Así como algunas plantas rinden frutos si no se elevan demasiado alto, así también en las artes prácticas no se deben elevar demasiado las flores y el follaje de la teoría; más bien deben mantenerse cerca del suelo de la experiencia”
Clausewitz, Sobre la guerra (La teoría de la estrategia)
1. Nuestro método de orientación
Se observa indudablemente un más rápido desarrollo del pensamiento militar y un aumento del interés por la teoría en el Ejército Rojo. Por más de tres años combatimos y construimos el ejército bajo fuego, y después desmovilizamos y distribuimos las tropas en los cuarteles. Este proceso todavía no ha sido terminado hasta el día de hoy, pero el ejército ya ha conseguido un grado mayor de definición organizativa y una cierta estabilidad. Dentro de él se siente una necesidad creciente de echar una mirada retrospectiva al camino ya transitado, para evaluar los resultados y para extraer las conclusiones prácticas y teóricas más necesarias, para estar mejor preparados para el mañana.
¿Y que nos deparará el mañana? ¿Nuevos estallidos de guerra civil, alimentadas desde el exterior? ¿O un ataque abierto contra nosotros lanzado por los estados burgueses? ¿Cuáles de ellos? ¿Cómo deberíamos prepararnos para resistir? Todas estas cuestiones requieren una orientación sobre los planos de la política internacional, la política interna y la política militar. La situación cambia constantemente y, en consecuencia, la orientación cambia también; no en principio sino en la práctica. Hasta ahora hemos abordado con éxito las tareas militares que nos imponen la situación internacional e interna de la Rusia soviética. Nuestra orientación demostró ser más correcta, más previsora y profunda que la de las más poderosas potencias imperialistas, que buscaron, una tras otra, o todas juntas, derrotarnos pero se quemaron los dedos al intentarlo. Nuestra superioridad subyace en que poseemos un método de orientación científico irremplazable: el marxismo. Es un instrumento poderoso y al mismo tiempo muy sutil; usarlo no es algo que se logre fácilmente, uno tiene que aprender cómo usarlo. El pasado de nuestro partido nos ha enseñado a través de una dura y larga experiencia cómo aplicar los métodos del marxismo a la más compleja combinación de factores y fuerzas durante esta época histórica de cambios abruptos muy agudos. Usamos el instrumento del marxismo también para definir las bases de nuestro trabajo de construcción en el ámbito militar.
Sucede todo lo contrario con nuestros enemigos. Si bien en la esfera de la técnica de producción la burguesía avanzada ha desterrado el estancamiento, la rutina y la superstición, y ha buscado contruir cada empresa sobre los cimientos precisos del método científico, en la esfera de la orientación social la burguesía ha demostrado ser impotente, en razón de su posición de clase, para elevarse hasta la cima del método científico. Nuestros enemigos de clase son empíricos, es decir, abordan cada caso por separado, guiados no por el análisis del desarrollo histórico sino por la experiencia práctica, la rutina, el coup d’oeil (N de T: vistazo) y el instinto.
Seguramente, la casta imperialista británica ha brindado, sobre la base del empirismo, un ejemplo de vasta usurpación voraz, sagacidad triunfante y firmeza de clase. No por nada se ha dicho que los imperialistas británicos piensan en términos de siglos y de continentes. Este hábito de evaluar y ponderar prácticamente los factores y las fuerzas más importantes ha sido adquirido por la casta dominante británica gracias a la superioridad de su posición, basada en su punto de ventaja insular, y bajo las condiciones de una acumulación comparativamente lenta y planificada de poder capitalista.
Los métodos parlamentarios de combinaciones personales, sobornos, retórica y fraude, y los métodos coloniales de represión sangrienta, la hipocresía y todas las formas de vileza han entrado por igual en el rico arsenal de la camarilla dirigente del más grandioso de los imperios. La experiencia de la lucha de la reacción británica contra la Gran Revolución francesa refinó los métodos del imperialismo británico, lo hizo más flexible, lo armó en una variedad de formas, y en consecuencia, lo volvió más seguro contra las sorpresas de la historia.
No obstante, la eficaz destreza de clase de la burguesía británica que domina al mundo está demostrando ser insuficiente -y esto cada vez más a medida que pasa el tiempo- para la época actual de convulsiones volcánicas en el régimen burgués. Si bien maniobran y cambian de línea con gran habilidad, los empiristas británicos de la época de decadencia -cuya expresión acabada es Lloyd George- se romperán inexorablemente el cuello.
El imperialismo alemán surgió como la antípoda del imperialismo británico. El febril desarrollo del capitalismo alemán brindó a las clases dominantes de Alemania la oportunidad de acumular una cantidad mucho mayor de valores técnicos y materiales que hábitos de orientación internacional y político-militar. El imperialismo alemán apareció en la arena mundial como un advenedizo, se propasó, resbaló y fue totalmente destruido. Y aún así, no hace mucho tiempo, en Brest-Litovsk, los representantes del imperialismo alemán nos consideraban como soñadores utópicos que habían llegado a la cima accidentalmente en forma temporal...
Nuestro partido ha aprendido el arte de la orientación combinada, paso a paso, desde los primeros círculos clandestinos, durante todo el desarrollo ulterior, con sus discusiones teóricas interminables, los intentos y los fracasos prácticos, los avances y las retiradas, las disputas y los giros tácticos. Los círculos de exiliados rusos en Londres, París y Ginebra demostraron ser, en última instancia, atalayas de una inmensa importancia histórica. La impaciencia revolucionaria fue disciplinada por el análisis científico del proceso histórico. La voluntad de acción se combinó con el autocontrol. Nuestro partido aprendió a aplicar el método marxista actuando y pensando. Y este método le presta buenos servicios a nuestro partido hoy en día...
Si bien puede decirse de los empiristas más visionarios del imperialismo británico que poseen un llavero con una considerable opción de llaves, buenas para muchas situaciones históricas típicas, nosotros tenemos en nuestras manos una llave maestra que nos permite orientarnos correctamente en todas las situaciones. Y mientras que toda la provisión completa de llaves que han heredado Lloyd George, Churchill2 y el resto obviamente no sirve para hallar una salida a la época revolucionaria, nuestra llave marxista está predestinada, por sobre todo, a servir a ese propósito. No tenemos miedo de hablar acerca de ésta, nuestra mayor ventaja sobre nuestros adversarios, en voz alta, ya que está más allá de su poder apropiarse de nuestra llave marxista, o poder falsificarla.
Nosotros previmos la inevitabilidad de la guerra imperialista y el prólogo de la época de la revolución proletaria. Desde ese punto de vista, nosotros seguimos luego el curso de la guerra, los métodos usados en ella, los cambios en los agrupamientos de fuerzas de clases, y sobre la base de esas observaciones tomó cuerpo más directamente la “doctrina” -para emplear un estilo elevado- del sistema soviético y del Ejército Rojo. A partir de la predicción científica del posterior curso de desarrollo, nosotros ganamos una confianza inquebrantable en que la historia estaba de nuestro lado. Esta confianza optimista fue y continúa siendo el fundamento de toda nuestra actividad.
El marxismo no provee recetas ya listas. Y menos todavía podía proveerlas en el ámbito de la construcción militar. Pero aquí, también, nos brindó un método. Ya que, si es verdad que la guerra es la continuación de la política, sólo que por otros medios, entonces se sigue que un ejército es la continuación y la culminación de la organización estatal y social en su conjunto, sólo que con la bayoneta al frente.
Enfocamos los problemas militares, en primer lugar, desprovistos de “doctrina militar” alguna en tanto suma total de postulados dogmáticos; los enfocamos a partir de un análisis marxista de los requerimientos de la autodefensa de la clase obrera, la cual habiendo tomado el poder, tenía que armarse, desarmar a la burguesía, combatir para mantener el poder, dirigir a los campesinos contra los terratenientes, evitar que la democracia kulak armara a los campesinos contra el estado obrero, crear para sí un cuerpo confiable de comandantes.
Al construir el Ejército Rojo utilizamos destacamentos de Guardias Rojos, las viejas reglamentaciones, a los atamanes campesinos y a los antiguos generales zaristas; y esto, por supuesto, podría ser descripto como la ausencia de una “doctrina unificada” en la esfera de la formación del ejército y de su personal de mando. Pero una evaluación semejante sería pedante y banal. Ciertamente, no tomamos ninguna “doctrina” dogmática como nuestro punto de partida. En realidad creamos el ejército a partir del material histórico que teníamos al alcance de la mano, unificando todo este trabajo desde el punto de vista de un estado obrero que lucha por preservarse, por afianzarse y por extenderse. Quienes no pueden estar sin repetir la palabra “doctrina”, un término con connotaciones metafísicas, podrían decir que al crear el Ejército Rojo, una fuerza armada sobre una nueva base de clases, estábamos construyendo, en consecuencia, una nueva doctrina militar, ya que a pesar de la diversidad de medios prácticos y de los cambios de enfoque no podía haber, ni hubo, en nuestro trabajo de construcción militar lugar para el empirismo vacío de ideas o para la arbitrariedad subjetiva: de principio a fin, todo el trabajo estuvo cementado por la unidad de un objetivo de clase revolucionario, por la unidad de la voluntad dirigida hacia ese objetivo y por la unidad del método marxista de orientación.
2. ¿Con o sin doctrina?
Se han hecho intentos, frecuentemente repetidos, de darle a la “doctrina militar” proletaria prioridad sobre el trabajo real de crear el Ejército Rojo. Ya hacia finales de 1917 el principio absoluto de la maniobra estaba siendo contrapuesto al principio “imperialista” de la guerra de posiciones. La forma organizativa del ejército debía estar subordinada a la estrategia revolucionaria de la maniobra: los batallones, las divisiones, incluso las brigadas, se decía que eran formaciones demasiado pesadas. Los defensores de la “doctrina militar” proletaria proponían reducir toda la fuerza armada de la República a destacamentos combinados individuales o regimientos. En esencia esta era la ideología del guerrillerismo ligeramente barnizada. En el ala de extrema “izquierda”, el guerrillerismo era defendido abiertamente. Se proclamaba una guerra santa contra las viejas reglamentaciones porque éstas eran la expresión de una doctrina militar ya caduca, y contra las nuevas reglamentaciones porque se parecían demasiado a las viejas. En verdad, incluso en esa época, los seguidores de la nueva doctrina no sólo no lograron brindarnos un borrador para nuevas reglamentaciones sino que ni siquiera presentaron un solo artículo sometiendo a nuestras reglamentaciones a algún tipo de críticas serias principistas o prácticas. Nuestra utilización de los oficiales del viejo ejército, especialmente en posiciones de mando, se proclamaba como algo incompatible con la implementación de una doctrina militar revolucionaria.
De hecho, los ruidosos innovadores estaban ellos mismos completamente atrapados por la vieja doctrina militar. Lo único que hacían era poner un signo menos allí donde antes había un signo más. Todo su pensamiento independiente se reducía nada más que a eso. No obstante, el trabajo genuino de crear la fuerza armada del estado obrero se desarrollaba siguiendo un sendero diferente. Tratábamos, especialmente al comienzo, de hacer el máximo uso posible de los hábitos, los usos, el conocimiento y los medios provenientes del pasado, y nos tenía bastante sin cuidado en qué medida el nuevo ejército sería diferente del viejo, en el sentido técnico y formalmente organizativo. O, por el contrario, en qué medida se le parecería. Construimos al ejército a partir del material técnico y humano que estaba al alcance de la mano, buscando siempre y en todas partes asegurar el dominio por parte de la vanguardia proletaria en la organización del ejército, es decir, en los efectivos del ejército, en su administración, en su conciencia y en sus sentimientos. La institución de los comisarios no es un dogma del marxismo, ni tampoco es una parte necesaria de una “doctrina militar” proletaria: bajo ciertas condiciones éstos fueron un instrumento necesario de la supervisión proletaria, de la dirección de la educación política proletaria en el ejército y, por esta razón, adquirieron una enorme importancia en la vida de las fuerzas armadas de la República soviética. Combinamos el viejo personal de mando con el nuevo y sólo de esta manera logramos el resultado necesario: el ejército demostró ser capaz de combatir al servicio de la clase obrera. En sus objetivos, en la composición de clase predominante en su cuerpo de comandantes y comisarios, en su espíritu y en toda su moral política, el Ejército Rojo difiere radicalmente de todos los otros ejércitos del mundo y se halla en oposición hostil hacia ellos. A medida que continúa desarrollándose, el Ejército Rojo se ha vuelto y se está volviendo cada vez más similar a ellos en lo que hace a los aspectos técnicos y formalmente organizativos. El sólo esfuerzo por decir algo nuevo en este campo no es suficiente.
El Ejército Rojo es la expresión militar de la dictadura proletaria. Aquellos que exigen una fórmula más solemne podrían decir que el Ejército Rojo es la encarnación militar de la “doctrina” de la dictadura proletaria: primero, porque la dictadura proletaria está asegurada dentro del Ejército Rojo mismo y, en segundo lugar, porque la dictadura del proletariado sería imposible sin el Ejército Rojo.
El problema es, no obstante, que el despertar del interés en la teoría militar engendró al comienzo un reavivamiento de ciertos prejuicios doctrinarios del primer período; prejuicios a los cuales, eso es seguro, se les ha dado algunas formulaciones nuevas, pero que no han sido mejorados en absoluto por ello. Ciertos innovadores perspicaces han descubierto repentinamente que estamos viviendo, o más bien, no viviendo sino vegetando sin una doctrina militar, al igual que el rey del cuento de Andersen que se paseaba sin ropas y que no lo sabía. “Es necesario, finalmente, crear la doctrina del Ejército Rojo”, dicen algunos. Otros se suman al coro diciendo: “nos estamos equivocando en lo que concierne a todas las cuestiones prácticas de la construcción militar porque todavía no hemos resuelto los problemas básicos de la doctrina militar. ¿Qué es el Ejército Rojo? ¿Cuáles son las tareas históricas que tiene planteadas? ¿Librará guerras defensivas o guerras revolucionarias ofensivas?”
De aquí surge que creamos el Ejército Rojo y, además, un Ejército Rojo triunfante, pero no logramos darle una doctrina militar. Así, este ejército sigue viviendo en estado de perplejidad. A la pregunta directa: ¿cuál debería ser esta doctrina del Ejército Rojo? Obtenemos la respuesta: ésta debe comprender la suma total de los principios de la estructura, la utilización y la educación de nuestras fuerzas armadas. Pero esta respuesta es puramente formal. El Ejército Rojo de hoy tiene sus principios de “estructura, educación y utilización”. Lo que necesitamos saber es ¿qué tipo de doctrina nos hace falta? Esto es, ¿cuál es el contenido de estos nuevos principios que tienen que ser incorporados al programa para construir el ejército? Y es aquí mismo donde comienzan los balbuceos más confusos. Un individuo hace el descubrimiento sensacional de que el Ejército Rojo es un ejército de clase, el ejército de la dictadura proletaria. Otro añade a esto que, en la medida en que el Ejército Rojo es un ejército revolucionario e internacional, debe ser un ejército ofensivo. Un tercero propone, con miras a este carácter ofensivo, que prestemos especial atención a la caballería y a la aviación. Finalmente, un cuarto propone que no nos olvidemos del uso de la tachanki3 de Majno4. Alrededor del mundo en una tachanka: ahí está la doctrina para el Ejército Rojo. Debe decirse, no obstante, que en estos descubrimientos se insinúan algunos granos de verdades sensatas -que no son nuevas pero son correctas- que se abren camino a través de las cáscaras de verborragia.
3. ¿Qué es una doctrina militar?
No tratemos de buscar definiciones lógicas generales porque éstas, por sí mismas, no lograrán sacarnos del aprieto5. Permítasenos enfocar la cuestión más bien históricamente. Según el viejo punto de vista, los fundamentos de la ciencia militar son eternos y comunes para todas las épocas y los pueblos. Pero en su refracción concreta estas verdades eternas asumen un carácter nacional. De aquí que tengamos una doctrina militar alemana, una francesa, una rusa, y así sucesivamente. Si revisamos el inventario de las ‘verdades eternas’ de la ciencia militar, no obtenemos más que unos cuantos axiomas lógicos y postulados euclideanos. Defender los flancos, asegurar las líneas de comunicaciones y de retirada, atacar el punto menos defendido del enemigo, etc. Tales principios, en esta formulación tan abarcadora, bien podrían aplicarse a cuestiones muy desligadas del arte de la guerra. El burro que roba la avena por el agujero de un costal roto (‘el punto menos defendido por el enemigo’) y en actitud vigilante vuelve su grupa en dirección contraria a aquélla por donde amenaza el peligro, ciertamente se comporta de acuerdo con los principios eternos de la ciencia militar. Aún así, no hay dudas que este burro que mastica avena nunca a leído a Clausewitz ni tampoco a Leer.
La guerra, el tema de nuestra discusión, es un fenómeno histórico y social que surge, se desarrolla, cambia sus formas y debe, eventualmente, desaparecer. Por esta única razón no podemos tener ningún tipo de leyes eternas. Pero el sujeto de la guerra es el hombre, que posee ciertos rasgos anatómicos y mentales fijos a partir de los cuales se derivan ciertos usos y hábitos. El hombre opera en un marco geográfico específico comparativamente estable. De este modo, en todas las guerras, en todas las épocas y en todos los pueblos, se han obtenido ciertos rasgos comunes, que son relativamente estables pero que no son para nada absolutos. Basándose en estos rasgos se ha desarrollado históricamente un arte de la guerra. Sus métodos y usos han cambiado, junto con las condiciones sociales que lo gobiernan (la tecnología, la estructura de clases, las formas de poder estatal).
La expresión “doctrina militar nacional” implicaba una (combinación) compleja, comparativamente estable, pero no obstante temporal, de cálculos, métodos, procedimientos, hábitos, consignas y sentimientos militares, todos los cuales se corresponden con la estructura de la sociedad dada en su conjunto y, antes que nada, con el carácter de su clase dominante.
Por ejemplo, ¿cuál es la doctrina militar de Gran Bretaña? En su composición entra (o solía entrar) el reconocimiento de la necesidad de la hegemonía marítima, junto con una actitud negativa hacia el ejército terrestre permanente y hacia la conscripción para el servicio militar; o más precisamente, el reconocimiento de la necesidad de que Gran Bretaña posea una armada más fuerte que las armadas combinadas de las dos potencias más fuertes que le siguen, y lo que posibilitaba esa situación, el mantenimiento de un pequeño ejército de voluntarios. Ligado a esto estaba el apoyo hacia un orden tal en Europa que no permitía a ninguna de las potencias terrestres obtener una preponderancia decisiva en el continente.
Indudablemente, esta “doctrina” británica fue la más estable de todas las doctrinas militares. Su estabilidad y su carácter definido estaban determinados por el desarrollo prolongado, planificado, ininterrumpido del poderío británico, sin que hubiera ningún evento y ninguna convulsión que hubiera alterado radicalmente la relación de fuerzas en el mundo (o en Europa, lo cual antiguamente equivalía a la misma cosa). Ahora, no obstante, esta situación ha cambiado completamente. Gran Bretaña le propinó a su propia “doctrina” el mayor de los golpes cuando, durante la guerra, se vio obligada a construir su ejército sobre la base del servicio militar obligatorio. El “equilibrio de poder” en el continente europeo ha sido trastocado. Nadie tiene confianza en la estabilidad de la relación de fuerzas. El poderío de Estados Unidos descarta la posibilidad de que la armada británica mantenga automáticamente su posición dominante por más tiempo. Hoy en día es demasiado temprano como para predecir cuál será el resultado de la Conferencia de Washington6. Pero es bastante obvio que, desde la guerra imperialista, la “doctrina militar” de Gran Bretaña se ha vuelto obsoleta, ha entrado en bancarrota y no posee ningún valor. Esta todavía no ha sido reemplazada por una nueva. Y es muy dudoso que alguna vez haya una nueva, ya que la época de convulsiones militares y revolucionarias y de radicales reagrupamientos de las fuerzas mundiales dejan muy poco margen para la doctrina militar en el sentido en el cual la hemos definido más arriba con respecto a Gran Bretaña. Una “doctrina” militar presupone una situación relativamente estable, tanto internamente como en el exterior.
Si echamos un vistazo a los países del continente europeo, incluso en la época pasada, nos encontramos con que la doctrina militar asume allí un carácter mucho menos definitivo y estable ¿Cuál era el contenido de la doctrina militar de Francia, incluso durante el intervalo de tiempo entre la guerra franco prusiana de 1870-71 y la guerra imperialista de 1914? El reconocimiento de que Alemania era el enemigo hereditario e irreconciliable, la idea de la revancha, la educación del ejército y de la joven generación en el espíritu de esta idea, el cultivo de una alianza con Rusia, la adoración del poderío militar del zarismo, y finalmente, el mantenimiento, si bien no muy confiadamente, de la tradición militar bonapartista de la ofensiva contundente. La prolongada era de la paz armada, que fue desde 1871 hasta 1914, le otorgó no obstante una relativa estabilidad a la orientación político- militar de Francia. Pero los elementos puramente militares de la doctrina francesa eran muy escuálidos. La guerra sometió a la doctrina de la ofensiva a un test riguroso. Después de las primeras semanas, el ejército francés se enterró a sí mismo, y si bien los generales genuinamente franceses y los periódicos genuinamente franceses no dejaban de reiterar en el primer período de la guerra, que la guerra de trincheras era una vil invención alemana que no estaba en absoluto de acuerdo con el espíritu heroico de los combatientes franceses, toda la guerra se desarrolló, no obstante, como un combate de posiciones de desgaste. En el momento actual la doctrina de la ofensiva pura, si bien ha sido incluida en las nuevas reglamentaciones está experimentando, como veremos, una fuerte oposición en Francia misma.
La doctrina militar de la Alemania post Bismarck era incomparablemente más agresiva en esencia, en sintonía con la política del país, pero era mucho más cautelosa en sus formulaciones estratégicas. “Los principios de la estrategia de ninguna manera trascienden el sentido común”, así rezaba la instrucción que se le daba a los comandantes superiores de Alemania. No obstante, el rápido crecimiento de la riqueza capitalista y de la población elevó a los círculos dominantes, y sobretodo a la casta de oficiales nobles de Alemania, hacia alturas cada vez mayores. Las clases dominantes de Alemania carecían de experiencia en cuanto a operar a escala mundial: no tomaron en cuenta las fuerzas y los recursos y le dieron a su diplomacia y a su estrategia un carácter ultra-agresivo que estaba muy alejado del “sentido común”. El militarismo alemán cayó víctima de su propio espíritu ofensivo desenfrenado.
¿Qué conclusión se saca de aquí? Que la expresión “doctrina nacional” implicaba en el pasado un conjunto complejo de ideas directrices estables en los ámbitos diplomáticos y político-militar y de directivas estratégicas que estaban más o menos vinculadas con estos. Todavía más, la denominada doctrina militar -la fórmula para la orientación militar de las clases dominantes de un país dado en circunstancias internacionales- demostró ser más definitiva, cuanto más definida, estable y planificada era la situación interna e internacional de ese país, en el curso de su desarrollo.
La guerra imperialista y la resultante época de máxima inestabilidad le han quitado todo basamento a las doctrinas militares nacionales en todos los ambitos, y ha puesto a la orden del día la necesidad de tomar en cuenta rápidamente la situación cambiante, con sus nuevos agrupamientos y alianzas y sus manipulaciones y maniobras sin principios; todo esto bajo el signo de las ansiedades y la alarma de hoy en día. La Conferencia de Washington nos brinda un cuadro instructivo a este respecto. Es totalmente indiscutible que hoy en día después de la prueba a la que han sido sometidas las viejas doctrinas militares en la guerra imperialista, ni un solo país ha mantenido principios e ideas que sean lo suficientemente estables como para ser llamados una doctrina militar nacional.
Uno podría, es verdad, aventurarse a suponer que las doctrinas militares nacionales tomarán forma una vez más tan pronto como se establezca una nueva relación de fuerzas en el mundo, junto con la posición concomitante de cada estado por separado. Esto presupone, no obstante, que la época revolucionaria de convulsiones será liquidada, e irá seguida de una nueva época de desarrollo orgánico. Pero no hay ningún basamento para semejante suposición.
1 Traducción al español para esta edición de «Cuadernos», tomado de How the Revolution Armed, Vol. 5, 1921-1923, New Park Publications, Londres, 1981, pág. 312. Son los tres primeros capítulos de un ensayo que consta de 14 secciones. Fue publicado como folleto por el Consejo Supremo de Publicaciones Militares, Moscú, en noviembre-diciembre de 1921. (N de E)
2 Churchill, Winston (1874-1965). Primer Ministro conservador de Gran Bretaña (1940-1945, 1951-1955). Defensor de la intervención armada contra la Unión Soviética después de la revolución rusa; principal representante del imperialismo británico en la Segunda Guerra Mundial; arquitecto de la Guerra Fría de postguerra. (N de E)
3 Tachanki: vehículo militar inventado por Majno que consistía de un carro tirado por caballos sobre el que iba montada una ametralladora.
4 Majno, Néstor (1884-1934), encabezó las bandas campesinas que lucharon contra los reaccionarios ucranianos y las fuerzas de ocupación alemana en la Guerra Civil, pero alrededor de 1919 se volvió contra los soviets, siendo derrotado en 1921. (N de E)
5 [Nota de Trotsky] El camarada Frunze escribe: “Uno podría ofrecer la siguiente definición de ‘doctrina militar unificada’. Es el conjunto unificado de enseñanzas adoptado por el ejército de un estado dado, el cual fija la forma de construcción de las fuerzas armadas del país y los métodos de entrenamiento y dirección de las fuerzas, sobre la base de las opiniones prevalecientes en ese estado dado con respecto al carácter de estas tareas militares que confronta este estado y los métodos para llevar adelante las tareas que se siguen de la esencia de clase de este estado y de la situación de sus fuerzas productivas”. (Krasnaya Nov, N° 2, pág. 94, artículo de M. Frunze, “La doctrina militar unificada y el Ejército Rojo”). Esta definición puede ser aceptada sin reservas. Pero como testimonia el conjunto del artículo del camarada Frunze, las conclusiones que se extraen de la definición citada de ninguna manera pueden enriquecer el arsenal ideológico del Ejército Rojo. No obstante abordaremos esto con mayor detalle luego.
6 La Conferencia de Washington, auspiciada por el gobierno norteamericano, se reunió el 12/11/1921. El punto principal de la agenda fue el «desarme», pero no produjo ningún resultado práctico. Por el contrario, ésta llevó a una intensificación de los gastos en armamentos.
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