lunes, mayo 07, 2012

Elecciones en Francia



François Hollande ganó a Nicolás Sarkozy en la segunda vuelta de las presidenciales

“La austeridad no puede ser más una fatalidad en Europa”, dijo Hollande, quien se impuso con el 51,67 por ciento de los votos frente al 48,33 que obtuvo su rival conservador. Su llegada al poder rompe la cúpula hegemónica europea Sarkozy-Merkel.

Por Eduardo Febbro
Desde París

Treinta y una rosas después y una frase que marca un rumbo: “La austeridad no puede ser más una fatalidad en Europa”. Tres décadas y un año más separan la victoria del socialista François Mitterrand para la presidencia de la República (mayo de 1981) del triunfo electoral obtenido ayer por François Hollande por 51,67 por ciento contra 48,33 por ciento de los votos. El modelo más refinado del antihéroe derrotó en las urnas a la versión más xenófoba y ultrajante del liberalismo europeo: Nicolas Sarkozy se quedó sin el gran sueño de revalidar su mandato al cabo de una década en el poder, en la cual sus cinco años de presidencia quedaron marcados por la panoplia de sus excesos, las promesas incumplidas, las reformas a medio camino, el desempleo, el desarme del Estado de Bienestar, el personalismo a ultranza, la arrogancia y la violencia racial con la que, de una u otra forma, trató a los extranjeros. Francia cerró anoche una fase y rescató del frondoso bosque liberal a la socialdemocracia europea. París tembló con los bocinazos y los gritos y cantos de alegría que cubrieron la Plaza de la Bastilla. “Sarkozy se acabó”, “La Francia Fuerte es la Francia de Izquierda”, gritaba anoche la populosa juventud que se había congregado en la sede parisiense del Partido Socialista, en la Rue Solferino. La gran mayoría de esos jóvenes sólo habían conocido de la acción política los gobiernos conservadores y la fulgurante agresividad de Sarkozy. Ahora amanecían ante una nueva perspectiva: “El cambio comienza ahora”, dijo el presidente electo en el primer discurso que pronunció desde Tulle (región de Corrèze, centro sur del país), la ciudad de la que fue intendente.
De la mano de un hombre discreto, sin la más lejana sombra de aparatosidad, que jamás ocupó un cargo ministerial y por quien, hace un año, ni sus más fieles partidarios apostaban como presidente de la República, el socialismo francés regresa al poder 24 años después de la última victoria de Mitterrand (1988). El triunfo de Hollande es el resultado de una construcción personal que se plasmó luego de haber pasado once años como primer secretario del PS y otros dos elaborando la plataforma con la que, el año pasado y en medio del marasmo provocado por la caída del ex director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn (el candidato socialista campeón de los sondeos), François Hollande salió de la nada. “¿Hollande? No, imposible, es un chiste”, decían sus opositores de la derecha y unos cuantos elefantes del Partido Socialista. El les ganó. Apenas electo, en 2007, Nicolas Sarkozy había pedido que al final de su mandato lo juzgaran por dos variables: la tasa de desempleo y la reducción de la pobreza. El juicio cayó en las urnas: hay un millón más de desempleados y varios millones de pobres. Hollande le pidió a la historia otro juicio, el de “dos compromisos mayores, la juventud y la justicia”. El presidente electo dijo anoche que cada una de sus “decisiones se fundará en dos criterios: ¿acaso es justo, es verdaderamente para la juventud?”. La victoria del socialista francés tiene además otra connotación: su llegada al poder rompe la cúpula hegemónica que regenteó Europa en los últimos años, conocida como Merkozy. La pareja compuesta por la canciller alemana Angela Merkel y el presidente Nicolas Sarkozy impuso a Europa una sola vía: la austeridad sin crecimiento como método y disciplina. Hasta que François Hollande llegó con su candidatura, no había otro camino fuera de los ajustes y la restricción del gasto. La vida era eso o la nada. Hollande fue el primer dirigente de la Unión Europea que plantó otra bandera y rechazó la biblia del rigor fiscal sin crecimiento. Y le valió la afrenta de un acuerdo secreto pactado entre Merkel; el primer ministro británico, David Cameron; el presidente del Consejo Italiano, Mario Monti, y el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, para no recibir a Hollande. Hace dos meses le cerraron la puerta. Ahora deberán colocar la alfombra roja.
El margen de la victoria de Hollande es más estrecho de lo que anunciaron los sondeos. Pero la estrechez no pone en tela de juicio el denso coletazo de la historia. La derecha francesa protagonizó durante la campaña electoral, en particular durante las dos últimas semanas, una alocada carrera hacia la ultraderecha: fronteras, inmigración, seguridad, violento discurso contra los medios y un montón de verborragias ultraderechistas ocuparon los largos discursos de Sarkozy. Hasta último momento, el presidente saliente defendió una Francia amenazada por el mundo, los intercambios comerciales desequilibrados, los flujos migratorios, los sindicalistas y los musulmanes. El concepto de “frontera” fue para Sarkozy el antídoto contra esa masa tóxica que era el resto del planeta. Anoche, en la alocución que pronunció una vez que se conocieron los resultados, Sarkozy dijo: “No logré convencer a una mayoría de franceses. Llevo la responsabilidad de la derrota”. La extrema derecha con la que tanto jugó lo espera en la primera emboscada para desmenuzar el partido UMP y convertirse en la fuerza dominante de la derecha. Los conservadores tienen dos enemigos en su camino: las elecciones legislativas del próximo 10 y 17 de junio y la ultraderecha del Frente Nacional. El enfoque moderado de Hollande quebró la contundente apuesta ultraderechista y populista del presidente. Con ella, Sarkozy pensó sepultar la impopularidad que lo perseguía (60 por ciento) y el evidente fracaso de su gestión. El susurro socialdemócrata del presidente electo tapó la furia liberal. Sarkozy perdió, como en toda disputa electoral, pero perdió sin honor.
Inmensa, colectiva, asombrosamente joven y liberadora, como una bocanada de un perfume renovador, como el fin de una pesadilla, bulliciosa y conmovedora hasta las tripas: la alegría que estalló anoche en toda Francia es indescriptible. Ahora mismo, cuando aún se siente el temblor de la historia que se traga lo que ya casi no está, la gente canta y baila en la Plaza de la Bastilla, corre por las calles con banderas francesas, botellas de champagne, retratos de François Hollande y rosas en la mano. Esta explosión colectiva tiene el nombre más humano que se conozca: la esperanza. Sarkozy deja un país agredido: “Demasiadas fracturas, demasiadas heridas, demasiados cortes han podido separar a nuestros conciudadanos. Se acabó. El primer deber de un presidente es unir”, dijo Hollande en su discurso. Sus palabras ya fueron plasmadas en el seno de la izquierda y ello lo condujo al sillón presidencial: unió a las corrientes socialistas, atrajo los votos ecologistas y, sobre todo, agrupó en torno de sí a la leal izquierda radical, liderada por Jean-Luc Mélenchon en el seno del Frente de Izquierda. François Hollande sacó de la caja fuerte a la Francia Histórica. Cuando Hollande terminó su discurso, una mujer que estaba en la Plaza de la Bastilla tenía los ojos llenos de lágrimas. Apenas podía hablar: “Cuando lo escucho –dijo–, tengo la impresión de volver a mi casa. Este es mi país”.

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