El difunto agente de la CIA Philip Agee que luego de su renuncia de la agencia se dedicó a identificar y denunciar sus crímenes, lo hubiera diagnosticado desde rato. Roberto Micheletti, actual capo de la junta militaro-empresarial de Tegucigalpa tiene todas las características del agentazo de la inteligencia yanqui reclutado, en un momento determinado, por algún funcionario de Langley asignado a la Embajada de Honduras.
Hacia falta ver con que emoción, el 16 de julio de 2008, el futuro dictador hondureño, entonces presidente del Congreso Nacional, entregó La Gran Cruz con Placa de Oro, la máxima distinción del país centroamericano, a Charles Ford, entonces embajador de los Estados Unidos en Honduras.
Este mismo Ford quién meses antes había propuesto, groseramente, al nuevo Presidente del país, Manuel Zelaya, acoger al terrorista internacional Luis Posada Carriles.
Ford dejaba su puesto de Tegucigalpa para convertirse en Consejero Especial del Almirante James Stavridis, el Jefe del Comando Sur de Estados Unidos. Con oficinas en Miami y Washington.
Stavridis es este ex asesor del Secretario de Defensa de EEUU Donald Rumsfeld. Es famoso por sus declaraciones hostiles a Venezuela y por haber reactivado, justo en este periodo, la Cuarta Flota yanqui.
El homenaje para quién había confrontado con arrogancia el Presidente Zelaya tuvo lugar, con una solemnidad digna de un procónsul imperial, en el propio recinto de la asamblea nacional.
Para este acto de servilismo, Micheletti había reunido miembros de esta misma cúpula que, durante once meses, iban a conspirar con él para expulsar del país a su mandatario legítimo.
Aquí estaban la Presidenta de la Corte Sup rema de Justicia, Vilma Morales, el general robacarro Romeo Vásquez Velásquez y varios de sus oficiales; el Fiscal General y el Fiscal Adjunto: el comisionado de los Derechos Humanos, el subprocurador de la República y el presidente del Tribunal Supremo Electoral.
La mafia completa de los que los jefes de la docena de familia que domina el país encargaran de desaparecer al presidente progresista.
“En nombre del pueblo hondureño”, Micheletti rindió un vibrante homenaje a “Charles” que agradeció por su “buena voluntad”, reportó la prensa local.
“Felicidades, embajador Charles, gracias por su trabajo, liderazgo y buena voluntad suya, de su gobierno y del pueblo de los Estados Unidos”, lanzó con una visible exaltación al diplomático.
"Durante los próximos dos años me desempeñaré como asesor (no precisó de que) y estaré siempre cerca de Honduras", replicó el embajador.
"Nuestra extensa relación está fuerte, intacta y durable. Creo que será capaz de aguantar cualquier tormenta que pudiésemos confrontar en los años venideros", concluyó .
Después de la ceremonia, en el curso de un cocktail, “Charles” et Roberto se hicieron fotografiar abundantemente, abrasados con ternura, para la posteridad
Con Negroponte, las conversaciones confidenciales
Cuando en este mismo periodo, el entonces subsecretario de Estado de EE.UU., el agente CIA disfrazado de diplomático John Negroponte, realizó una visita a Honduras, tuvo una atención particular para Micheletti.
El ex embajador bushista en Bagdad, terminaba un recorrido que lo había llevado sucesiva y sospechosamente a Guatemala y El Salvador.
En Tegucigalpa visitó al presidente Zelaya, con quien discutió la decisión del gobernante de convertir en aeropuerto civil la base de Palmerola, ocupada por Estados Unidos, lo que, comentó, 'no se podía hacer de la noche a la mañana'.
Negroponte se reunió luego en privado con Micheletti.
Nada se supo del contenido del extenso encuentro. “No se informó sobre los temas que centraron su conversación”, dijo textualmente un diario local.
Pero si se conoció que Negroponte - el oficial CIA fundador del sanguinario Batallón 316 - sostuvo después conciliábulos con la presidenta de la Corte Suprema de Justicia, Vilma Morales, eminente cómplice de Micheletti; con los ex presidentes Ricardo Maduro y Carlos Flores, golpistas de primera fila, y el patético Comisionado de los “Derechos Humanos”, este Ramón Custodio que por poco se convirtió en apologista de la represión militar.
Pero hay mucho más en el expediente Micheletti.
En 1985, cuando Honduras seguía sofocado por la bota imperial y que el país – gracias a Ronald Reagan y George Bush padre - estaba convertido en portaviones yanqui para derrocar al gobierno revolucionario sandinista de Managua, el diputado Micheletti fue cómplice de un verdadero intento de golpe parlamentario cuando se pretendió convertir el Congreso en Asamblea constituyente.
El propósito del complot: garantizar la permanencia en el poder del presidente pro-americano Suazo Córdova, implicado hasta el cuello, como su amo Negroponte, en el escándalo Iran-Contra de tráfico de droga contra armas.
Suazo Córdova fue el mandatario pitiyanqui que encubrió un periodo de represión salvaje de la cual, hasta hoy, los hondureños no hablan sin miedo.
Fue en este periodo que los Facussé, hoy padrinos de Micheletti, propusieron convertir el país en Estado Libre Asociado de Estados Unidos, bajo el “modelo” puertorriqueño.
Quince años en las entrañas imperiales
Se cuenta que, en los años 60, el actual dictador golpista fue sub oficial de la Guardia Presidencial bajo Ramón Villeda Morales cuyo derrocamiento marcó el comienzo de una interminable dictadura militar.
Micheletti salió entonces del país para radicarse en Estados Unidos donde se dice que estudió. Se quedó en el Norte durante más de quince años.
Regreso de repente a Honduras a inicios de los 80 para manejar una empresa de transporte regional en su municipio natal de El Progreso y pronto buscarse un escaño de diputado que conserva desde 28 años.
La carrera política de Micheletti, hijo de inmigrante italiano, es inexplicable sin alguna conexión “milagrosa”. Una conexión que sí, “la” embajada pudo propiciar.
¿Será Micheletti un producto de la maquinaria diabólica cuyo funcionamiento tan precisamente describió Philip Agee?
Dice el famoso refrán inglés: "Si camina como un pato, si nada como un pato, y si hace cuacuac: es un pato”.
De las relaciones ocultas del presidente postizo que penetró la Casa Presidencial de Tegucigalpa se pudiera contar mucho más: desde su debilidad por el asesino y torturador Billy Joya hasta su afiliación con la red del contrabandista Yehuda Leitner sin olvidar los narcos del ejercito… ni la congresista yanqui Ros-Lehtinen, premiada el otro día por una sucursal de la compañía.
Del agentazo, a Micheletti, no le falta nada. Ni siquiera la prepotencia de quien cree que, más allá de los titulares, tiene la confianza de sus amos.
Jean-Guy Allard
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