Ahora que el Papa se ha ido, es un buen momento para preguntarnos de nuevo qué significa ser religioso. Cuando alguien nos dirige la pregunta, desde el punto de vista de alguna religión -¿Crees en Dios?- y respondemos que no, automáticamente buscan caracterizarnos como “ateos”, con una connotación negativa, como la del que “no cree”, la del “no creyente”; una ausencia, casi un defecto, una carencia. Oponiendo el religioso al “descreído”. Casi nos miran con pena, con lástima, con piedad, como si miraran a alguien condenado al pecado, al limbo, como a alguien que Dios no conociera –los dioses-, que dudase de su incuestionable existencia, alguien incapaz de conocer y disfrutar de la fe, incapaz de tener fe –por lo que se puede deducir: un infiel.
¿Pero es de eso que se trata? ¿El opuesto del creyente es el sin fe? Creer es solamente creer en algún Dios? Ser fiel es ser fiel a un dios? ¿O, al contrario, ser religioso, creer en dios –en cualquiera de ellos- y no creer en el hombre (y en la mujer), es descreer del hombre, es tener a dios y no al hombre como centro del mundo? En otras palabras, religioso se opone a humanista y no a infiel, porque significa transferir el centro del mundo hacia otro plano o ser, que nos criaría y definiría nuestro destino y el sentido mismo de las cosas. De ahí también la interpretación de cualquier forma de escritura, de texto bíblico, ser revelado al hombre por un ente superior y no ser construido por el hombre.
Lo que se deja de lado, al identificar creencia con fidelidad, es el carácter alienado de las visiones religiosas del mundo y del propio acto de creer en algunos dioses. Es negar el principio fundamental del humanismo, que da sentido a la historia de los hombres y las mujeres: de los que los hombres hacen su propia historia, incluso cuando no tienen conciencia de ello.
Necesitados de trascendencia, el hombre crea y recrea la religión y sus dioses, seres perfectos, inmortales, referencias de valores, extrayendo eso de sí mismo, para después invertir la relación y pasar de creador a criatura, volviéndose dependiente del alienado. Ése es el mecanismo por el cual el humanismo explica la religión.
El hombre libre, emancipado, no necesita ni dioses ni religión ni fetiches. Él sabe que la historia está hecha por los hombres concientes, desalienados, por medio de su trabajo. Sabe que la religión es una falsa conciencia, que aliena al hombre, al contrario de darle conciencia.
Un religioso –por ejemplo, católico- imputa a dios lo que es producto de la acción de los hombres. Si fuera coherente, un católico debería estar contra el divorcio, el aborto, los anticonceptivos (incluidos los preservativos), estar a favor del celibato, del derecho de que sólo los hombres sean sacerdotes, de la infalibilidad papal, de la prohibición de los experimentos científicos con células madre, etc. Debería, además de eso, obedecer rígidamente la disciplina de una institución retrógrada, medieval, obscurantista, como la Iglesia Católica.
Felizmente no lo hacen, pero esto demuestra que las tesis de los humanistas se chocan con la religión católica. ¿Quién es la iglesia católica, institución totalmente jerárquica y antidemocrática, para decir que el gobierno es democrático, dictatorial o autoritario? ¿Qué tienen a decir esa iglesia y sus fieles de su propia institución?
Es muy positivo que tantos religiosos extraigan valores humanistas de la religión para criticar el capitalismo, la explotación, la opresión. Sin embargo, eso no permite elevar la religión a canon de interpretación de la realidad de los hombres, de su historia, de sus identidades. Ésta sólo es posible con la crítica radical de toda forma de alienación, de la cual las distintas formas de religión son las principales expresiones.
El respeto por la religión de los otros no debe impedir la crítica de las visiones religiosas del mundo, del desplazamiento que ellas producen del hombre como centro del mundo hacia dioses y otras formas de fetiches.
El humanista se rige por valores éticos, por una interpretación histórica de la vida de los hombres y de las mujeres, hace la crítica de toda forma de alienación, lucha por la emancipación integral de los hombres y de las mujeres, lucha por un presente y un futuro en que no se necesiten entidades supraterrenal para explicar el mundo, pero en que el mundo sea construido transparentemente por los hombres. Que sea, por lo tanto, inteligible para todos, lleno de sentido humano.
Emir Sader
18-05-2007
Traducido por Àlex Tarradellas
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*Emir Sader es profesor de la Universidad del estado de Río de Janeiro (UERJ), coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la UERJ y autor, entre otros, de “A Vingança da História” (“La venganza de la Historia”).
Àlex Tarradellas es miembro de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.
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