domingo, noviembre 01, 2020

Fidel en México

Junto a María Antonia González y el mexicano Arsacio Vanegas

 En 1956 seremos libres o mártires

 Hubo quien dudó de la palabra empeñada por el joven abogado en el acto del Palm Garden 

 Fue Julio Antonio Mella el primero que, en el siglo XX, tuvo la idea de organizar una expedición con el fin de desembarcar en el este de Cuba para desarrollar allí la insurrección popular armada. Con ese objetivo, fundó en México la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (Anerc), una especie de frente amplio al estilo del Partido Revolucionario Cubano de José Martí, que aunara a todos los patriotas de la Isla que aspiraran a derrocar la tiranía machadista y eliminar los males de la neocolonia en nuestro país. La emboscada de la calle Abraham González, perpetrada por agentes del sátrapa, le impidieron en 1929 la realización de su plan. 
 Seis años después, Antonio Guiteras emprendió ese camino. En el fortín de El Morrillo aguardaba la llegada del yate Amalia, que lo trasladaría a la patria de Benito Juárez, cuando la traición de alguien a quien consideraba amigo lo denunció a la soldadesca. Murió en combate, mientras enfrentaba a una fuerza muy superior en efectivos y armamento. 
 La tercera tentativa la encabezó Fidel Castro. El 7 de julio de 1955, acompañado por familiares y amigos, partió para México. Vestía un traje gris de invierno, a simple vista muy usado. Solo portaba una vieja maleta con ropa y libros. Días atrás había declarado a la revista BOHEMIA: “Ya no creo ni en elecciones generales. Cerradas al pueblo todas las puertas para la lucha cívica, no queda más solución que la del 68 y el 95”.
 Se refería a la implacable persecución de la cual eran objeto los oposicionistas: la paliza policial sin motivo alguno a Juan Manuel Márquez, el asesinato de Jorge Agostini; la interrupción, por el gobierno, de un acto en la universidad habanera, con corte del fluido eléctrico y balacera contra al Alma Mater incluidos; el acoso a los moncadistas; la acusación a su hermano Raúl de colocar una bomba en un cine, cuando en esos momentos el hoy General de Ejército se hallaba en Birán con su familia. 
 Casi antes de partir, redactó unas declaraciones de despedida que ninguna publicación tuvo el coraje de difundir: “Como martiano, pienso que ha llegado la hora de tomar los derechos y no de pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos. Residiré en un lugar del Caribe. De viajes como estos no se regresa o se regresa con la tiranía descabezada a los pies”. 
 Unas horas después llegó al aeropuerto de Mérida. Tomó un autobús hacia Veracruz para visitar a su amigo, el escultor cubano José Manuel Fidalgo. Para este fue toda una sorpresa encontrarse, al regreso de un cine con su esposa, al jefe de los moncadistas sentado en el murito de la puerta, con la maleta al lado, leyendo un libro.
 Hablaron durante horas. Años después recordaría la cantidad de veces que el joven abogado le reiteró su propósito: hacer lo que Guiteras no pudo realizar. Y para ello seguiría la ruta de José Martí recabando el apoyo de la emigración revolucionaria. El escultor aceptó la encomienda de enviar cartas al Comité Cívico de Nueva York y a Tampa, con los cuales mantenía frecuentes contactos, con el fin de ir ganando esos núcleos para la causa del Movimiento 26 de Julio. 
 Al día siguiente ya Fidel se hallaba en Ciudad México. Se instaló en el pequeño cuarto que ocupaba hasta entonces Raúl, quien se había mudado a casa del matrimonio del deportista mexicano Dick Medrano y la cubana María Antonia González. En este hogar conoció, noches más tarde, al médico argentino Ernesto Guevara de la Serna. Bastó una conversación que se prolongó hasta la madrugada y ya el sudamericano se había enrolado en la proyectada expedición. 
 Mediante un amigo, el jefe de los moncadistas pudo entrevistarse a finales de julio con Alberto Bayo, coronel del ejército republicano español. “Usted es cubano, usted tiene la ineludible obligación de ayudarnos”, le dijo. Aquel hijo de peninsulares, nacido en Camagüey, oyó pacientemente los planes del joven abogado, que al inicio le parecieron descabellados. “Sí, Fidel, prometo instruir a esos muchachos en el momento que sea preciso”, aseguró. “Bien, yo marcho a los Estados Unidos a recoger hombres y dinero, y cuando los tenga dentro de siete u ocho meses, volveré a verle y planearemos lo que hemos de hacer para nuestro entrenamiento militar”. 
 El 8 de agosto Fidel redactó El Manifiesto Número Uno al pueblo de Cuba del Movimiento 26 de Julio, en el que convocaba a luchar contra la tiranía batistiana y exponía el Programa de la Revolución. Este último abogaba por la proscripción del latifundio, la reivindicación de todas las conquistas obreras arrebatadas por la dictadura, la industrialización inmediata del país mediante un vasto plan trazado e impulsado por el Estado, la rebaja vertical de todos los alquileres, la nacionalización de los servicios públicos: teléfonos, electricidad y gas; y la construcción de 10 ciudades infantiles para albergar y educar integralmente a 200 000 hijos de obreros y campesinos.
 No fue hasta octubre que pudo realizar, acompañado por Juan Manuel Márquez, su viaje a Estados Unidos, gracias a la solidaridad de mexicanos amigos que les costearon el pasaje. En la lluviosa mañana del 30 de ese mes, los dos revolucionarios hablaron ante unos 800 compatriotas reunidos en el neoyorquino hotel Palm Garden. A la entrada del salón, al costo de un dólar, se vendía una edición de La historia me absolverá impresa en esa ciudad norteamericana. Fidel proclamó: “Puedo informarles con toda responsabilidad que en el año de 1956 seremos libres o seremos mártires. Esta lucha comenzó para nosotros el 10 de marzo, dura ya casi cuatro años y terminará con el último día de la dictadura o el último día nuestro”. 
 Una gran conmoción provocó en Cuba la crónica del colega Vicente Cubillas sobre el acto en el Palm Garden, publicada en BOHEMIA el 6 de noviembre de 1955. Fidel empeñaba su palabra de encabezar la insurrección popular armada. Y la cumpliría el 25 de noviembre del siguiente año al partir de Tuxpan con 81 compañeros rumbo al oriente cubano. 

Pedro Antonio García 

Fuentes consultadas: Los libros La palabra empeñada, de Heberto Norman, y Mi aporte a la Revolución Cubana, de Alberto Bayo. El folleto El Manifiesto Número Uno al pueblo de Cuba del Movimiento 26 de Julio, de Fidel Castro.

No hay comentarios.: