jueves, agosto 13, 2020

Rusia calienta la carrera por la vacuna



La carrera entre las potencias y grandes compañías farmacéuticas por alcanzar una vacuna contra el Covid-19 sumó un nuevo episodio, con el apresurado registro de la primera de ellas por parte del gobierno ruso. El anuncio de Vladimir Putin fue recibido con suspicacia por sus rivales pero también por sectores de la comunidad científica, que advierten la falta de un estudio con los resultados de los ensayos.
El escepticismo se acentúa porque la vacuna (desarrollada por un instituto estatal, con financiamiento de un fondo soberano) no atravesó la fase 3, en la que se pasa de probarla en pequeños grupos a un contingente más numeroso de personas. Por esto mismo, un biólogo molecular argentino ha interpretado que “la fase 3 va a ser la campaña de vacunación. Es decir, van a vacunar a un montón de gente y en el proceso van a ir viendo si es eficaz y si no tiene problemas secundarios” (Página 12, 12/8). Una especie de experimentación a gran escala, motorizada por la prisa.
Aun con todas estas “desprolijidades”, el anuncio de Rusia ha sido un golpe político para sus competidores. Actualmente, se encuentran en estado avanzado los proyectos de Moderna (norteamericano), Pfizer-Biontech (norteamericano-alemán), Astra Zeneca-Universidad de Oxford (sueco-británico) y los chinos Sinovac (privado), CanSino y SinoPharma (pública).
Ante las dudas y críticas que despierta la vacuna rusa, sus responsables han publicado un artículo en la agencia de noticias Sputnik en el que reivindican su proyecto, señalando que se basa en un doble vector que la haría más efectiva que otros estudios basados en adenovirus (una técnica en la que se utiliza un patógeno como vector para transportar una proteína del Covid-19 e inducir al organismo a generar anticuerpos). Y enmarcan la investigación en una larga trayectoria nacional que iría desde los tiempos de Catalina la Grande hasta el período soviético.
Lo que empuja la carrera no son solo los negocios que se pueden hacer con la venta de la vacuna, sino también la urgencia de los gobiernos capitalistas por poner fin a todo tipo de confinamiento social que limite la acción del capital.

Parasitismo

La cuestión de la vacuna sirve también para echar luz sobre el parasitismo de las grandes farmacéuticas. El Estado financia las partes más riesgosas de las investigaciones y los grupos privados aparecen cuando la rentabilidad está asegurada. Bill Gates, cuya fundación financia algunos proyectos relacionados, se lo dijo con todas las letras a la prestigiosa revista New England Journal Medicine: “es necesario que los gobiernos pongan los fondos porque los productos para la pandemia son inversiones de muy alto riesgo; el financiamiento público minimizaría los riesgos para las empresas farmacéuticas y ayudaría a que se metieran en este tema con los dos pies”. Recordemos que la farmacéutica francesa Sanofi desató una respuesta airada de la Unión Europea cuando aseguró que daría prioridad a Estados Unidos en la venta de sus vacunas debido a que este país la favoreció con financiamiento. En el caso del laboratorio Moderna, recibió a fines de julio una duplicación del aporte monetario del gobierno de Trump, hasta alcanzar los casi mil millones de dólares.

Pestes

El coronavirus, además de agudizar la crisis capitalista y la pobreza global, ha impuesto un retroceso en la lucha contra otras enfermedades, como la tuberculosis, la malaria y el VIH. La concentración en el Covid-19 ha obligado a relajar la atención en estas últimas. Se ha reducido la capacidad de diagnóstico, en el cuadro de las limitaciones del transporte y del confinamiento, lo que dilata los tratamientos e incrementa las posibilidades de que las enfermedades se diseminen. Asimismo, un 80% de los programas ha sufrido interrupciones. Los datos son escalofriantes: se pronostican millones de nuevos casos y de muertes por estas enfermedades. «El Covid-19 amenaza con echar por la borda todos nuestros esfuerzos y retrotraernos 20 años», según el director del programa contra la malaria de la Organización Mundial de la Salud (La Nación, 5/8).
Otro punto a señalar es que las compañías farmacéuticas prefieren concentrarse en los tests de Covid-19, dado que son más rentables que los de otras enfermedades. Mientras que el de la malaria no supera los 18 centavos, el de coronavirus asciende a 10 dólares (ídem).
La urgencia que plantea el Covid-19 y el resurgimiento de otras enfermedades amerita otra política, que parta de la nacionalización de los pulpos farmacéuticos y que libere a la ciencia y la técnica de las deformaciones y trabas que le impone la organización social capitalista.

Gustavo Montenegro

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