jueves, mayo 31, 2012

Anécdotas de un luchador incansable



El libro de Julio Ferrer, recientemente corregido y ampliado, rescata historias y recuerdos imperdibles. El encuentro de Bayer con el Che, sus debates con Walsh y la amistad con Urondo y Soriano atraviesan estas páginas que retratan al autor de La Patagonia rebelde.

Por Silvina Friera

El eterno libertario está a pocos metros de la puerta de un edificio en Berlín (Alemania), donde vivió exiliado durante ocho años. El pasado alemán se amontona en la pared. Las balas de la Segunda Guerra Mundial imprimieron soberbios orificios, heridas bélicas embalsamadas para siempre en la piel de esa construcción. En la valija del historiador, escritor y periodista, que se considera “un cronista con opinión”, están intactas sus convicciones éticas y políticas: escribir en defensa de los explotados y humillados y arrojar luz sobre las sombras de episodios escamoteados o falseados por la historia oficial. La mirada del autor de La Patagonia rebelde destila una ansiedad desafiante elevada a la enésima potencia. Quizás en ese instante, en el momento congelado por la fotografía –el comienzo de la vuelta al pago natal, en 1983– se acordó de la “maldición” de un brigadier. En junio del ’76, en Ezeiza, con la amenaza de muerte hincándole el diente, ese militar de apellido Santuccione lo miró a los ojos y le espetó: “Usted va a salir ahora, pero nunca más va a volver a pisar el territorio de la patria, ¿entendió?” Osvaldo Bayer íntimo. Conversaciones con el eterno libertario (Peña Lillo y Ediciones Continente), de Julio Ferrer, es una reedición corregida y ampliada de la trayectoria periodística, literaria, docente y militante de Bayer, que incluye el encuentro con el Che Guevara en la Cuba revolucionaria, los debates políticos con Rodolfo Walsh, su defensa inclaudicable de los derechos humanos, su pelea contra el cáncer, la amistad con Raúl González Tuñón, Francisco “Paco” Urondo, Haroldo Conti y el Gordo Osvaldo Soriano, entre tantos otros amigos que cosechó en el camino.
Los diálogos no tienen desperdicio; es como si el escritor y columnista de Página/12 llevara al extremo cualidades que Ferrer define “de otra época”: honestidad, humildad, inteligencia, sabiduría, compromiso, solidaridad. A este listado se podría añadir una especie de inocencia y asombro germinal en el modo de narrar los acontecimientos. Todo empezó en septiembre de 2004, cuando Bayer dio una charla sobre historia argentina en la ciudad de La Plata. Un joven y esmirriado periodista platense intuía que tendría la oportunidad de encarar a ese hombre de barba blanca que tanto admira. Y se arrimó con timidez, armado de un borrador con preguntas que preparó durante meses. “Muy bien, niño. Este es mi teléfono, mañana me llamás y coordinamos un encuentro”, le dijo el autor de Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia. Ferrer lo llamó y empezaron a juntarse en “El Tugurio”, la casa de Bayer bautizada por la eficaz inventiva de Soriano.
Un año después de haber ingresado al diario Clarín –donde realizó la primera huelga en la historia de la redacción de ese diario–, Bayer viajó a Cuba, como secretario general del Sindicato de Prensa, invitado al primer aniversario de la Revolución, en 1960. Y se reunió con el Che Guevara, quien durante dos horas y media habló sobre cómo haría la revolución en Argentina. Casi nadie de los presentes se animaba a preguntar o balbucear algún comentario. Excepto uno. “Compañero Che, es muy interesante, hasta poético lo que usted nos ha relatado, pero la represión en la Argentina es más dura que la del dictador Batista en Cuba –le retrucó Bayer–. Son fuerzas de represión muy importantes, torturan, asesinan, tienen las armas más sofisticadas y modernas.” El Che lo miró muy fijo y luego de un silencio prolongado le respondió: “Son todos mercenarios”; frase que para el historiador en ciernes fue como si le dijera “no hay que tenerlos en cuenta”. La espina de esa intervención sigue pinchando su imaginario. “Así que quedé muy mal conmigo mismo –confiesa el autor de la novela Rainer y Minou–. Porque digo, qué le estoy poniendo impedimentos a alguien que hizo la revolución. No tengo ningún derecho (...). Siempre pensé para qué le hice esa pregunta; era una pregunta demasiado racional.” Para colmo de males, Susana “Pirí” Lugones se coló en un agasajo al Che, acompañada por Bayer. Aunque la guardia cubana dejó entrar a “Pirí” sin invitación, el que pagó los “platos rotos” fue Osvaldo. Lo acusaron de jugar con la seguridad del Che y lo expulsaron de la isla. Recién pudo volver en 1995.
Hay varias joyas preciosas entre el anecdotario menos conocido. Günter Grass quería charlar con Juan Rulfo en Berlín. Osvaldo ofició de traductor. “Decile que yo me pongo a escribir. Yo escribo como me sale. ¡Qué estilo ni qué estilo!”, respondió el reticente narrador mexicano. Las conversaciones se leen de un tirón; son adictivas. El mayor mérito de la presidenta Cristina Fernández y del ex presidente Néstor Kirchner son “los juicios a los criminales de la desaparición de personas”, plantea Bayer. “Los dos fueron capaces de algo que jamás nadie intentó hacer: el juzgamiento de militares que establecieron dictaduras y cometieron crímenes feroces. Para mí, lo hecho por los Kirchner en ese sentido es un gran paso a la verdadera democracia. No es poco, aunque queda mucho por hacer: villas miseria, niños con hambre, gente sin trabajo y corrupción. Por eso hay que seguir luchando para lograr por lo menos este punto fundamental: que en nuestro país no haya más niños desnutridos.” El “caso” Bayer pone en tela de juicio un sobreentendido: que la rebeldía es un atributo exclusivo de la juventud mientras que en la madurez, en cambio, las ideas se inclinan hacia el andarivel del conservadurismo. Se podría afirmar lo contrario. Cuanto más viejo –ya tiene 85 años–, más empecinadamente joven, idealista y libertario es. “No debatir el tema del genocidio de los pueblos originarios me parece una falta de coraje civil”, subraya el historiador, impulsor de la iniciativa de reemplazar la estatua de Julio Argentino Roca –en el cruce de Diagonal Sur y Perú– por un monumento a la Mujer Originaria. Como si encarnara el título mapuche de la película Awka Liwen, documental que denuncia las matanzas de aborígenes y el robo de sus tierras ancestrales, Bayer es un “rebelde amanecer”.

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