No asombra que W. Bush haya vuelto a su recurrente discurso sobre Cuba y la transición: "Creo que el cambio de Fidel Castro debería dar inicio a un período de transición democrática," dijo hace dos días en una conferencia de prensa en Ruanda, durante una gira por cinco naciones africanas.
Para los cubanos ese es un discurso gastado. Estados Unidos ha concentrado sus ataques a Cuba con la personalización del proceso revolucionario y así ocultar de manera sibilina el verdadero objetivo que lo anima: destruir a la Revolución cubana.
Con Bush se han entusiasmado mucho con la idea. Comenzaron calificando su propuesta de "transición", de "pacífica" y poco después le fueron quitando el adjetivo al discurso y afirmando la necesidad de acelerarla.
Algunos de los principales personeros de la administración norteamericana han sido bien directos en sus reuniones con la mafia de Miami, al definirla como "transición política rápida".
Roger Noriega, Dan Fisk, Otto Reich y algunos otros han confesado públicamente, sin ningún rubor, los propósitos intervencionistas que animan al Plan Bush a partir del supuesto de la "transición":
-Necesitamos hacer todo lo que podamos para asegurar que sea "una transición democrática exitosa, más bien que una sucesión" dentro de la "tiranía". Ese es el objetivo de la Comisión de ayuda a una Cuba Libre.
-Debemos estar preparados a ser ágiles y decisivos cuando ese día llegue finalmente, para terminar, de una vez para siempre, con todos los vestigios del corrupto régimen de Castro.
- Para iniciar la transición hay que salir del obstáculo principal (la persona de Fidel Castro) y creemos que la transición puede ocurrir en cualquier momento y nosotros tenemos que estar preparados para actuar con agilidad y asegurarnos de que (¼ ) los compinches del régimen no tomen control¼
Otra de las proyecciones de esta gente ha sido la llamada diplomacia pública y trabajar por la internacionalización de la agresión mediante el aumento de los esfuerzos directos con gobiernos de terceros países dispuestos a aplicar una política firme y dinámica para apoyar la "transición" cubana.
¿Qué cambios estructurales o qué transición tendría que hacer Cuba después de la que hizo el Primero de Enero de 1959?
¿Puede olvidarse que las leyes y medidas revolucionarias más radicales, que modificaron completamente los cimientos de nuestro Estado, fueron adoptadas con el beneplácito de la inmensa mayoría de la población?
No hay posiblemente otro caso en la historia en que una Revolución y su liderazgo hayan contado con un apoyo tan masivo y en una época caracterizada por cambios profundos, radicales y acelerados, a la vez que han tenido que enfrentarse durante medio siglo a la fuerza descomunal de la agresión norteamericana.
El Estado revolucionario rescató para todo el pueblo las riquezas nacionales de manos de los imperialistas y de los explotadores de todo tipo; eliminó el desempleo y abrió fuentes de trabajo para todos; acabó con el analfabetismo y puso la educación de manera gratuita al alcance de todos y con plena equidad social; garantizó por primera vez la atención médica y hospitalaria gratuitamente a todos; popularizó y amplió los cauces de la cultura; desarrolló el deporte y algo muy sobresaliente: organizó al pueblo y le dio armas y le enseñó a manejarlas para que se defendiera.
La Revolución ha partido de motivaciones auténticas, de valores y principios éticos y morales para mover a la mayoría de los cubanos hacia una participación soberana de sus ciudadanos en los asuntos más importantes de la sociedad.
Eso no quiere decir que estemos satisfechos ni mucho menos, y que aun en el orden democrático haya que trabajar por lograr un estadio superior, pero nadie puede negar que por primera vez en nuestra historia nacional las mayorías sociales logran expresarse como mayorías políticas.
Si ya hicimos esa transición hace 50 años, ¿qué nos proponen entonces como no sea volver atrás, al otro medio siglo de neocolonia con un daño irreversible: perder nuestra identidad?
No puede desconocerse que la Ley Helms-Burton y el Plan Bush, deliberadamente, determinan facultades para que el Presidente de Estados Unidos tenga el poder de "certificar" el gobierno que debe tener nuestro país.
Ese es el alto costo que estamos pagando por el desafío, ese es el mérito que no le podrán quitar jamás a Fidel, el de haber refundado una nación libre y soberana y haber sembrado en varias generaciones el amor a la libertad y a la justicia y no aceptarle jamás a nadie que pretenda doblegar nuestro orgullo y nuestra identidad nacional y venga con imposiciones de cómo tenemos que ser y cómo tenemos qué hacer para que Estados Unidos pueda calmar su obsesión.
Lázaro Barredo Medina
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