrumador

“En uno de los cuentos de Chesterton -The Head of Caesar, creo-, el héroe observa que nada es tan aterrador como un laberinto sin centro. Este film es exactamente ese laberinto”.
“Un film abrumador” (crítica a “El ciudadano”), Jorge Luis Borges (1941)

Charles Foster Kane (Orson Welles), multimillonario, propietario de un emporio periodístico, muere solo en su residencia de Florida, con la única compañía de su mayordomo y un grupo de sirvientes fastidiados. Antes de respirar por última vez dice una palabra postrera: “Rosebud” (“capullo de rosa”). Esa palabra impulsará al periodista Jerry Thompson (William Alland) a investigar su significado. Fue un esfuerzo infructuoso y, sobre el final, Thompson dirá: “El señor Kane fue un hombre que tuvo todo cuanto quiso, y que lo perdió. Tal vez Rosebud fue algo que no pudo conseguir o algo que perdió”.
Entretanto, la indagatoria por conocer el significado de la palabra “Rosebud” hará que Thompson escudriñe toda la historia de Kane.
Esa indagatoria de Thompson al pasado de Kane empujaría a Welles a organizar su película con una estructura no cronológica: una ruptura estética y narrativa con toda la producción cinematográfica anterior. Así, el joven director (tenía entonces 25 años) introdujo la llamada “analepsis” o “escena retrospectiva” (“flashback” en inglés) extendida ampliamente a la cinematografía (grandes ejemplos son “La conquista del honor”, de Clint Eastwood; o “Doctor Zhivago”, de David Lean); que ya había sido empleado antes en la literatura (“El ruido y la furia”, de William Faulkner) y lo sería después (“Pedro Páramo, de Juan Rulfo); y a la televisión (“Lost” o “American Horror Story”).
En la vida real, Kane era el magnate de la prensa William Randolph Hearst, quien hizo lo posible para que la película no se estrenara y luego prohibió que se la mencionara en sus 28 diarios de circulación nacional, en sus cadenas de radio y en sus revistas. Tenía sus razones: “El ciudadano” es un proceso a la prensa, a su capacidad de manipular a la llamada “opinión pública”. Hearst, como se ve en la obra de Welles, torció la voluntad de sus lectores respecto de la guerra hispano-norteamericana, librada entre 1898 y 1902, por la que España perdió Cuba (declaró su independencia bajo control y dominio de los Estados Unidos), Puerto Rico, Filipinas y Guam; más tarde, en 1910, la artillería periodística de Hearst se descargaría, potente, contra la Revolución Mexicana, con lo cual el magnate defendía sus propios intereses, sus propiedades en México que creyó ver en peligro por el proceso revolucionario. “El ciudadano” es un collage de aquellos sucesos.
Por cierto, nadie mejor que Welles para interpretar a un especialista en la manipulación de esa “opinión pública”. Tres años antes del estreno de “Citizen Kane”, esto es en 1938, Welles fue contratado para filmarla inmediatamente después del suceso que logró con la dramatización radial que hizo en su programa “The Mercury Theatre on the Air” de la novela “La guerra de los mundos”, escrita por Herbert Wells en 1898. En aquella emisión Welles interrumpía pasajes musicales para simular, con corresponsales falsos, una invasión extraterrestre. El pánico colectivo que produjo aquella parodia lo obligó a pedir disculpas al día siguiente y lo puso en la mira de la RKO, que de inmediato le ofreció un contrato para filmar la película que quisiera. Después de algunos tanteos, Welles y Herman Mankiewicz (su co-guionista) decidieron tomar a Hearst de modelo para su personaje.
Ahora bien: puede parecer extraño que esa dramatización de “La guerra de los mundos” causara el efecto que causó. Después de todo, aquel programa de Welles hacía habitualmente interpretaciones radiales de tramos de obras clásicas. Ya lo había hecho con “Los miserables”, de Víctor Hugo; “Drácula”, de Bram Stoker; “La isla del tesoro”, de Robert Stevenson; o “El conde de Montecristo”, de Alexandre Dumas (padre).
Sin embargo, en 1938 los Estados Unidos empezaban a salir de la Gran Depresión gracias a la industria de guerra y, para eso, su gobierno y su gran burguesía imperialista agitaban la amenaza nazi. Muchos, como Hearst, hablaban de una (im)posible invasión alemana. En otras palabras: el ánimo de los “ciudadanos” norteamericanos esperaba de algún modo la irrupción de fuerzas hostiles, lo cual deja a la vista el poderío de la prensa e incluso de la creación artística, pero también sus límites: una y otra pueden multiplicar hasta potencias insólitas estados de ánimo ya presentes en el cuerpo social, pero no crearlos de la nada. Eso vale para Hearst, para Welles o para Héctor Magnetto.
Seguramente por eso “El ciudadano” fue inicialmente casi un fiasco: cuando se estrenó en 1941 ni siquiera pudo recuperar el dinero que la RKO había invertido en ella. Transcurrían otros tiempos. Ese fue el año del ingreso de los Estados Unidos en la II Guerra Mundial y no podía estar bien vista una película contra la prensa chauvinista. Quedó casi olvidada hasta su reestreno en 1956, cuando se convirtió en el estallido que condujo a que se la considerara, hasta hoy, una de las mejores -si no la mejor- película de la historia del cine.
Aunque esos días de julio de 1941 no le fueran propicios a “Citizen Kane”, Hearst, como quedó dicho, intentó suprimirla: las grandes patronales periodísticas nunca fueron ni son amigas de la libertad de expresión, salvo la propia.
A Hearst, seguramente, no le hacía gracia alguna que el periodista de ficción creado por Welles y Mankiewicz indagara en su niñez pobre en Colorado, en los maltratos a su mujer (alcohólica cuando Thompson la entrevista), en la creación de la prensa “amarilla” (por el color de las páginas en las que publicaba chismes sin respaldo probatorio alguno) y la manipulación de sus lectores y de sus propios periodistas en su primer gran diario, el “New Yorker Inquirer”.
Y, mucho menos, la soledad del final.

Alejandro Guerrero
19/07/2020

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