En el documento publicado en el día de ayer, la “nueva partitura” es colocada en el atril por la jefa del kirchnerismo, después de advertir sobre el estallido inminente de una nueva crisis de deuda. Pero como salida a esa crisis, Cristina le reclama al peronismo que avance sin disimulos en la adopción de una agenda reaccionaria.
Bimonetarismo
Desde el título de la carta, CFK vuelve con su latiguillo de la “economía bimonetaria”, que sería el resultado de una fatalidad cultural o sociológica propia de la idiosincrasia argentina. Pero las monedas “buenas” y “malas” existen desde que los ingleses raspaban sus libras de oro en el siglo XVI, para que las monedas fingieran valer más de lo que pesaban. Inglaterra resolvió esa “escasez de dólares” con una revolución; Cristina Kirchner quiere afrontarla con una devaluación monetaria, para terminar con el “país caro” y reunir los dólares para pagar la deuda.
Según Cristina, al mal del “bimonetarismo”, a la Argentina se le “agrega” (sic) el del “endeudamiento geométrico”. Pero el primer mal -la disolución de la moneda nacional- es el resultado del segundo -la bancarrota financiera del Estado, que es consecuencia del crecimiento explosivo de la deuda pública-. El kirchnerismo, con sus canjes y refinanciaciones sucesivas, aportó decisivamente a esa bancarrota entre 2005 y 2015.
CFK echa una pincelada de alquitrán sobre la gestión del gobierno anterior, que ·” convalidó la deuda de Macri con el FMI” y “mal administró superávits comerciales excepcionales”. El balance olvida al mayor de los parasitismos de la gestión de los Fernández: la pretensión de crear un “mercado local de deuda”, un intento de rescatar al peso argentino a costa de asegurarle a los especuladores locales e internacionales una prima extraordinaria. Los rendimientos de esas colocaciones financiaron la fuga de los “superávits excepcionales”. La crisis de ese esquema, con la renuncia de Guzmán y la corrida cambiaria de 2022, dio lugar a una variante todavía más desembozada de rescate de la deuda acumulada por el Tesoro y el Banco Central. En este caso, a cargo de Sergio Massa y bajo la bendición de CFK. La indexación regular de precios, tarifas e intereses de deuda fue acompañada por la desindexación de salarios y, sobre todo, jubilaciones. La fundición de ese régimen económico le abrió las puertas a la experiencia libertaria.
Salvar las “conquistas” de Milei
Ahora, y con manifiesta tardanza, CFK sale a advertir lo evidente: el agotamiento de la operación financiera montada por Caputo y Milei en diciembre pasado. Señala lo conocido hasta el cansancio: el carácter ficticio del “equilibrio fiscal” oficial o la contradicción de un gobierno liberal aferrado a un cepo cambiario. Pero la carta de CFK advierte sobre un defolt en puertas, a partir de la imposibilidad de cumplir con los compromisos de deuda que resultan de los canjes negociados por su ex “pollo” Martín Guzmán, de un lado, y de las nuevas hipotecas asumidas por Caputo en tan sólo siete meses. En otro plano, la expresidenta se desayuna -pero a media mañana- de la “infancia que se duerme sin cenar” o los “jubilados apaleados”.
Para un escenario donde las cosas van “muy mal”, los palos más ostentosos de la carta quedan reservados, sin embargo, para el propio peronismo. Esta crítica le sirve de excusa para tocar la “nueva partitura”. Por caso, advierte sobre “una nueva realidad de las relaciones laborales, donde los trabajadores registrados en la actividad privada no sólo son minoría, sino que además sólo el 40 % de ellos está sindicalizado”. Como todos los defensores de las reformas laborales, CFK presenta a la precarización laboral como una fatalidad de la historia, y no como la consecuencia de una relación de fuerzas entre el capital y la clase obrera. En esa lucha de clases, y en la pérdida de conquistas obreras, la burocracia sindical ha jugado un papel tan importante como nefasto. CFK se ocupa de eximirla: “La consecuencia objetiva (de esa informalidad laboral) es que las representaciones sindicales características del siglo XX y fundantes del peronismo, ya no son la expresión mayoritaria de los trabajadores”. Otra vez, la expresidenta recurre a una razón “sociológica” para explicar esa pérdida de representatividad. No, Cristina, es al revés: la burocracia sindical es detestada por los obreros por su complicidad de décadas con el trabajo en negro, las paritarias a la baja, los despidos y suspensiones.
Como en la época en que se calzaba el gorro del “sindicalismo que construye” (Pedraza), CFK repite el libreto de los burócratas, que se presentan como víctimas del escenario laboral que ellos mismos contribuyeron a edificar. Por sobre todas las cosas, la admisión de la “informalidad” laboral como dato irrevocable es el gran argumento de todos los que impulsaron y votaron la Ley Bases: el trabajo precario es una realidad, dicen; lo que hay que hacer es legalizarlo, con monotributismo, contratos precarios o la rotación permanente en el puesto de trabajo.
En materia de inversiones y movimientos de capitales, Cristina pretende diferenciarse de las gestiones de Macri o Milei al señalar que éstos sólo han logrado “movimientos golondrina”. A ello, le opone las inversiones petroleras de Chevron o Petronas en Vaca Muerta, en los tiempos de Galluccio y Kicillof. Pero al pactar esas inversiones, el kirchnerismo fue el precursor del RIGI mileista -es decir, un régimen de evasión garantizada de divisas al exterior en materia de exportaciones y de utilidades. Vaca Muerta ya ha cumplido una década y el país no ha superado la “escasez de divisas”. (sic, CFK) Hace demasiado tiempo que la “salida exportadora” argentina sólo opera como engranaje del capital financiero y del sistema de la deuda -en rigor, desde la llamada generación del 80 idolatrada por Milei-. El RIGI no ofrece una ruta diferente, pero tampoco Cristina Kirchner.
Para reciclar al peronismo, CFK le reclama a los suyos “abandonar al viejo modelo del Estado omnipresente”, un guiño a las privatizaciones abiertas, también, por la Ley Bases y el DNU 70. Convoca también a “superar el consignismo (sic) de la desigualdad social y el gatillo fácil en materia de seguridad”, es decir, a meter primera en la agenda de militarización del Estado.
Completando el panorama, nos recuerda que “el trabajo es un derecho, pero también un deber”, por lo que “es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume”. En este caso, la expresidenta extiende la mano a la inefable Pettovello, que niega la subsistencia a aquellos a quienes también niega el derecho al trabajo. La “obligación de trabajar”, en ese caso, es el ingreso compulsivo al trabajo precario o, alternativamente, la liquidación del derecho de huelga.
Significado
Cristina Kirchner no ha descubierto nada en relación al *impasse *económico y político del gobierno libertario. Advierte sobre un default que el capital financiero entrevé desde hace rato. Mira de reojo a una reacción popular que ya ha comenzado, a pesar del inmovilismo de las direcciones sindicales y sociales que responden al kirchnerismo. ¿Cuál es el propósito, entonces, del documento de Cristina? Ante la variante de un colapso libertario, Cristina le envía al gran capital y al imperialismo un mensaje claro: el peronismo respetará las “conquistas” antiobreras y reaccionarias del interregno Milei-Caputo. La “nueva partitura”, exhibida en este texto por Cristina, tiene intérpretes diversos: los PIchetto, Yacobitti y los gobernadores pejotistas, además de la burocracia de la CGT. Es el arco político que discute la letra chica de la ley bases, que deja en pie al DNU 70 y que se apresta a consolidar el vaciamiento de las universidades.
La carta de Cristina es una tentativa por remontar el abismo político del peronismo, que se ha acentuado por su colaboración con el gobierno de Milei. Los agentes políticos y sindicales del kirchnerismo confunden su propio repliegue político con la condición más general de los trabajadores. Pero la temperatura de la inquietud popular no cesa de subir, y buscará una expresión política independiente a la de los cómplices fracasados de Milei.
Marcelo Ramal
06/09/2024
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