Trabajando entre la gente noble y humilde de nuestro pueblo y ante el desafío de dotar a la revolución de un partido capaz de garantizar una acertada dirección del proceso revolucionario bajo cualquier circunstancia, me siento en la ineludible obligación de llamar a la reflexión sobre la formación de los cuadros revolucionarios. Hasta el momento percibo más entusiasmo que conciencia. El entusiasmo es relativo a lo emocional y pasa si no se apoya en una recia conciencia. Como decía el Che: "El cuadro es pieza maestra del motor ideológico que es el Partido de la Revolución". No hay revolución sin una teoría revolucionaria, del mismo modo que la teoría sin la praxis es por si misma letra muerta. Sólo si se construye una estructura de cuadros profundamente leales, bien formados y conscientes podrá desarrollarse la capacidad para resistir los embates interminables de la burguesía nacional y el imperialismo. El cuadro es un combatiente de vanguardia, tiene la responsabilidad de asegurar el cumplimiento efectivo de todas las tareas. Debe sembrar conciencia revolucionaria allí donde en principio sólo existe el instinto, la emoción o los sueños.
En la conformación del Partido Socialista Unido de Venezuela debemos evitar deslizarnos por extremos tontos. La verdad siempre está en el medio. No cabe duda del valor que tiene cada árbol del bosque. Tanto que sin ellos, en su conjunto, no habría bosque, y que cada uno de ellos es imprescindible. Si por temor -bien justificado por la lamentable experiencia de casos como el del PCUS- nos deslizamos por un horizontalismo acéfalo, amorfo y sólo movido por un voluntarismo sin fundamento, estaríamos abriendo la brecha para una anarquía ciega y sin capacidad organizada de respuesta. La formación exigente de cuadros revolucionarios debe ser piedra fundamental para abordar esta fase del proceso.
Cuadros capaces de transmitir la teoría revolucionaria que guíen la acción política del pueblo. Elementos que orienten a las masas, que capten sus ideas y necesidades, que las armonicen y den forma, que perciban su estado de ánimo y en fin, que sean capaces de fecundar con semillas de conciencia revolucionaria el voluntarismo natural del pueblo. Cuadros lo suficientemente bien formados y probados como para que no se produzca separatidad entre ellos y el pueblo. Cuadros que se inserten y se muevan como peces en el agua entre el pueblo. Cuadros que no hagan valer tal condición como jerarquía sino como privilegio de servicio. Cuadros capaces de superar el desaliento o el voluntarismo ingenuo.
La Revolución es el camino y la doctrina la antorcha que lo ilumina, la brújula, la guía segura. En la doctrina heredada de revolucionarios como nuestros Simón Bolívar, y Simón Rodríguez o Carlos Marx, Federico Engels, León Trostky, etc., están las antorchas si tenemos claro cual es el camino. De allí que el punto central de la formación de cuadros tiene que ser el encuentro con la teoría en una práctica fecunda. Al hacerlo nos pondremos a salvo de las ilusiones del voluntarismo, o de un revolucionarismo idealista, de valores abstractos y ajenos a la experiencia y las exigencias propias de un proceso verdaderamente revolucionario. También nos pondrá a salvo del veneno reformista que adapta y cede ante las dificultades. Arranca la Revolución de nuestros disimulos y estampidas, de nuestras franelitas y consignas, y la suelta en las calles, las fábricas, los campos, los liceos, etc. Humanizamos la Revolución, le damos el rostro humano sin el cual la revolución se vuelve minúscula.
La Revolución es el camino que tenemos y la doctrina el fundamento para ser fieles a todo trance a sus ideales y sus exigencias. Los cuadros revolucionarios deben ser, entonces, los elementos más conscientes, los responsables de interpretar con fidelidad inalterable la política general del partido. Son, entonces, quienes permiten a la dirección revolucionaria estar ligada orgánicamente a la clase de los desposeídos y explotados a la que sirven. Deben, así mismo, poseer íntegramente las distintas dimensiones que le permitan insertarse armónicamente entre el pueblo.
DIMENSIÓN HUMANA:
Nunca deben ser ajenos a las necesidades del pueblo. El hecho de tener una vida de estudios jamás debe apartarlo de la gente, todo lo contrario: nunca serán ajenos a los conflictos humanos, a sus fortalezas y debilidades, siempre deben estar disponibles, asequibles y cercanos. Que jamás unos cuadros revolucionarios cohíban o rechacen el acercamiento del pueblo, sin importar en cual actividad se encuentren, no importa si sus vidas están más llenas de interrupciones que de continuidades. Los planes siempre deben quedar relegados por su entrega, aún si no les queda tiempo para comer o dormir.
DIMENSION DE EQUILIBRIO:
Todos estamos condicionados por nuestro carácter. Casi siempre resalta en nosotros alguna faceta en detrimento de otra; somos, por lo general, presa fácil de la alegría y el desaliento. En ambos casos perdemos el equilibrio. Los cuadros deben estar formados para eludir estas invitaciones de la emoción que no obedecen a la reflexión serena. Sus palabras y acciones deben ser firmemente serenas, reflexivas y equilibradas. Sujetas siempre a la ortodoxia y la ortopraxis más exigente. Sin perder el calor humano que debe signar su presencia, ha de ser fríamente reflexivo. Maduro en la percepción de los conflictos humanos, inalterable e inflexible con los principios.
DIMENSIÓN PEDAGÓGICA:
Los cuadros deben ser modelos de maestros. Prodigar una pedagogía personalizada revestida del don de la amistad. No hacer de la pedagogía revolucionaria meros actos masivos sino personales. Tratar a todos y cada uno como persona única e irrepetible. Ofrendar el don de una amistad que proteja a los niños, libere a las mujeres y llegue como luz a los más despreciados y rechazados. Una amistad realista, sin ilusiones tontas ni ingenuidades, sin amiguismos estériles, sin permitir que lo engañen, capaz de ver el corazón de los hombres más allá de sus caras. Una amistad revolucionaria capaz de equilibrar la exigencia del cuadro con la fraternidad del hermano.
Debemos estar conscientes de en 'qué' consiste la formación teórica y práctica de los cuadros. Los cuadros deben dominar la teoría como arma indispensable para la lucha de la clase explotada. Esa formación científica será la que le permitirá desarrollar una práctica revolucionaria consciente. Luego de leer estas reflexiones no serán pocos los que pensarán que será muy difícil lograr la formación de estos cuadros. Quienes así piensen deberían pensar en que no hablamos de cualquier dignidad humana o cualquier tarea. Hablamos de quienes asumen sobre sus hombros y con su vida la tarea de liberar a la humanidad de la esclavitud histórica a la que ha sido sometida a través de milenios. Hablamos de personas que no han sido convocados para viajar a la luna o recibir un premio Nobel, sino para algo mucho más que eso. Hablamos de personas que toman consigo el testigo de Jesús de Nazareth, de Simón Bolívar, de Lenin, del tío Ho Chi Min, del Che, de Camilo Torres, de Argimiro, de Lovera, de Fabricio Ojeda y de tantos otros que debieron pagar con su vida el atrevimiento magnífico de ser redentores de la humanidad. Hablamos de personas llamadas a subir al escalón más alto al que pueda subir un ser humano. Hablamos, en fin...¡de salvar a la humanidad entera!
Martín Guédez
martinguedez@gmail.com
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