La protección de criminales internacionales pone al descubierto el doble medidor utilizado por la administración estadounidense en su pregonada ofensiva antiterrorista por el mundo.
Mientras el presidente George W. Bush y sus colaboradores alegan perseguir encarnizadamente a Osama Bin Laden, a quien se le atribuye la autoría de los atentados terroristas de septiembre del dos mil uno, por otro lado tiende un manto cobertor sobre los hombros de Orlando Bosch y Luis Posada Carriles.
No importa a la Casa Blanca que ambos sean los autores intelectuales del sabotaje a un avión cubano en pleno vuelo hace 32 años, con la muerte de 73 personas, 52 de ellas originarias de la mayor de las Antillas.
Tampoco interesa a los inquilinos de la casa de gobierno en Washington que Bosh y Posada Carriles hayan confesado ese y otros crímenes a publicaciones internacionales en un rapto de prepotencia y frustración porque, a pesar de segar la vida de muchas personas, fracasaron en sus propósitos de abortar la Revolución Cubana.
Hace algunos años, Orlando Bosch fue calificado por las autoridades estadounidenses como un extranjero inadmisible, por dedicarse a actividades que serían perjudiciales al interés público o que pondrían en peligro el bienestar y la seguridad.
Bosh se lamenta en público, como lo hizo ante los reporteros del diario barcelonés La Vanguardia, por NO haber consumado el asesinato del líder cubano, Fidel Castro.
Bosch, junto a su compinche Luis Posada Carriles, perteneció al denominado CORU, Comité de Organizaciones Contrarrevolucionarias Unidas, una facción terrorista fundada en mil 976, el mismo año del sabotaje contra el avión cubano en Barbados.
Los documentos desclasificados demuestran que los servicios de inteligencia de Estados Unidos no eran ajenos a los intentos del CORU de hacer explotar el aparato en el aire.
Esos cuerpos oficiales tampoco se desentendían de la labor subversiva de una agencia privada de detectives en Venezuela creada por Posada Carriles, y de donde partieron los autores materiales del hecho y los explosivos utilizados.
Seguramente el contubernio entre la CIA, Bosh y Posada Carriles explica el perdón otorgado por George Bush padre a Bosch y la negativa de la actual administración a extraditar a Posada Carriles a Venezuela por su papel en el sabotaje al avión cubano.
Washington aspira a más. Si bien encausó a Posada Carriles por el delito de poca monta de entrada ilegal a Estados Unidos, después amparó un espectáculo pseudo judicial, cuya conclusión facilitó que el asesino saliera a la luz pública.
En efecto, el coautor intelectual del sabotaje al avión cubano, de cuya acción se cumplen 32 años en el dos mil ocho, se pasea libremente por las calles de Miami y se codea con sus protectores y cómplices.
Por supuesto, entre sus acólitos preferidos figura su estrecho colaborador, Orlando Bosch, ante los ojos complacientes y colaboradores de la extrema derecha de la emigración de origen cubano y los órganos de difusión a su servicio.
A 32 años del sabotaje al avión cubano, los autores directos y sus protectores gozan de total impunidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario