El 8 de mayo el mundo recordará una de las fechas más descollantes de la historia. Hace 62 años, en medio de las ruinas del Berlín derruido, se firmó la capitulación de Alemania, algunos dìas después que un destacamento del Ejército Soviético izara la bandera de la victoria sobre la fortaleza imperial. El Reich quedó sepultado para alegría del mundo.
En nuestro tiempo, sin embargo, los recuerdos se apagan y los escenarios cambian. En Leipzig, los nazis obtuvieron permiso de las autoridades germanas para hacer un desfile. Y lo mismo ocurrió en los países Bálticos y en otros lugares de Europa. Como si la humanidad no hubiera aprendido lección alguna, los cantos del nacionalismo extremo y el patrioterismo chabacano, se agitan aún haciendo escarnio de todos aquellos que entregaron sus vidas para salvar al mundo del dominio pardo.
Un milenio debía durar el règimen nazi, de acuerdo a las predicciones de Hitler. Pero sólo duró doce años. La humanidad no resistió más tiempo ese cuerpo extraño que quiso cambiar su destino, y lo expulsó con la idea de que no resurgiera más sobre la faz de la tierra. Eso, como se ve, no ha ocurrido, y hoy las ideas neo nazis y las prácticas del fascismo asoman redivivas como una verdadera amenaza contra pueblos y naciones. En el plano mundial se expresan de manera indubitable y dramática en la polìtica de guerra que impone la mundo la administración de George Walker Bush.
¿Què es lo que permite que el nazismo, extraña simbiosis de locura y de muerte, subsista en la concencia de ciertos hombres?. Sin duda, el peso del capital.
Recientemente en los Estados Unidos apareció un libro que debiera ser conocido por todos. Escrito por un notable historiador, Charles Higman, bajo el tìtulo de "Transacciones concertadas con el adversario", se ocupa de los vìnculos que unieron hasta el fin de la guerra a los jerarcas nazis con los capitostes de las grandes empresas de los Estados Unidos. Ellos mantenìan entre sí lazos altamente rentables mientras perecían soldados de diversos países y pueblos enteros eran arrasados por la guerra de exterminio que las autoridades de Berlín impusieron al mundo.
Higman nos recuerda que empresas como la Standar Ol de Nueva Jersey, el Chasse Manhattan Bank, la Texas Company, la ITT y la Ford, entre otras, mantenían contactos privilegiados con la jerarquía nazi hasta mayo de 1945 compartiendo con ella ingentes fortunas. Y no lo hacían a espaldas del gobierno de los Estados Unidos, sino con pleno conocimiento del mismo. Eran días en los que Jess H. Jones, Secretario de Comercio y Henry Morgenthau, Secretario de Hacienda; sabían que mientras luchaban en los campos de batallas millones de soldados, la Standar Oil enviaba petróleo, vía Suiza, para que los blindados alemanes llenaran sus tanques de combustible. Eran días también en los que la poderosa empresa Ford proveía de motores a los aviones de la Luftwaffe para que atacaran a las tropas que se desplazaban rumbo a Berlìn; Y eran días, además, en los que Walter Shellenberg, Jefe del Contraespionaje de la Gestapo se encontraba con Sosthenes Behn, Presidente de la ITT, discretamente, en Berlìn o en Berna.
Hoy los jerarcas nazis no son amenaza para nadie. Pero los monopolios están vivitos y coleando. Los reconocemos en su accionar cotidiano. Como dijera Bertold Brech, el vientre que alumbró al fascismo, todavía es fecundo.
Por eso, en una fecha como ésta, bien vale la pena subrayar un concepto: si la unica contibución que hubiera hecho la Unión Soviética a la historia humana hubiese sido librar al mundo del oprobio nazi, su existencia hubiese quedado plenamente justificada, y como país, merecería la aprobación y la gratitud del mundo
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