miércoles, mayo 16, 2012

Gringo viejo y la segunda muerte de Carlos Fuentes



Hubo un tiempo en el que leí a Carlos Fuentes (en “El País”) con cierta atención. Me parecía que decía cosas más o menos como las que uno pensaba, y lo hacía como pocos lo saben hacer. Luego acabó haciendo el juego de la fama, se mostró partidario de Clinton, y empezó a justificar lo injustificab
De aquella primera fase recuerdo trabajos suyos muy penetrantes. Por ejemplo en el que situaba todo el discurso sobre la violencia de la revolución rusa haciendo un erudito repaso de la extrema violencia de otras revoluciones ya “integradas” como la británica de los puritanos y el 1776 norteamericano. Eran trabajos como los que publicaba Gore Vidal, apabullantes. También gocé de algunas de sus ironías sobre su paisano Octavio Paz que había acabado fascinado por la “filosofía” mejor pagada por Wall Street.
No menos me congratuló que él también hubiera acabado enamorado de Jean Seberg y me leí Diana o la cazadora solitaria (Alfaguara, 1994), donde la Lillith de robert rossen aparece como Diana Soren. La relación, que llegó a ser intensamente emocional y erótica (a veces el lector se sorprenderá con la sinceridad del autor al hablar de "la infinita capacidad sexual de Diana" y de sí mismo, o sea el novelista se permitía fardar de lo que los demás únicamente soñaban). Hay en la novela mucho de Lillith en una Seberg rabiosamente independiente, y radical en su compromiso con causas que ya se consideraban entonces como perdidas como la de los Panteras Negras, de la “contracultura” o de los derechos humanos, y no precisamente en el sentido que le daban desde el Pentágono. Su Seberg era desconcertante y asumía sus traiciones: durante el rodaje de La leyenda de la ciudad sin nombre se enamoró de Clint Eastwood y vivió un romance con él; al volver al apartamento que compartía con Fuentes, colocó en el centro un retrato de Eastwood de vaquero en La muerte tenía un precio. El final resulta obviamente tormentoso, y don Carlos era muy macho pero al final se asusta. Con todo recuerdo unas declaraciones suyas en las que denunciaba la responsabilidad del FBI en su trágica muerte, por cierto no muy diferente a la de otra diosa auténtica como fue Romy Schneider.
También leí con mucho gusto Gringo viejo que relataba una historia ya conocía por la biografía de Richard O´Connor sobre Jack London. Se trata de la singular paradoja que opuso a este a Ambroce Bierce (Ohio, Estados Unidos, 24 de junio de 1842 – México después de diciembre de 1913), uno de los escritores más inclasificables de su tiempo y al que se podía definir de “anarquista tory”, que era como definió magistralmente Orwell al Jonatham Swift, el autor de Una modesta proposición. Sucedió que, paradójicamente, en el curso de la revolución mexicana, Jack London que había escrito El mexicano como una contribución a la recogida de fondos solidarios, que había escrito numerosos artículos a favor de los insurrectos, cuando llegó la hora de la verdad y marchó a México como corresponsal, al final acabó regresando malhumorado, y rengando de los revolucionarios en concreto. Bierce hizo justo lo contrario, despotricó contra la revolución, satirizó a los revolucionarios que la jaleaban desde los estados Unidos, y sin embargo… (1)
Sin embargo, fuese por su mal rollo conyugal, fuese por aburrimiento del día a día, siente que todavía le quedan ganas por recuperar aquel entusiasmo que le acompañó en sus aventuras juveniles, y en octubre de 1913, ya septuagenario, partió, primero para recorrer los viejos campos de batalla de la Guerra Civil, y luego (diciembre) cruzar El Paso hacia México y se incorpora a la revolución como periodista que cobra al igual que Jack London, del trust periodístico de Citizen Hearts, pero no escribió ni una sola línea. Antes de partir con rumbo a México, en una carta fechada el 1 de octubre de 1913, escribió a una de sus familiares en Washington: «Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirme en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una manera muy buena de salir de esta vida. Supera a la ancianidad, a la enfermedad, o a la caída por las escaleras de la bodega. Ser un gringo en México. ¡Ah, eso sí es eutanasia!». No se sabe muchas cosas más. La Enciclopedia Británica aventura que pudo ser asesinado en el sitio de Ojinaga (enero de 1914), y ciertamente, un documento de la época consigna la muerte en esta batalla de «un gringo viejo». La fecha generalmente aceptada de su muerte es 1914. La tradición oral de la villa de Sierra Mojada (Coahuila), documentada por el sacerdote Jaime Lienert, atestigua que Bierce fue ejecutado por fusilamiento en el cementerio del pueblo. Estamos pues ante una historia apasionante a que Carlos fuentes, un novelista imaginativo pudiera recrear lo que pudo ser en consonancia con lo fue el personaje y en el marco de lo fue la revolución.
Gringo viejo refleja la tensión con que viven los mexicanos la relación entre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos. Parece evidente que Fuentes quiso demostrar que los destinos no pueden analizarse solamente desde una perspectiva política. Plantea contrapuntos: amor-violencia, vida-muerte, el traspaso de los límites de nuestras propias fronteras internas, de lo individual a lo colectivo, de lo político a lo afectivo, de la realidad a la ficción. El mudo central gira alrededor de las vicisitudes del México revolucionario con sus diferentes manifestaciones de terror y su profundo sentir popular hasta llegar a la degeneración, fruto del compromiso final con el sistema capitalista que acabó imponiendo la rapacidad y la corrupción, sobre todo después del gobierno de Lázaro Cárdenas.
Fuentes describe la revolución a través de los ojos de aquel norteamericano irrepetible "Los gringos se pasan la vida cruzando fronteras, las suyas y las ajenas", dijo el coronel Frutos García. Pero, este gringo había cruzado el Río Grande porque ya no tenía fronteras que cruzar en su propio país. "Hay una frontera que sólo nos atrevemos a cruzar de noche: la frontera de nuestras diferencias con los demás, de nuestros combates con nosotros mismos", había dicho el gringo viejo. Alto, flaco, de pelo blanco, ojos azules, tez rosada y unas arrugas como surcos de maizal, allí estaba el hombre que venía a morir violentamente a manos de otros, porque lo prefería así, antes que morir de decrepitud o por sus propios medios, como lo habían hecho sus hijos. Quería ser un cadáver bien parecido, y la tropa revolucionaria lo recordará oliendo a colonia, piel rasurada: su última vanidad o el ansia de cumplir el último sueño americano. Con su Colt 44 demostró que aún quedaban restos del que fue general en el noveno regimiento de voluntarios en la guerra civil USA, y el general Arroyo no tuvo más remedio que aceptarlo en su tropa. En el vagón privado del general Arroyo, el gringo superó con la paciencia de sus antepasados protestantes su arrogancia, al tiempo que frenaba un sentimiento: el afecto paternal que le inspiraba".
“Old Gringo” conoció una aceptable adaptación cinematográfica en 1989 producida por Jane Fonda que todavía por entonces mantenía su convicciones de rebelde, y que trataba de con ello de ofrecer una defensa de otra revolución tan noble y auténtica como la mexicana, la revolución sandinista de nicaragüense que por entonces trataba de ahogar el Imperio a través de la vieja táctica de la “contra”. La película fue dirigida por el argentino Luis Puenzo, y se beneficiaba, entre otras cosas, de una vieja tradición, la “sudwestern” que había producido varias joyas, algunas tan notables como Los profesionales, de una magnífica fotografía, una música excelente, y de buen reparto. Fue además, una interpretación “testamentaria” de Gregory Peck. Fue un inolvidable Ambroce Bierce en una caracterización para los anales. Tan buena o mejor como la que habría hecho Burt Lancaster que fue el primer candidato, y que no pudo actuar porque las aseguradoras no se hacían cargo de que pudiese morir, como así fue. Claro, que Gregory tampoco tardó mucho más en cruzar la frontera.
Servidor ya había dejado de leer con asiduidad a Carlos Fuentes porque ya repetía cierto ABC neoliberal, cuando le llegó la noticia de la acusación efectuada por el incorruptible Tariq Ali efectuadas el 2 diciembre 2007 en Guadalajara, México. Tariq aseguró que Fuentes escribió la introducción de una biografía sobre el venezolano Gustavo Cisneros, empresario de la comunicación poseedor de una de las fortunas más acaudaladas de Sudamérica, en donde lo celebraba como símbolo de modernidad, mientras relegaba a Hugo Chávez al papel de caudillo del pasado. "Me resulta sorprendente, ¿cómo Fuentes puede escribir esto?", se preguntó Alí, para luego agregar: "cuando una persona escribe para defender a millonarios o multimillonarios, entonces sí me preocupo", una acusación que luego repetirá en su libro Piratas del Caribe (ed. Foca, Madrid, 2008). Tariq reconocía que Carlos Fuentes era un gran novelista, pero estas cosas ya no sorprenden a nadie. Lo que sí sorprende es que alguien venda su honor después de una trayectoria muy diferente. Como tantas veces, tendremos que diferenciar entre una primera y una segunda muerte.

--(1) He aquí tres citas de Ambroce Bierce que bien podrían ser adoptadas por el 15M:
--Si deseas que tus sueños se hagan realidad, ¡despierta!
--El elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros.
--La política es la conducción de los asuntos públicos para el provecho de los particulares.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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