No fueron pocos los analistas que establecieron los paralelismos existente entre la Rusia zarista, el “gigante con los pies de barro” y la España en decadencia, sometida a una oligarquía cada vez más cuestionada por un movimiento obrero en alza. Sin embargo, tales similitudes no podían ocultar la existencia de serias diferencias. Octubre fue como la principal batalla contra una Gran Guerra que había acaba subvirtiendo el ejército zarista que fue neutralizado por los “soviets” de soldados. Un acontecimiento que difícilmente se podía repetir dado que quien mejor aprendió la lección fue el imperialismo que al momento promocionó una guerra “contra” que perdió militarmente, pero que ganó dejando el país de los soviets en el abismo socioeconómico. De otro lado, en Rusia se había dado un encuentro entre las vanguardias obreras con fracciones revolucionarias; se habían unido acción y pensamiento, algo excepcional que se explica en el curso de una disidencia cultural que en las Españas nunca se dio más allá de algunas excepciones. Aquí el pueblo militante nunca pudo conectar con un pensamiento táctico y estratégico que fuese más allá del bosquejo inicial expresado por socialistas y anarquistas, trágicamente divididos por lo demás.
Anteriormente, dada la posición española de neutralidad, la “Gran Guerra” apenas si habían tenido repercusión. Y si bien es cierto que la CNT y el anarquismo, denunciaron radicalmente la guerra, permaneció lejos del conflicto entre patriotas e internacionalistas, y de hecho, solamente las juventudes socialistas madrileñas dieron su apoyo a la Conferencia de Zimmervald. Pero este provincianismo no es obstáculo para que el impacto de las noticias “del país de Tolstói y de Dostoyevski”, acabe siendo extraordinario. Abre una fase de huelgas y agitaciones agrarias que evidencian el grado de la crisis social existente, y que no se detendrá hasta que Alfonso XIII, “el rey felón”, auspicie el golpe de Estado de Primo de Rivera al que llamará “su Mussolini”, pero el fascismo no pasa de ser una realidad latente, sobre todo en Barcelona.
La conmoción es mayor en la CNT, que agrupa a los sectores más combativos de las clases trabajadoras, y que ase ha forjado en la desconfianza hacia la política liberal burguesa. Se trata de una predisposición revolucionaria que se había dado en todas partes, si bien, lo que proyectan por encima de los hechos es su propio imaginario emancipatorio. Podían decir que habían visto venir su revolución ya que el 7 de noviembre de 1917, en Tierra y Libertad se anuncia que lo que estaba al legar en Rusia eran «ideas anarquistas» en Rusia. Una semana más tarde, cuando llega la noticia del asalto al Palacio de Invierno, saludan en el hecho la crisis de «todo el orden social». Para ellos, se trata de un triunfo contra los reformistas que apoyan el Gobierno Provisional y están convencidos de que los «soviet», ha reemplazado las nefastas estructuras parlamentarias. Solo unos días después proclaman que “el sagrado derecho a la libertad y a la vida […], y somos enemigos de toda violencia, porque la violencia no es la expresión del derecho y la justicia […]. Superficialmente, parece que existe algún conflicto […] entre nuestros principios ideológicos […] y nuestra acción revolucionaria.»
El 11 de noviembre de 1917, desde Solidaridad Obrera se dice que aquella revolución marcaba el «camino a seguir», pero da excusas por estar aún indecisa antes de emitir un juicio definitivo. En el tiempo que sigue, se mantiene la adhesión pero con mayor prudencia. Se apoya la revolución porque ha vencido a las fuerzas opresoras, si bien esperan más información para concretar más, y se ajusta que sería peligroso exaltarse demasiado pronto. En esta posición se intuye una reacción contra el “aventurerismo”, idea muy cara para Ángel Pestaña. No obstante, el entusiasmo por abajo no repara en la prudencia, y algunos líderes como Manuel Buenacasa, reflejan este entusiasmo. También se ofrece un razonamiento: las semejanzas estructurales. Nadie parece reparar en el factor clave: la revolución rusa fue la única salida favorable al pueblo golpeado secularmente ía y por uvado a la mayoría de los soldados a formar parte de los “consejos obreros” (soviet).
Este entusiasmo no se mantendrá por mucho tiempo, luego vendrá el tiempo de las matizaciones, y finalmente, con el final de la guerra civil, de la ruptura.El entusiasmo por la revolución no dio lugar a ningún replanteamiento teórico, de hecho este era un debate que apenas si existía, y las discusiones de la nueva internacional, le quedaban muy lejanos. En el medio libertario, todavía se acepta como un axioma que mientras Marx era autoritario, Bakunin era antiautoritario, y no había mucho más que hablar. Todo ello sin necesidad de mayor cuestionamiento, y por lo mismo, que la revolución –una convulsa y compleja historia que se prolonga a lo largo del siglo- acabó en el horror estaliniano porque partía del error autoritario de los bolcheviques, y en algunos casos atribuyen –personalmente, como si fuesen aprendices de brujos- a Lenin y Trotsky el declive de los soviet y la deriva burocrática. Estas reducciones se deducen tanto del modesto informe de Ángel Pestaña, prudente e incapaz de abordar una realidad que le supera a todos los niveles (no hay más que comparar su trabajo con los de Victor Serge o Alfred Rosmer, ambos también procedentes del anarquismo). Las informaciones (con la edición temprana de testimonios como los de Emma Goldman y Alexander Berkman) sobre la represión en Kronstadt y Ucrania, percibidos unilateralmente como muestra cruel del autoritarismo, dejaran abierta una herida que el estalinismo no ayudará precisamente a cerrar.
Este desencuentro entre la corriente que pasaba a liderar el proceso revolucionario internacional, y la corriente que lo seguirá haciendo en el Reino de las Españas, será obviamente un desastre para un PCE que, en un principio, tendría que haberse apoyado sobre el sector más combativo de la clase obrera como se había tratado de hacer sobre todo en Francia, donde la Internacional trató de priorizar los elementos provenientes del anarquismo sobre los de origen socialdemócrata…
En el caso del PSOE, la crisis comunista tuvo un curso muy diferente. De entrada se mostró la impaciencia de la Federación de Juventudes Socialistas. Estos crean el PCE ya el 15 de abril de 1920, con un aliento que encaja bastante con el imperante en los dos primeros congresos de la Internacional, que estuvieron marcados por la llamada “línea de ofensiva”, totalmente opuesta a la colaboración con la socialdemocracia y con los sindicatos obreros y que trata de construir en poco tiempo lo que en Rusia había sido una labor de mucho tiempo. Los jóvenes convierte su órgano Renovación en El Comunista, y en cuyo primero número publica un Manifiesto fundacional en el que se dice: “Los cuatro años de guerra y la revolución rusa han modificado profundamente la ideología, el punto de vista, la táctica y los fines del proletariado en la lucha social. La II Internacional ha fracasado… Los socialistas rusos, acérrimos enemigos de la guerra imperialista y ardientes marxistas, han roto en la teoría y en la práctica con los socialistas europeos traidores y enterradores de la II Internacional y han fundado la Internacional Comunista…Durante la guerra, el Partido Socialista español se colocó abiertamente al lado de los aliados, a quienes suponía defensores de la democracia, de la libertad y de la justicia. Este profundo error doctrinal, de tanto bulto por tratarse de una guerra imperialista tan descarada y manifiesta, patentiza en seguida la ideología de pequeña burguesía de sus líderes…Hemos llegado a un momento en que seríamos cómplices de tal estado de cosas si titubeásemos en dar el paso que hoy damos.”
La gran batalla tendrá lugar a lo largo de tres congresos extraordinarios consecutivos del PSOE, cuya dirección sigue creyendo que se trata de seguir la táctica probada de acumulación de fuerzas y que se ha abierto a sectores intelectuales que suelen entender el socialismo más como una cuestión moral que como una revolución. El primero que tuvo lugar en diciembre de 1919, acordó por 14.000 votos contra 12.500, esperar, antes de pronunciarse definitivamente, a que se celebrase en Ginebra un Congreso de la II Internacional, asistir a él y “procurar que la II Internacional se penetrase del espíritu de la III para conseguir la unión de las fuerzas obreras”, sin considerar que la II Internacional ya no es la misma. En el segundo, reunido en julio de 1920, la mayoría aplastante de los delegados se pronunció por el ingreso en la Internacional así como por el envío a Moscú de dos delegados, con el objeto de entrevistarse con el CE de la IC. En realidad se trataba de una táctica dilatoria. La mayoría, si bien se muestra de acuerdo en apoyar la revolución y en condenar el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, en el fondo no aceptan los criterios de ruptura con la socialdemocracia de la guerra (y que en las crisis revolucionarias centroeuropeas habían actuado como contención en nombre de una “democracia social” inviable, y que olvidarían después. Aunque a otro ritmo, la mayoría dirigente del PSOE esta sufriendo aunque con otra cronología el mismo proceso de burocratización, parlamentarismo y vía nacional que se había apoderado de a II Internacional. Los pretexto se lo dieron la rigidez doctrinaria de las “21 condiciones”, muy propias de la línea izquierdista de los dos primeros congresos, pero también el informe de Fernando de los Ríos, escrito desde la perspectiva de lo que “tendría que ser” al margen de una situación concreta en la que la revolución se debate entre la vida y la muerte.
Una vez superada esta crisis, la mayoría consiguió su propósito de regresar a la II Internacional por el intermedio de la Internacional de Viena, también conocida como la Dos y Media, y su opción posibilista le llevará a colaborar con la dictadura de Primo de Rivera, que, entre otras cosas, contribuirá a una sectarización por parte de comunistas y anarcosindicalistas que resultará desastrosa en los años treinta, cuando el PSOE conocerá un crecimiento a la altura de los principales partidos socialistas europeos.
Al conocerse los resultados de la votación del tercer congreso extraordinario del PSOE celebrado en abril de 1921, el veterano Antonio García Quejido, uno de los pocos marxistas de entonces con una formación, cofundador del PSOE y principal fundador de la UGT, declaró que los vocales de la Ejecutiva partidarios de la III Internacional se separaban del Partido Socialista para constituir el Partido Comunista Obrero. La declaración de los delegados “terceristas”, abunda en la acusación según la cual la opción de Viena no era más que la puerta falsa, de manera que proclaman: “Queremos incorporarnos de hecho, espiritualmente ya lo estamos, a la Internacional Comunista, que –inseparable de la Revolución rusa, a pesar de todas las sutilezas y argucias dialécticas que intentan distinguir entre ésta y aquélla– trata de acelerar el derrumbamiento de la sociedad capitalista. No queremos permanecer más en las perezosas y cansadas legiones que parecen esperar del tiempo la consumación de una obra para la que no se sienten capaces. Queremos estar en la Internacional de la acción, que no mide la magnitud de los peligros ni la dureza de los sacrificios al emprender el camino de la Revolución social…Recabamos, pues, nuestra íntegra libertad de movimiento. Quedan rotos los vínculos que, sólo materialmente, nos mantenían aún junto a los que habéis rechazado la adhesión a la Internacional Comunista…Entre vosotros y nosotros ha cesado de existir la comunidad de pensamiento. No puede continuar la comunidad de esfuerzos. Unos y otros vamos a comparecer ante la clase trabajadora. Ella nos juzgará. Desde ahora decimos que nuestro anhelo es hermanarla en la acción, unificar sus esfuerzos para la lucha decisiva, formar con ella el bloque revolucionario único…”
Entre los firmantes se encuentran, aparte de García Quejido, Facundo Perezagua, por Bilbao, Eibar e Irún; Isidoro Acevedo, de la Federación Socialista Asturiana; la líder del ingrato trabajo femenino en el PSOE y la UGT, Virginia González, delegada por Begijar, San Julián de Musques y Puebla de Cazalla. Con ellos una larga lista de reconocidos socialistas, como Daniel Anguiano, Ramón Lamoneda, Oscar Pérez Solís, que no soportaran las cargas de un nuevo partido que, gracias al intervención de la Internacional a través de los buenos oficios del valioso comunista italiano Giacinto Serrati, surgirá de una unificación con menos problemas de los previstos, y que fue sellada a través de una conferencia celebrada del 7 al 14-XII-1921. Desde entonces, se forma un solo partido, el Partido Comunista de España (PCE), cuyo órgano central será La Antorcha, que fue dirigida por Juan Andrade. Al mismo tiempo que el partido, lo hicieron las dos Juventudes Comunistas, quedando constituida la Federación de Juventudes Comunistas de España, y su órgano de prensa era El Joven Comunista.
Nada más dar sus primeros pasos, el PCE se encontrará desbordado por los acontecimientos, y bajo una dictadura militar que ha declarado la guerra a la CNT pero también al “bolchevismo” cuyo deslumbrante desafío al orden establecido se hará sentir en el llamado “trienio bolchevista”, en huelgas como las que culminan con “La Canadiense”, y en un sentimiento ascendente de que era posible una alternativa anticapitalista. Las palabras de la revolución de Octubre conmoverán el mundo, en 1918 la revolución estalla en Alemania donde la socialdemocracia se situará como la última barricada del sistema; algo parecido sucederá en Austria y en Hungría, los consejos obreros llegaran a Italia, a Turín…En los años siguientes, 1917 se hará un referente central para los movimiento anticoloniales, en China se crea un potente PC que amenaza la hegemonía del Kuomintang, nacionalista, primero progresista (contra el imperialismo), luego conservador (por miedo a un desbordamiento popular). No obstante, durante una época crucial, la Rusia revolucionaria, atrasada y derruida permanece aislada. No habría resistido sin el medio de los colonialistas que temían que una nueva intervención diera lugar a la creación de soviet en Londres y en París.
Sobre los primeros años de la IC existen algunas aportaciones destacadas como las de Paco Fernández Buey que Gramsci-Bordiga, los consejistas, Rosmer- joven Luukács, Juan Andrade, pero no hay que olvidar que alguien como Isidoro Acevedo.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario