sábado, mayo 05, 2012

El Gulag de Corea del Norte




La República Democrática del Pueblo de Corea tal vez sea el último Estado con rasgos marcadamente stalinistas que queda en el mundo.
En Corea del Norte la economía está estatizada, y es controlada férreamente por una burocracia. Hay baja productividad agrícola (un derivado de la industrialización realizada a expensas del campo) y un extenso mercado negro o paralelo. La orientación general es hacia la autarquía y autosuficiencia económica, remedo del viejo “socialismo en un solo país” del stalinismo. Desde el punto de vista político, encontramos el partido único, la supresión de toda disidencia y un amplio dispositivo militar: 1,2 millones de personas están militarizadas, para una población de 24 millones. En lo ideológico, el régimen alienta un marcado nacionalismo, mezclado con xenofobia y racismo. Por ejemplo y con el objetivo de mantener la pureza racial, es una costumbre que mujeres norcoreanas que vuelven embarazadas de China, sean obligadas a abortar. La “pureza” también atañe a la sexualidad: los funcionarios afirman que en su país no existen los homosexuales. Todo esto va acompañado del culto a la personalidad. En su momento Kim Jong-il fue declarado oficialmente “líder supremo”, “primer militar” y guía ideológica de la nación; y hoy Kim Jong-un, es tan “infalible” como lo fuera su padre, y antes su abuelo.
Algunos piensan que todavía la RDPC se define en relación a algún proyecto socialista, pero lo cierto es que las referencias al comunismo han desaparecido de los discursos y también de la Constitución reformada en 2009. Lo que prima es el nacionalismo, que encuentra legitimación ante la población por el hostigamiento hacia Corea del Norte por parte de EEUU y otras potencias. Y también por el estado de conflicto permanente con Corea del Sur.
A pesar de que el PBI por habitante ubica a la RDPC en un nivel medio de desarrollo, el país está siempre amenazado por la catástrofe alimentaria. Es de notar que hasta principios de los años 1970 Corea del Norte experimentó un fuerte crecimiento, sustentado en la industria pesada, el desarrollo extensivo (baja tecnología) y la planificación burocrática. Pero desde hace décadas la economía se ha estado frenando. En los años 1990 una hambruna provocó (se calcula) un millón de muertos. En los 2000 continuaron los problemas. En 2006, un estudio conjunto de la ONU y del gobierno norcoreano reveló que el 7% de los niños están seriamente desnutridos, y el 37% crónicamente mal alimentados. En 2010, según testimonios recogidos por agencias no gubernamentales, miles de norcoreanos se alimentaban con pasto, raíces y corteza de los árboles, lo que generaba graves enfermedades digestivas (por ejemplo, por consumir hongos venenosos). Tal vez presionado por esta situación, el régimen ha tolerado de manera creciente la economía de mercado paralela, y algunas inversiones, principalmente rusas y chinas. También ha utilizado su programa nuclear para negociar ayuda económica con las potencias. Así, en febrero de 2012 Pyongyang acordó suspender las pruebas con armas nucleares, como parte de un acuerdo para que EEUU entregue ayuda alimentaria.

Un gigantesco y escondido gulag

Lo anterior explica por qué el régimen norcoreano se sostiene hoy sobre un gigantesco gulag, del que se habla bastante poco en el exterior. Mi objetivo en esta nota es llamar la atención, en especial a la gente de izquierda y progresista, sobre esta terrible y dolorosa realidad. En lo que sigue me baso en informes de Amnistía Internacional, del Consejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, y de la International Coalition to Stop Crimes against Humanity in North Korea (ICNK), formada por más de 40 organizaciones de derechos humanos y activistas.
La existencia de campos de concentración en Corea del Norte está largamente confirmada. Los campos están ubicados en áreas montañosas remotas y desoladas, de manera de asegurar el aislamiento casi absoluto de los detenidos. Cada uno es una especie de ciudad cerrada, donde un número de campos están vinculados a través de un camino. En el exterior se conocen seis. Según Amnistía Internacional y otras organizaciones, habría unas 200.000 personas encerradas en ellos. Las personas enviadas a los campos incluyen a los que han criticado al régimen; a funcionarios y cuadros que han fallado en la implementación de políticas; a quienes han entrado en contacto con gente de Corea del Sur (la mayoría de las veces cuando estuvieron en China); a los que pertenecen a grupos anti-gobierno; a los que fueron apresados escuchando transmisiones radiales de Corea del Sur; a los capturados en China luego de cruzar la frontera camino a Corea del Sur; y posiblemente algunos viejos prisioneros desde la guerra.
Existen dos tipos de campos. Unos están en las llamadas Zonas de Control Total, en donde permanecen aquellos que han cometido crímenes serios, incluyendo crímenes contra el régimen. Jamás son liberados. Otros están en las llamadas Zonas Revolucionarias, destinadas a los que han cometido crímenes menos serios, incluyendo el ser críticos del gobierno o haber cruzado ilegalmente la frontera. Las sentencias pueden ir desde algunos meses hasta diez años. Muchos están detenidos por ser “culpables por asociación familiar”, esto es, por ser parientes directos de gente que ha sido encontrada culpable. Esta política se practica desde 1972, cuando Kim Il-sun, el fundador del Estado, sentenció que cuando se trata de “los fraccionalistas o enemigos de clase, su semilla debe ser eliminada a lo largo de tres generaciones”. Esto explica que muchos niños puedan ser internados en los campos porque sus abuelos o padres fueron detenidos. Se cree que en Kwanliso 15, Yodok, miles están por este motivo. Yodok es un campo con 50.000 prisioneros y una de sus áreas es para familias “culpables de asociación”.
Una característica del régimen es que nadie es detenido por una acusación o juicio. Cuando es arrestado, el detenido es sometido a torturas para que confiese, antes de ser enviado al campo. Luego, al llegar al campo, se le entrega un pico y una pala, utensillos simples de cocina, y una frazada usada. A los internos se les impide todo contacto con el mundo externo; a partir de su ingreso es una “no-persona”; nadie preguntará por él, ni sus familiares ni amigos. A todos se les da una muy baja ración de comida y se los hace trabajar hasta la extenuación. El objetivo es que los prisioneros estén siempre al borde de la inanición. De ahí que estén forzados a ingerir comida de animales, ratas, serpientes, raíces o pasto. Pero si son sorprendidos por los guardias, son duramente castigados. Así, en poco tiempo, se transforman en esqueletos vivientes. Se estima que un 40% muere por malnutrición.
Las condiciones climáticas agravan los sufrimientos. En el campo de Kwanliso 15, Yodok, las temperaturas invernales llegan a 20 o 30 grados bajo cero. Las condiciones sanitarias son inhumanas. Por ejemplo, en Kwanliso 15 hay un baño cada 200 personas. No existe acceso adecuado a medicina y las mujeres sufren abortos forzados en manos de doctores sin licencias. Se sabe de bebés recién nacidos que han sido golpeados hasta la muerte.
Los internos que se consideran “problemáticos” son arrojados a celdas en las cuales es imposible estar parado o acostado. El período mínimo en esas celdas es una semana. Se practica una tortura que consiste en poner una bolsa de plástico en la cabeza y sumergir a la víctima en agua durante un período de tiempo prolongado. Los prisioneros son golpeados con sus manos y pies atados por detrás de ellos, y sus cuerpos se ahorcan cuando se levantan del suelo. También son colgados con los brazos atados durante períodos de media hora, hasta cinco veces por día. Otras formas de tortura incluyen no dejar dormir; y colocar pedazos de bambú afilados debajo de las uñas. Asimismo se realizan ejecuciones públicas a la vista de los prisioneros. Las ejecuciones son por fusilamiento o colgamiento y se hacen a discreción de las autoridades de las prisiones. Todo ex prisionero que ha sido entrevistado dice haber asistido al menos a una. Hijos e hijas son ejecutados públicamente en frente de sus madres. El número de ejecuciones públicas se ha incrementado fuertemente en los últimos años. Se sabe que en 2010 al menos 60 personas fueron ejecutadas.

Testimonios

Uno de los más impactantes es el de Shin Dong-hyuk (tiene el nombre cambiado). Shin nació y pasó 23 años en Kwanliso 14. Lo detuvieron luego de que su madre y hermano fueran capturados tratando de escapar. Los interrogadores querían saber si conocía, o había participado, en los planes de escape de su madre y hermano. Shin tenía 13 años de edad en ese momento. El día de su detención fue llamado a presentarse en la escuela. Allí fue esposado, le taparon los ojos y lo condujeron en un auto a un lugar desconocido, donde se le informó que su madre y hermano habían sido detenidos esa mañana tratando de escapar. Se le pidió que admitiera la complicidad de la familia, fue conducido a la cámara de tortura bajo tierra de Kwanliso 14, y alojado en la celda Nº 7, un cuarto pequeño y oscuro, con solo una poca luz eléctrica. Al día siguiente lo llevaron a un cuarto lleno de elementos de tortura. Allí fue desvestido, atado de pies y manos, y colgado del techo. Uno de los interrogadores le dijo que confesara. Shin alegó inocencia. Lo quemaron con carbón encendido. El dolor le hizo perder el conocimiento. Cuando se despertó, estaba en la celda, y apestaba debido a las heces y orina. Encontró heridas y sangre en el abdomen bajo. A medida que pasaron los días, creció el dolor y la piel comenzó a caerse. Olía tan mal que los guardias evitaban la prisión. Su padre también fue torturado. Después de ser torturados durante siete meses, su padre y él fueron llevados a una plaza donde presenciaron, junto a una multitud, la ejecución de su madre y hermano. La madre fue colgada, y el hermano fusilado. Shin más tarde pudo escapar del campo. Escapó gateando por encima del cadáver de un amigo, que había hallado la muerte en el cerco electrificado del campo. Vio por primera vez el mundo exterior a los 25 años. Recientemente se ha editado un libro basado en su vida, Escape from Camp 14, escrito por el periodista Blaine Harden. Allí se cuenta que cuando tenía seis años Shin fue testigo de cómo un maestro castigó a una niña hasta la muerte porque había guardado unos granos de cereal en su bolsillo (reseña de The Economist, 21/04/12). El padre de Shin está preso desde 1965, y muchos creen que pudo haber sido fusilado luego del escape de su hijo.
Un caso registrado por Amnistía Internacional es el de Choi Kwang-ho que fue enviado a Kwanliso 15 por decir que no podía seguir viviendo en Corea del Norte. Fue ejecutado públicamente porque, acosado por el hambre, abandonó su grupo de trabajo para juntar bayas el 18 de agosto de 2001.
Otro interno, Kim, dice: “Todos en Kwanliso han sido testigo de ejecuciones. Cuando fui interno en Kwanliso asistí a tres. Entre los ejecutados había internos que habían sido atrapados intentando escapar. No hubo fugas exitosas, por lo que conozco, de Kwanliso 15 en Yodok. Todos los que lo intentaron fueron capturados. Fueron interrogados durante dos o tres meses y luego ejecutados”. Kim fue testigo de la ejecución, en 1999, de Dong Chul-mee, de 24 años, a causa de sus creencias religiosas.
Un guardia de prisión relató a Amnistía Internacional que los prisioneros cazan ratas o serpientes, y que incluso encontró a algunos alimentándose de comida de cerdos. Otro interno, Shin Dong-hyuk, contó: “Un día de suerte, descubrí algunas médulas de granos en una pequeña pila de estiércol de vaca. Las levanté, y las limpié con mi manga antes de comerlas”.
Park In-shik, un detenido en Kwanliso 15, fue sorprendido comiendo miel de una colmena en febrero de 2003. Fue enviado a encierro solitario con una reducción de comida. Murió por falta de alimentación. Tenía 38 años y había sido enviado a Kwanliso 15 por haber criticado la infraestructura del país estando borracho.
Un ex detenido en Yodoko cuenta que durante los años de detención nunca pudieron tomar una ducha. Los cuerpos apestaban, estaban cubiertos de piojos lo que provocaba mucha picazón. Con el tiempo la piel de los internos estaba cubierta por una gruesa capa de suciedad; pero no se daban cuenta de que apestaban, porque todos olían mal. En el verano, ocasionalmente, cuando trabajaban junto al arroyo, los guardias los dejaban rociarse con agua del río porque no podían soportar el olor de los internos. Después de la liberación, le llevó meses remover la gruesa capa de suciedad y sacar los piojos.
Lee, otro ex detenido en Yodoko, dio testimonio de haber sido torturado. Una de las torturas consistió en atarlo a una mesa y hacerle tomar agua a la fuerza con una pequeña cacerola. Enseguida su boca se llenó de agua y empezó a salir por la nariz. Sofocado, perdió el conocimiento. Luego de un tiempo inconsciente, cuando se recuperó, sintió que los interrogadores saltaban sobre una tabla que habían colocado sobre su estómago hinchado, para forzar la salida del agua. Comenzó a vomitar de manera incontrolable y penosa. No se pudo levantar y fue llevado de vuelta a su celda. Luego sufría de fiebre alta y se desmayaba a menudo. No fue capaz de caminar durante 15 días. En otra sesión de tortura, le ataron los brazos y fue colgado por media hora. Luego era bajado, y vuelto a colgar, así hasta cinco veces en el día. En ocasiones, ponían una bolsa de plástico en su cabeza y era sumergido en agua por períodos prolongados. Fue torturado durante cinco meses; no todos los días, pero con frecuencia. Cuando era torturado, lo era por todo el día. Al final, Lee confesó lo que querían que confesara.
Kang Gun, de origen norcoreano pero nacionalizado como surcoreano, fue golpeado y torturado en un centro de detención en Pyongyang y en el centro de detención en Chongjin, en la provincia de Hambyunk donde había sido llevado inicialmente luego de haber sido secuestrado por agentes de Corea del Norte en la provincia de Jilin, en China, el 4 de marzo de 2005. Amnistía Internacional supo que sus piernas habían sido amputadas y que fue trasladado a un Kwanliso no identificado entre 2008 y 2009.
Kang Chel-hwan fue detenido siendo un chico, junto con su familia. Teniendo 10 años le mandaban levantar bolsas de tierra de 30 kilos, 30 veces al día. Si se negaba, los maestros le pegaban con varas. Después de las primeras diez rondas, los cuerpos de los niños estaban agotados, pero temían a los castigos de los maestros.
Chul Hwan-kang, el primero que pudo escapar, en 1992, de uno de los campos. Estuvo en Yoduk desde los 9 a los 19 años porque su abuelo había sido acusado de criticar al régimen. Kang dijo que los niños eran obligados a trabajos manuales muy duros que empezaban a las 6 de la mañana. Si no se cumplían las cuotas de trabajo asignadas, el castigo era una reducción de las raciones de comida. A la edad de 17 años medía 150 centímetros y pesaba 40 kilos. De hecho, su tamaño corporal era el característico de todos los niños detenidos. Las niñas no eran más altas de 145 centímetros; en realidad, no lucían como niñas.
Yong Kim, sobreviviente de un campo de la zona de “control completo”, fue testigo de cómo un guardia golpeó, y luego mató de un tiro, a un interno porque éste había recogido unas nueces del suelo.

Una campaña internacional y la izquierda

De acuerdo a David Hawk, del Comité por los Derechos Humanos en Corea del Norte, en los últimos tiempos se incrementaron las fugas, incluyendo deserciones de guardias. Alrededor de 23.000 personas escaparon a Corea del Sur, y entre ellos hay cientos de testimonios de los campos. Todos cuentan los mismos horrores de las brutalidades que han sufrido. En estos momentos Amnistía Internacional llama a una campaña por lograr el reconocimiento de la existencia de Yodok y de otros campos de prisión política en Corea del Norte. El cierre inmediato de Yodok y de todos los otros campos de prisión política en Corea del Norte. La libertad inmediata y sin condiciones de todos los prisioneros de conciencia, incluyendo a sus parientes que están presos sobre la base de “culpables por asociación”. Todos los otros internos deberían ser liberados a menos que sean acusados por una ofensa internacionalmente reconocible, y vista por una corte independiente y provisto un juicio justo.
Considero que desde la izquierda debemos apoyar la campaña por acabar con los campos de concentración en Corea del Norte. El rechazo y la crítica al bloqueo y hostigamiento de las potencias (EEUU en primer lugar) no debe ser excusa para pasar por alto las atrocidades que está cometiendo el régimen norcoreano contra su pueblo. Ninguna sociedad superadora del capitalismo se puede construir sobre los campos de concentración, sobre el terror generalizado y la barbarie.
Pero la mayoría de la izquierda a nivel mundial mira para otro lado y se mantiene en silencio. Más grave incluso, Fidel Castro y Hugo Chávez apoyan abiertamente al régimen de Pyongyang y los Kim. Alguna vez Marx dijo que el comunismo “tosco”, que negaba la personalidad del ser humano, era la negación abstracta de la civilización y la cultura, y el retorno al hombre pobre y carente de necesidades (Manuscritos económicos-filosóficos de 1844). El régimen de Corea del Norte parece superar en vileza y barbarie todo lo que podía haber imaginado Marx. Tal vez solo sea comparable con lo que establecieron en los 1970 los Khmers rojos en Camboya. No solo hay que acabar con el gigantesco y oculto gulag norcoreano, sino también hay que preguntarse por qué y cómo es que desde tantos sectores de la izquierda se siguen defendiendo estas atrocidades. No habrá reconstrucción política e ideológica de las fuerzas socialistas en tanto estos problemas no se encaren de frente, y hasta la raíz. Este modelo de sociedad no es alternativa para ningún ser humano. Nunca más apropiado para recordar aquella divisa de Marx, de “nada de lo humano me es ajeno”. Nadie en la izquierda, o en el pensamiento simplemente progresista, debería ser indiferente a lo que sucede en Corea del Norte. Algunos dirán que lo mío es “propaganda imperialista”. Conozco este tipo de razonamiento del stalinista típico, e incorregible. Pero en esto no hay que ceder a la opinión de la izquierda “políticamente correcta”, nacional y popular, que está acostumbrada a avalar cualquier porquería. Defender al régimen de los Kim no es defender al socialismo, sino todo lo contrario.
Como un primer paso, pediría que en este próximo Primero de Mayo, las fuerzas socialistas e internacionalistas incorporen a sus demandas la denuncia de la represión en Corea del Norte y el pedido de acabar con los campos de concentración.

Rolando Astarita

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