Alberto Fernández intentó una falsa salida a su complicidad con la política de Biden, invitando, en primer lugar, a Lula y a Mujica para conmemorar 38 años de democracia nativa. En segundo lugar, se valió de un discurso virtual, por añadidura grabado, en el que defiende a Bolivia (que no fue invitada a la reunión) y dedica una loa al principio de no intervención. El dúo presidencial (que supimos conseguir, sin habernos coronado de laureles), con este recurso sólo puede engañar a los propios. El golpe militar de la OEA, que derribó a Evo Morales, ha sido archivado por esta misma OEA, que tuvo que admitir que el fraude que le había atribuido a Morales para justificar el golpe, era ‘fake news’. Esta revelación se produjo incluso antes que Trump perdiera las elecciones, cuando el ‘establishment’ internacional se jugó a que fue reemplazado por Biden. Lo mismo ocurrió con la liberación de Lula, que Alberto Fernández atribuye a la “transparencia” de la Justicia brasileña que lo condenó en primer lugar, y que enseguida contribuyó a la victoria de Bolsonaro y los militares. El descifrado de las comunicaciones telefónicas que demostraban la conspiración política que había armado el juez Moro para encerrar a Lula, fue hecha pública por medio de una operación ‘democrática’ de los servicios de inteligencia norteamericanos. Cualquiera advierte que, por ejemplo, la red O Globo de Brasil, que fogoneó el derrocamiento de Dilma Roussef, considera de suma urgencia deshacerse de Bolsonaro.
La democracia que Fernández contrasta u opone al intervencionismo yanqui, es un arma suplementaria de ese intervencionismo. El Departamento de Estado acaba de salvar al peruano Pedro Castillo del juicio político que le armó el funismorismo, una vez que el maestro presidente mandó al tacho sus planteos electorales, y también para evitar una anarquía peligrosa para las mineras y petroleras en Perú. Ahora, acaba de celebrar la victoria de la hondureña Xiomara Castro, cuando hace una década festejaba el derrocamiento de su marido. El presidente argentino muestra su falta de respeto intelectual a la burguesía mundial y a la misma historia, cuando sostiene que la democracia le pondría un freno al intervencionismo norteamericano. La democracia fue la consigna política de la que se valió el imperialismo en la estrategia de disolver a la Unión Soviética.
A la hora de los bifes, el hombre de la lapicera se olvidó del más intervencionista de los intervencionistas – el FMI. En estos días, la prensa entendió importante recordar que el FMI no es un acreedor comercial, con el que se discuten deuda, sistemas preventivos de crisis o concurso de acreedores, sino un organismo político que manejan las grandes potencias. ¿Es posible que los “medios” ignominiosos tengan que despabilar al Presidente, que es además un antiguo puntero político calificado y, encima, profesor de Derecho Penal, de la bicentenaria Universidad de Buenos Aires? Bueno, el acuerdo político con el FMI es la razón de la peregrinación virtual de “Alberto” a las oficinas de Biden. La gran concesión al acuerdo con el FMI ya fue hecha: además de los dos años de ajuste de Martín Guzmán y su celadora CFK, tenemos ahora un principio de alineamiento geopolítico en la guerra de Estados Unidos contra su gran rival, China, y los menores como Rusia, Irán y, como viene ocurriendo desde antes de Trump, la Unión Europea (que libra sus propias guerras en el marco de la OTAN).
En el marco de las grandes crisis que atraviesa América Latina, incluídas las rebeliones populares, el gobierno popular se alinea con el intervencionismo democrático – la “democracia de exportación” que, en el discurso de AF, se dice que no existe. Hasta ahora, los únicos intentos de democracia autóctona en América Latina han sido las revoluciones boliviana (1952) y cubana. El desafío es superar sus limitaciones de clase, políticas e internacionales.
Jorge Altamira
12/12/2021
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