domingo, mayo 27, 2012

El revisionismo histórico cubre una necesidad básica de la derecha española



La historia de la República, la guerra, el franquismo y la Transición, no son para la derecha española, meros temas de ejercicio académico. La justificación de su propio papel es una pieza clave para mantener su agobiante hegemonía política y social…
En mi humilde opinión, esta es la cuestión de las cuestiones cuando se aborda el asunto del llamado “revisionismo histórico”, o cuando se hace sobre la persistencia de la muy Real Academia de la Historia, una historia casi sagrada como se puede ver. Dios se le aparece al autor de “Camino”, Franco a lo más fue un poco autoritario, detalle que recuerda una de las preguntas que le hizo el realizador José Luís Sáenz de Heredia (Raza), Franco, ese hombre (1965), en el magno documental dedicado a exaltar los “25 años de paz”. El cineasta quería saber si los españoles eran algo así como buenos hijos, sí eran fáciles de gobernar; Esperanza Aguirre es una gran estadista, y Aznar que está detrás del proyecto premiado con una financiación millonaria, aparece sin mácula. Como es sabido, la noticia es que el ya célebre “Diccionario” saldrá sin tacha, y que la financiación ya está dispuesta aunque estemos en tiempos de crisis. Además, sí hacemos las cuentas, parece obvio que este proyecto “de Estado”, fue gestado cuando gobernaban los “socialistas”...
Resulta chocante que todo este ejercicio de falsificación histórica sistemática se confronte des el ángulo de la erudición. Es lo que hacía Jorge M. Reverte (Babelia, 14-04-2012), donde decía que la “historiografía franquista (está) a estas alturas muy periclitada, por no decir insignificante”. Cómo si esto fuese lo más importante. Lo mismo se podría decir, por citar un ejemplo, el asunto del “creacionismo” en los Estados Unidos o en la Iglesia de aquí, su relación con la ciencia es opuesta, pero ahí están un poco en todas partes, y no hay más que ver con que soberbia dictaminan nuestros señores obispos en nombre de la “Verdad Revelada”. Por lo demás, con una biografía como la de la derecha española, es fácil deducir que sus próceres no están para ejercicios “científicos”; ni para los archivos so pena que sean botín de guerra como los de Salamanca.
Para nuestra derecha, la misma que nunca ha dejadazo de tener la iniciativa en dicha historia, la historia es una empresa determinante. Sus resultados no se miden por su evaluación académica, aunque “doctores tiene la Iglesia”, y es obvio que el discurso revisionista –la república no fue un régimen democrático, la izquierda hizo la guerra inevitable, la Iglesia fue la principal víctima de la contienda, el franquismo creó una España de clases medias, y acabó facilitando el primer sistema democrático español debidamente homologado, la monarquía constitucional significa la superación de la tragedia de las dos Españas, etcétera-, tiene un segundo anillo en esos historiadores capaces de reproducir la consigna fundamental: “todos fueron culpables”. Y sí se trata de juzgar, la izquierda (sobre todo la radical, incluyendo los comunistas porque cuadran con su discurso sobre la “tentación totalitaria”), fue más culpable que nadie.
Borja de Riquer Permanyer, en otro artículo sobre la cuestión, “La larga sombra del franquismo historiográfico” (El País, 26-05-2012), sitúa la cuestión a otro nivel. Anota que las tesis revisionistas han conseguido crear tal confusión que muchos medios de comunicación no saben distinguir entre los auténticos especialistas, los hábiles divulgadores y los distorsionadores a sueldo”, lo cual considerando como la derecha –sobre todo después de su maridaje con los “neocons”-, ha desarrollado toda una estrategia de largo calado para ocupar la practica totalidad de los medias, incluyendo por supuesto los de la Iglesia –su mayor aliada en este punto-, y llegando hasta el último propagandista en la última emisora, resulta que dichas tesis ha alcanzado un peso social formidable. Es una realidad agobiante contra la cual no importan mucho las resistencias ilustradas, al menos no más que lo puedan representar los movimientos políticos alternativos situados en los márgenes, y frente a los cuales la izquierda institucional ha contribuido con una abierta complicidad. No hay que olvidar que esta capacidad de crear opinión por parte de la derecha, contrasta con la pérdida de valores de dicha izquierda, y que, por ejemplo, fue el propio Felipe González el que trató a Franco de “autoritario”, términos que hay que entender según los cánones pentagonistas. Por eso Felipe también utilizó el término con Suharto y con Pinochet.
Tanto unos como otros forman parte del la línea general del consenso establecido con la Transición en cuestiones tan básicas como la sumisión a “los mercados” como base de toda “democracia”, la monarquía como la institución “superadora” de los grandes conflictos históricos…Aquí entra también el discurso de la equidistancia. Sobre todo si concebimos este concepto desde dos lecturas diferenciadas, la que hace la derecha, y la que se hace desde entramado afín del PSOE y desde el grupo PRISA. Mientras que la derecha es más franquista, esta área es más prorepublicana. Recordemos la equidistancia ha sido un lugar común en El País, bien a través de editoriales, bien mediante la firma, entre otros, de autores como Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo, Joaquín Leguina, Santos Juliá, o el propio Reverte. Otro punto de coincidencia ha sido el de considera que la historia –sobre todo en los tramos señalados: República, guerra, franquismo, Transición- es demasiado importante para dejarla al vulgo, y que lo responsable es que sean los “profesionales” los que se ocupen de ella. Sobre todo sí son “profesionales” que salen en la foto.
Coincidimos con Borja de Riquer que a los historiadores les toca “la poco agradable tarea de denunciar las interferencias ideológicas, los sectarismos interesados y las maniobras de intoxicación sobre las visiones del pasado. Y, sobre todo, luchar por dignificar nuestra profesión defendiendo la historia como una ciencia que, fundamentada en el rigor metodológico de la investigación, ofrece interpretaciones contrastables y siempre sometidas al debate científico, pero nunca construidas en función de campañas propagandísticas de clara intencionalidad política”; también coincidimos en apreciar la “gran diferencia entre los especialistas, como los que colaboran en el libro de Viñas, y “los otros”, es que los primeros se han pasado, y se pasan, muchas horas en los archivos, mientras “los otros”, entre ellos los seudo-historiadores revisionistas, que no han pisado un archivo en su vida, se limitan a seleccionar unas lecturas y a publicar auténticos refritos, que a menudo son simples encargos políticos”.
Sin embargo, no todo parece tan sencillo. Unas conclusiones gemelas a la de los revisionistas están siendo argumentadas por expertos y/o académicos homologados por Stanley Payne o Fernando García de Gortázar, entre otros. En última instancia, la historia como tal no existe, lo que existen son las interpretaciones. Otra cosa es que dicha interpretaciones esté seriamente fundamentada, pero aún así, al final lo que pesa es la conjugación de los factores. Hay pues que denunciar el antifaz de la derecha, pero sobre todo es fundamental contrarrestar su poderío mediático, y para ello no se me ocurre mejor manera que combinar las aportaciones con el trabajo de investigación con el de la difusión y el debate libre.
Nosotros tenemos otros dioses. Nuestro punto de mira ha de ser la defensa de la lucha legitima de la mayoría de la población, de los hombres y mujeres explotados y desposeídos de sus derechos, una lucha que en los años treinta y en el tardofranquismo tuvo como protagonista central el conjunto del movimiento obrero y popular. Dicho movimiento asociaba democracia y socialismo, la emancipación…Así pues, eran parte de un pueblo que jugaba en otro campo y aspiraba a otra historia.
También ahora aspiramos a otra historia, una historia que no se quede en manos de los expertos.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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