miércoles, mayo 09, 2012

Pierre Monatte, sindicalista revolucionario, comunista, militante intachable




El nombre de Pierre Monatte (Monlet, Alto Loira, 1881-París, 1960) resulta entre nosotros poco menos que un desconocido. Sin embargo se trata de uno los representantes más coherentes y destacados del sindicalismo revolucionario en las primeras décadas del siglo XX, siendo también un destacado portavoz del comunismo antiestalinista francés, todo ello desde una coherencia de militante incuestionable, sobre todo desde el punto de vista del sindicalismo. Su madre era encajera, y su padre formaba parte de una tradicional familia de herreros, oficio que ocupó su hermano mayor. El propio Pierre explica así sus inicios:
“Becario, internado en el colegio de Brioude durante cinco años. Los miserables, de Víctor Hugo, hacia los trece años, me producen un impacto que me orientan hacia el socialismo. Siendo todavía colegial, me adhiero a las Juventudes Socialistas de Clermont y colaboro en el “Tocsin populaire” de Berry y de Auvergne (blanquista)… Peón durante tres años en la Academia del Norte: Dunkerque, Abbeville, Le Quesnay, Condé. Fue en este periodo cuando me pasé al anarquismo…
Dimito al comienzo de 1902 y vengo a París. Por la Historia de las Bolsas de Trabajo, de Pelloutier y la influencia de Pages libres me oriento hacia el sindicalismo, considerándome siempre como anarquista. Cocinero en el “Libertaire” durante algunos meses: lo suficiente para que me echaran. Colaboré más o menos regularmente en Temps nouveaux. Participó en la fundación del primer sindicato de empleados de librerías (1903) con Valois, luego paso al de correctores (1905). Pouget me hizo entrar en el Comité de bolsas de trabajo… En 1905, al entrar Broutchoux en la cárcel durante algunos meses, me pide que lo reemplace en “Action syndicale” de Lens, el semanario del joven sindicato de mineros…”.
En 1906, Monatte participa en Lens en la huelga general de los mineros y es arrestado por sus actividades. Asiste al Congreso de Amiens cuando tiene 25 años. Todo el resto de su vida intentara ser fiel a sus presupuestos. En 1907 participa en el Congreso de Amsterdam y debate con Malatesta sobre el sindicalismo y la huelga general; en opinión de Daniel Guérin se trata del debate más importante sobre estrategia de la historia del anarquismo. Monatte reafirma los criterios del sindicalismo revolucionario. Sobre este extremo publicaremos una reseña en un artículo próximo.
En 1908, Monatte llega a Suiza huyendo de la policía. Un año más tarde trabaja con Pouget en Revolution, y el mismo año funda “La Vie Ouvrière” que se convertirá perennemente en el órgano de la CGT (aunque ulteriormente el nombre de Monatte será el de un «maldito» para socialdemócratas y estalinistas). En 1911 ayuda a levantar “La Bataille Syndicaliste”, representante del sector sindicalista revolucionario más consecuente de la CGT.
En el momento en que la mayoría de los viejos sindicalistas se inclinan o callan ante la “Gran Guerra”, la Unión Sagrada y la patria francesa, Monatte emerge como la conciencia del sindicato. Se opone a la guerra y desde La Voix Ouvrière manifiesta que los socialistas franceses tenían que haber seguido el ejemplo de los socialistas italianos partidarios de la neutralidad. No obstante proclama que los sindicalistas internacionalistas no obstaculizarían el esfuerzo bélico. El pequeño grupo internacionalista está formado, entre otros, por Alfred Rosmer, Alphonse Merrheim (con León Trotsky inmerso en la denuncia de la guerra y del zarismo), y forman el Comité de Defensa Sindical desde la que trata de impedir la expulsión de la CGT de la minoría que trata de imponer la burocracia. Desde 1917, Monatte trata, infructuosamente, de conseguir la mayoría para la izquierda. Este Comité se encontraría detrás de las primeras huelgas de la posguerra. En 1918, durante el Congreso del pleno del sindicato, Monatte orquestó junto con Gastón Monmousseau, la critica contra el equipo rector y el apoyo a la revolución rusa. Movilizado justo después de la desmovilización vuelve a animar La Voix…
En 1920, Monatte será arrestado durante la huelga de ferrocarriles. Durante la escisión socialista-comunista, se siente moralmente desalentado y deja el periódico. Pase a ser uno de los fundadores del PCF, y es considerado por Lenin y Trotsky como uno de los elementos claves para la construcción de un verdadero partido revolucionario, diferente al que tratan de crear viejos socialdemócratas como Frossard y Cachón; en 1920, de camino a Moscú, Ángel Pestaña pernota en su casa y discute con Monatte la situación.
Redactor de “L' Humanité” en 1923, es excluido en 1924 por su oposición a la llamada “bolchevización” que auspician Zinóviev y Stalin como una manera de “atar” a las secciones nacionales al centro moscovita. Pasa apoyar a la oposición de Izquierda y mantiene sus lazos con Trotsky, pero no tarda en distanciarse del bolchevismo. Será entonces el principal animador del grupo que edita “Revolution proletarienne”, y desde la Liga sindicalista, trata de retornar a los clásicos presupuestos del sindicalismo revolucionario sin renunciar a determinados criterios marxistas. Con ello se sitúa en una especie de terreno intermedio y recibe diversas críticas. Para los anarquistas representaba una versión acomplejada del viejo sindicalismo revolucionario, ambigua respecto a las tendencias «autoritarias» de Trotsky. Para este, que respetaba mucho a su antiguo compañero internacionalista, Monatte seguía prisionero de unos principios que se habían agotado en la época iniciada por la Primera Guerra Mundial.
En 1930, el grupo de sindicalistas de Monatte publicar una declaración "Por la reconstrucción de la unidad sindical". Esta declaración estaba firmada por 22 activistas de la CGT, la CGTU y de los sindicatos independientes. Su base de referencia era la Carta de Amiens, o sea de «la lucha de clases y la independencia sindical, sin ninguna interferencia por parte de partidos políticos, fracciones o sectas, como tampoco de ningún gobierno…». En la mitad de los años treinta formó parte activa en la comisión de intelectuales y militantes que denunciaron los «procesos» de Moscú contra la «vieja guardia bolchevique» y durante la guerra civil española repartió su solidaridad entre el POUM y la CNT. En una carta a Maitron termina así su breve boceto sobre su vida, diciendo: «…Nunca he sido funcionario sindical. Miembro del Comité federal de las Bolsas de Trabajo desde 1904 a 1914, Luego militante sin funciones. Hay sin dudas zig-zag, pero los fines siempre han sido los mismos, aunque nos lo haya representado muy bien. Preocupado por mantenerme como un revolucionario sin dejar nunca el trabajo sindical…» (Idem). Para mayor información, ver la edición de Jean Maitron y Colette Chambelland de sus Archivos con el título de Pierre Monatte, Syndicalisme revolutionnaire et communisme (Maspero, París, 1969).

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Anexo:

Pierre Monatte

La obra de preparación revolucionaria, de cumplimiento de la revolución, organización de la sociedad, incumbe a nuestros sindicatos
No traigo en el bolsillo ningún plan de redistribución de las corporaciones en federaciones nuevas, ninguna fórmula milagrosa de estatuto sindicales, federales o confederales capaz de ganarnos de golpe a las masas obreras, de ganar todas las huelgas y de hacer la revolución en un abrir y cerrar de ojos. Confesaré incluso que no tengo en la cabeza la más mínima idea precisa sobre las posibilidades y las imposibilidades, las ventajas y los peligros de una escisión confederal.
Es de algo muy distinto de lo que deseo hablar y discutir. Antaño, creo hemos dado demasiada importancia y gastado toda nuestra pasión en discusiones tácticas de interés secundario.
Recuerden los debates acerca de las federaciones de industria y de las federaciones de oficio, sobre la sustitución por las uniones departamentales de las uniones locales y las bolsas de trabajo, y todo el tiempo pasado y perdido en torno a modificaciones de los estatutos, lo mismo :1 más pequeño sindicato que de la federación más potente, acuerden que he sido, y sigo siéndolo, partidario de las federaciones de industria, de las uniones departamentales, que no desprecio en absoluto s reglas que se fija una organización.
Ahora bien, pienso que cabe hacer un trabajo excelente en el marco de federación de oficio y malo en el de la federación de industria. Y no .faltan los ejemplos de federaciones de industria que no han sabido hacer nada. Es posible que hubiese sido preferible que durante unos años hubiesen subsistido las federaciones de oficio en determinadas corporaciones.
Mientras no se cambie más que la muestra, no se ha hecho nada. Y, n embargo, eso ha sido todo en demasiados casos. ¿Cuántas uniones departamentales no son en realidad más que las uniones locales de ayer?
Nos hemos embarrancado en cuestiones de forma y en ellas hemos empe­queñecido, desecado nuestra concepción del sindicalismo. Tales cuestio­nes no es que fuesen menospreciables, pero debían de haber estado en su lugar, secundario, sin ahogar otras más importantes. Y así, nuestras organizaciones se habían vuelto como máquinas cuyos servidores pasaran todo el tiempo en ponerles parches, sin pensar en exigirles los servicios previstos al adquirirlas.
Empero, la tarea del sindicalismo es clara y apremiante: recoger las nece­sidades y las aspiraciones del pueblo, taller a taller, corporación a corpo­ración, centro a centro; traducir esas necesidades, interpretarlas; orga­nizar la lucha en pro de su satisfacción; y como no serán satisfechas más que mediante una transformación social profunda, la obra de prepa­ración revolucionaria, de cumplimiento de la revolución, de organización de la sociedad, incumbe a nuestros sindicatos.
Nuestras organizaciones son los instrumentos de tal tarea. Instrumentos forjados por la experiencia obrera de cincuenta años. Son como son tras múltiples modificaciones; es probable que experimenten otras; pero, tal y como son, adoptémoslos; son buenos, adelante. Lo que vale el obrero vale el instrumento. Las generaciones de ayer no valían gran cosa. Nos hallábamos en tal atmósfera de egoísmo y de falta de fe que todos, aun los que decían ser los militantes de la clase obrera, estaban impregnados de ella.
Evidentemente, de todos ellos, algunos habrá que se recuperen; pero, ¿volverá a soldarse sólidamente el resorte roto? Otros volverán con una voluntad dos veces templada y con un ardor durante largo tiempo conte­nido. ¿Seremos numerosos los de esta categoría?
Nos volveremos a poner a la tarea, los del frente y los de la retaguardia que no abdicaron ni han renegado en nada, con elementos proporcionados por las jóvenes generaciones que han visto claro al resplandor de las bra­sas, con muchas mujeres también, amas de casa, obreras, campesinas, sacadas de su tímido silencio por todos los dolores acumulados a lo largo de estos años.
A pesar de tantos elementos diversos, es posible que no seamos dema­siados. Es, incluso, probable. No seremos más que una minoría, ínfima, y al comienzo muy débil. Trataremos enseguida de ser una minoría clarividente antes de tratar de ser una minoría actuante. Nuestra clarividencia será ya, por sí misma, un acto. La claridad que llevaremos en nosotros y que proyectaremos mostrará a desconocidos, puede que numerosos, el largo camino de la liberación. No emprenderemos grandes cosas. Haremos lo que podamos. [...] La débil minoría que seremos, sin preguntarse si será heroica o no, hará lo que pueda. En primer lugar, tratará de ver claro, de ser la minoría clarividente. Lo cual le plantea todo el problema de la educación. La suya, en primer lugar, ver claro, verse. Ver claro en sí y en torno suyo. Luego, ayudar a los demás a ver, disipar las nieblas tendidas ante los ojos del pueblo. Desenmarañar lo que hay que hacer, las fuerzas interesadas en actuar, cómo conseguir los fines, las dificultades a prever y superar, Ver claro desemboca obligadamente en la acción sobre uno mismo y sobre el mundo.

Avocourt, 27 de febrero de 1917 j Publicado en Cahiers du Travail en 1921. Traducción de José Martín.

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