La “apertura programada” de actividades que se anunció este viernes no sólo inauguró otra etapa en la crisis del coronavirus. Fue también el reconocimiento de una crisis de orden más general, que ahora ingresa en un peldaño más agudo.
Hace rato que las ´conferencias de prensa´ del trío Fernández-Kicillof-Larreta no podían exhibir otro recurso que el del aislamiento, con mayor o menor intensidad, para enfrentar a la pandemia. La cuarentena, sin embargo, lidiaba con dos límites insuperables: por un lado, el del vaciamiento sanitario y una crisis social sin precedentes. Sin personal ni equipamiento sanitario suficientes; sin los testeos ni las instalaciones necesarias para abordar la crisis, y con el 40% de la población precarizada o hacinada, el gobierno sólo atinaba a que la propagación del virus se hiciera más lenta–“achatar la curva”. Luego, Fernández afrontaba la parálisis económica mediante subsidios al capital industrial “no esencial” con recursos para el pago de salarios, créditos blandos y exenciones impositivas y previsionales; y financiando esos subsidios por medio de una gigantesca deuda fiscal y parafiscal- de una parte, la emisión de títulos en pesos y de la otra por medio de Leliqs, que han llegado a dos billones de pesos (más de u$s20 mil millones), a tasas cercanas al 40% anual. A semejante costo no podría funcionar nunca una política para aguantar la cuarentena.
Cuando faltan pocos días para saber si Argentina ingresa en otro default o semi-default, el trío Fernández-Larreta-Kicillof decidieron que había que ´reabrir´ aunque los contagios sigan hacia arriba y los fallecimientos también.
“A mí me presiona la realidad”, señaló Alberto Fernández, como si el resto de los humanos vivieran en el vacío. La “realidad”, que marcará los pasos ulteriores de la crisis, viene dictada por la presión del capital comercial e industrial, que exige el retorno al trabajo aún cuando la pandemia se encuentra en su punto más alto, y nadie sabe a ciencia cierta cuál es su progresión. La saturación de camas fue reconocida, en estos días, por el propio director del hospital porteño Santojanni. En otro ámbito, el “freno” a la propagación en las villas no tendría otra explicación que la saturación de contagios: en la villa 31, se considera que llegó al 70 u 80% de la población del barrio – el virus ha llegado hasta donde pudo.
Fernández y los gobernadores abusaron en explicaciones estadísticas sinuosas. Pero omitieron que, en las grandes fábricas, centros comerciales o de transporte, el progreso de los contagios es constante y que los protocolos se reducen al alcohol en gel en los ingresos. La gran industria, que exigió la “esencialidad” a como dé lugar, hoy se enfrenta con una paradoja y otra crisis: las fábricas que deben interrumpir su producción ante la propagación del virus. Naturalmente, la “apertura gradual” anunciada este viernes agravará ese cuadro, adentro y afuera de los lugares de trabajo.
Fernández echó mano del argumento ya manoseado por tantos otros gobernantes del mundo – “vamos a convivir con la pandemia”. Pero este voto a favor de la muerte de trabajadores derribará aún más al capital, que solamente existe cuando explota la fuerza de trabajo. Es lo que advierten las autoridades de los principales bancos centrales. En el mundo entero, esta “convivencia” está mostrando sus resultados: Estados Unidos vuelve a acercarse a la marca de los 1.000 muertos por día; el fantasma del rebrote también vuelve a España y a otros países de Europa. El único consuelo del “trío del AMBA” en Argentina es compartir su impotencia con la del conjunto del capitalismo mundial.
Pandemia y régimen político
En medio de frases ambiguas y de compromiso, Larreta decidió abandonar su lenguaje inocuo para ensayar una ofensiva. Por un lado, presentó un ´plan de apertura integral´, dando a entender que la “flexibilización” en la Ciudad no tendrá freno. Por el otro, sacó a relucir un pretendido “compromiso con la libertad”, animándose a tirar, sobre la conferencia “de consenso”, los argumentos de los Trump y Bolsonaro.
Pero esta extorsión del macrismo “dialoguista” significa poner en marcha una agenda capitalista de mayor alcance. Ella incluye, naturalmente, a la “apertura”. Pero tiene como cuestión crucial al arreglo de la deuda, que Fernández-Guzmán todavía no cerraron, y el acuerdo con el FMI. Los funcionarios ya no fatigan a los diarios con especulaciones sobre plazos de pago, intereses o quitas de capital. El gobierno FF ya cedió en todo lo imaginable. La perspectiva de un acuerdo parcial y un default “en el limbo” -con acreedores internacionales en condiciones de judicializar su deuda, pero sin avanzar aún en ese propósito- agiganta el rol del ´tercero en discordia´, el Fondo Monetario Internacional. Un acuerdo con el FMI debería brindar las garantías de pago que los BlackRock y otros consideran hoy insuficientes, naturalmente, por medio de un programa económico de ajuste, que tiene en el centro a una nueva reforma reaccionaria del sistema jubilatorio.
Un acuerdo de deuda parcial no restaurará, sin embargo, el financiamiento internacional.
Luchas en desarrollo y otras en puerta
Todo este escenario les da sustento a las luchas del movimiento obrero industrial, los trabajadores de la salud, los educadores y la juventud estudiosa o precarizada. Lo mismo ocurre con la lucha contra el ´gatillo fácil´ y el secuestro de jóvenes, o la violencia contra la mujer. La ola de contagios ya está generando choques y deliberación en el neumático, el transporte, las grandes fábricas alimenticias y siderúrgicas.
Los ´protocolos de vuelta a clases´ han instalado una rebelión en ciernes en la docencia, que es acompañada por las familias trabajadoras. Para la clase obrera, el escenario de patronales subsidiadas, de un lado, y compañeros suspendidos, despedidos o en peligro de vida, del otro, es un poderoso fermento para una deliberación política: ¿con qué organización social salimos de esta crisis?
Las luchas por los protocolos sanitarios instalan en las fábricas una cuestión de poder, pues dirimen quién asume el control del proceso creador de la riqueza social, si las patronales o los trabajadores. La “apertura” agudizará todos estos choques, que tenemos que organizar, coordinar y orientar por medio de un programa: control obrero de las condiciones sanitarias en todos los lugares de trabajo; incorporación de trabajadores de la salud para la reducción de turnos; nacionalización de la banca y la gran industria, repudio de la deuda y establecimiento de un plan económico único, votado en un congreso de trabajadores.
Marcelo Ramal
19/07/2020
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