Las dos últimas décadas del siglo XIX son años donde la clase obrera de diferentes países desarrolla una impresionante lucha por sus derechos, centrada en la reivindicación de las 8 hs. de trabajo. La importancia de este reclamo se comprende por las terribles condiciones laborales y de vida de la mayoría de la clase trabajadora.
En ciudades como Chicago, París o Buenos Aires, los trabajadores sufrían jornadas agotadoras de entre 14 y 16 hs. diarias, lo que incluía el trabajo de las mujeres y de niños menores de 10 años, en fábricas y talleres.
En EE.UU. y América Latina surge una nueva clase obrera, integrada por trabajadores inmigrantes del viejo continente: alemanes, irlandeses, españoles e italianos trabajan por igual en los talleres de Nueva York o en los frigoríficos de Avellaneda en Argentina.
Contra la superexplotación y la voracidad de las patronales comienzan a surgir por miles las asociaciones sindicales por oficio, centrales nacionales, mutuales y clubes obreros, como formas de organización de una clase obrera en expansión. También crece la influencia de las ideologías anarquista y socialista, que son tomadas como propias por miles de trabajadores en todas partes del mundo.
El 1° de Mayo de 1886 en EE.UU. y los “mártires de Chicago”
En noviembre de 1884 se celebró en Chicago el Congreso de la Federación Americana del Trabajo, en el que se propuso que a partir del 1º de Mayo de 1886 se obligaría a los patrones a respetar una jornada de 8 horas mediante la huelga. Ese 1º de Mayo de 1886 las organizaciones laborales y sindicales de Estados Unidos se movilizaron y paralizaron el país con más de cinco mil huelgas.
La lucha por las 8 horas tenía amplio apoyo en Chicago. Allí la jornada laboral se extendía desde las 4 de la mañana hasta las 8 de la noche. El 1º de mayo comenzó una huelga en la ciudad que arrancó con 40.000 trabajadores y llegó hasta 65.000.
El lunes 3 de mayo en una reunión de 6.000 estibadores en huelga, hubo enfrentamientos entre los trabajadores y un grupo de carneros contratados por la patronal para quebrar la huelga. La respuesta inmediata del gobierno fue enviar a más de 200 policías que iniciaron un combate en las calles que terminó con cuatro obreros muertos y muchísimos heridos. Como respuesta a la represión, se convocó a una manifestación para el día siguiente en la plaza Haymarket, en el sur de Chicago, a la cual concurrieron más de 3.000 trabajadores.
La policía irrumpió nuevamente contra los obreros, y comenzó a atacarlos, cuando un desconocido arrojó una bomba contra los uniformados, hiriendo a 66 (7 de los cuales murieron). La respuesta policial fue disparar sin piedad contra la multitud, matando a varios obreros y dejando heridos a más de 200. Luego de estos hechos, el gobierno capitalista desató una caza de brujas contra los principales dirigentes obreros de las movilizaciones, acusándolos de haber lanzado la bomba, y condenó a juicio y pena de muerte a varios de ellos.
August Spies, Michael Schwab, Adolph Fischer, George Engel, Louis Lingg, Albert Parsons, Samuel Fielden y Oscar Neebe fueron sometidos a un juicio completamente orquestado y fraudulento, con testigos falsos y plagado de irregularidades. Uno de los jurados, cuando se le argumentó la inocencia de los acusados, confesó: “Los colgaremos lo mismo. Son hombres demasiado sacrificados, demasiado inteligentes y demasiados peligrosos para nuestros privilegios”.
El 11 de noviembre de 1887 Spies, Engel, Fischer y Parsons fueron ahorcados. Unos días antes Louis Lingg se había quitado la vida en su celda. En su funeral marcharon por las calles más de 25.000 trabajadores. Desde ese momento ellos son recordados como “los mártires de Chicago”, ejemplo de lucha y coraje de la clase trabajadora internacional. Los otros enjuiciados (Fielden, Schwab y Neebe) pasaron largos años en prisión hasta que toda la falsedad del juicio y las mentirosas acusaciones no pudieron ser sostenidas, y recobraron la libertad.
El congreso de Paris y el 1° de Mayo de 1890
En 1889 se reunió en París un Congreso muy importante para la clase obrera de todo el mundo. En esa ocasión delegados de organizaciones socialistas de más de 23 países acordaron fundar la II Internacional. Las delegaciones principales provenían de Francia, Alemania, Inglaterra, Bélgica, Austria, Rusia y España, pero también la Argentina tuvo su representación, a través de un grupo de alemanes emigrados a nuestro país que enviaron su adhesión al congreso y fueron representados en este por el dirigente socialista alemán Guillermo Liebneck. En esa reunión de París se resolvió convocar a manifestaciones y mítines en todo el mundo, como una jornada de lucha internacional.
“Se organizará una gran manifestación internacional, en fecha fija, de manera que en todos los países y en todas las ciudades a la vez, el mismo día, los trabajadores exijan a los poderes públicos la reducción legal de la jornada de trabajo a ocho horas y la aplicación de las demás resoluciones del Congreso Internacional de Paris.”
La fecha para la jornada de lucha internacional se tomó considerando una resolución de la American Federation of Labour de EE.UU. y se acordó trabajar para la organización de las movilizaciones para el 1º de Mayo de 1890.
Ese día cientos de miles de trabajadores se manifestaron en las principales ciudades del mundo capitalista.
En Francia hubo huelgas y manifestaciones en 138 ciudades y localidades importantes. A pesar de la enorme presencia policial y las campaña para atemorizar de parte del gobierno francés, se reunieron unos cien mil obreros en Paris. En el resto de Europa las manifestaciones obreras desataron enfrentamientos con la policía en diversas ciudades del Imperio austro-húngaro, Italia o Polonia, y hubo miles de obreros marchando en las principales ciudades del continente (Viena, Praga, Budapest, Varsovia, Estocolmo, Copenhague, Bruselas, Milán, Turín). En Londres, capital del país más industrializado de la época, más de 300.000 se movilizaron en las calles el 4 de mayo (decidieron hacerlo en esta fecha que era un día no laborable).
Los cuatro lemas principales que aparecían en las pancartas e insignias del 1º de Mayo eran: los “Tres ochos” (ocho horas de trabajo, ocho horas de esparcimiento, ocho horas de sueño), “El voto para todos”, “Libertad, Igualdad y Fraternidad” y “Trabajadores de todo el mundo, ¡uníos!”.
Palabras de George Engel, obrero impresor, ante el tribunal que lo condenó a muerte en Chicago
Es la primera vez que comparezco ante un tribunal norteamericano, y en el se me acusa de asesino. ¿Y por qué razón estoy aquí? ¿Por qué razón se me acusa de asesino? Por la misma que me hizo abandonar Alemania: por la pobreza, por la miseria de la clase trabajadora. Aquí también, en esta “república libre”, en el país más rico de la tierra, hay muchos obreros que no tienen lugar en el banquete de la vida, y que como parias sociales arrastran una vida miserable. Aquí he visto a seres humanos buscando algo con qué alimentarse en los montones de basura de las calles.(...)
¿En qué consiste mi crimen? En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social donde sea imposible que mientras unos amontonan millones otros caen en la degradación y la miseria. Así como el agua y el aire son libres para todos, así la tierra y las invenciones de los hombres de ciencia deben ser utilizadas en beneficio de todos. Vuestras leyes están en oposición con las de la naturaleza y mediante ellas robáis a las masas el derecho a la vida, a la libertad y al bienestar(...)”
Extractos del artículo publicado en 2006 en La Verdad Obrera N° 185 (periódico del PTS de Argentina) *Autora: Josefina Luzuriaga
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