Lula da Silva se ha alineado con el presidente estadounidense de turno alejándose de las democracias populares que, poco a poco, se abren paso en América Latina.
Actualmente, Lula da Silva se ha embarcado en una maniobra tendente a conseguir la integración de América Latina, invitando a asociarse, en tan loable empresa, nada más y nada menos que al rico vecino del norte para que éste vigorice la democracia y estabilidad de los vecinos pobres del sur. Resulta un sarcasmo atorrante que EEUU- país desestabilizador donde los haya-, responsable de golpes de estado en la región, Planes Colombia, gobiernos títeres, guerras sucias, torturas y miles de desaparecidos, sea invitado a impartir lecciones sobre democracia en lo que, arrogantemente, denomina su patio trasero. El refranero popular es sabio: dime con quien andas y te diré quieres.
Teniendo en cuenta el socio que Lula se ha buscado, esa integración, de plasmarse, tendría un marcado signo neoliberal, un modelo económico que ha sufrido estrepitosos fracasos en la zona. Parece que su discurso proletario desapareció casi al mismo tiempo que el campo socialista, y quedó diluido en el mar de los desencantados que, en lugar de analizar las causas de aquel derrumbe, decidieron imitar a la burguesía e hicieron de la política una lucrativa forma de vida. Los dirigentes estadounidenses necesitan que alguien se enfrente "democráticamente" al peligro representado por una América del Sur que sea capaz de fortalecer sus instituciones y se desarrolle sin tutelas externas.
Por esa razón, las multinacionales estarán frotándose las manos al contar, en la presidencia brasileña, con un político de "izquierdas". El otrora dirigente sindical, constituye toda una garantía para embaucar a su pueblo, mantenerlo en relativa calma y asegurar la ausencia de conflictos graves, al menos mientras surtan efectos sus mentiras (Felipe González hizo una labor similar siendo presidente del Gobierno español). Como siempre, la inevitable crisis futura la pagarán los trabajadores, mientras Lula recibirá un retiro apacible en forma de Fundación, o algo parecido, por los servicios prestados. Esa es una vieja estrategia que, afortunadamente, se está viniendo abajo en los países latinoamericanos y que en Brasil también entonará el canto del cisne.
Los datos hablan por sí mismos. El mandatario brasileño se ha negado a realizar en serio una reforma agraria, vital para el país. El número de familias campesinas asentadas en las tierras de labor está muy lejos de las exigencias del Movimiento de los Sin Tierra (MST), y el presupuesto para la expropiación de latifundios improductivos ha disminuido de manera drástica. En consecuencia, el número de campesinos expulsados resulta cuatro veces mayor que el de asentados, y decenas de activistas han sido condenados a penas de cárcel por participar en ocupaciones de tierras. Por otra parte, las pensiones públicas han sido reformadas a la baja siguiendo los criterios antisociales del Fondo Monetario Internacional.
No ha mostrado disposición alguna en contra de los transgénicos, a pesar de que se desconocen los efectos que pueden ocasionar en los seres humanos. Su proyectada cooperación con George Bush para promover el uso del etanol como alternativa al petróleo, afectará a los más pobres, porque la producción a gran escala requiere enormes extensiones de tierras; por tanto se reforzará la idea reaccionaria del latifundio que sobreexplotará la tierra sin orden, ley, ni derechos para los campesinos, y la industria agrícola seguirá controlada por el gran capital. La supuesta independencia energética, que Lula utiliza como argumento, es falsa porque Brasil será aún más dependiente de EEUU que es quien impone las condiciones. Lula es tan servil que, incluso, considera un riesgo otorgar ventajas para adquirir gasolina y diesel en Venezuela.
Todo indica que George Bush lo utilizará como contrapeso frente a los cambios que se suceden en América Latina, gracias a la influencia de la República Bolivariana de Venezuela y la Revolución cubana. Por esa razón los colaboradores de Lula critican a Hugo Chávez y Fidel Castro, aseverando que están utilizando ideológicamente la cuestión del etanol, cuando en realidad lo que hacen es denunciar que el plan, en el que se ha involucrando Lula, provocaría un genocidio si, entre otros efectos negativos, se disparasen los precios del maíz, alimento básico de millones de pobres en todo el mundo. Quien utiliza el etanol políticamente es la Casa Blanca, ya que forma parte de su proyecto bélico a escala mundial.
Por si fuera poco está dispuesto a colaborar para que Cuba explore nuevas "experiencias democráticas" que tienen por objeto la implantación de un brutal régimen neoliberal explotador, que asesina o mata por hambre. No estaría de más que Lula explorase el déficit democrático de su propio país, porque a Cuba, con sus aciertos y sus errores, poco puede enseñarle. En la isla caribeña las organizaciones populares son quienes postulan a los candidatos para la Asamblea Nacional, sean éstos miembros o no del Partido Comunista, mientras que en Brasil, postula la oligarquía financiera, con eso está dicho todo. Además no hay que olvidar nunca que, aunque el idílico neoliberalismo de Lula se presente disfrazado como democracia, capitalismo y democracia real son incompatibles.
Quizás no fuera del todo previsible, pero la realidad es que, en estos momentos, el presidente de Brasil se ha alineado con el presidente estadounidense de turno, alejándose de las democracias participativas y populares que, poco a poco, se abren paso en América Latina en detrimento de las seudo democracias bipartidistas amparadas por el imperialismo fascista norteamericano. Decía Simón Bolívar que "los Estados Unidos parecen signados por la providencia a plagar la América de miserias, en nombre de la libertad". Evidentemente, a Lula no parece interesarle la clarividencia del Libertador latinoamericano.
J. M. Álvarez
Rebelión
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