martes, febrero 19, 2013

La revancha de los idiotas. Cuando Vargas Llosa despreciaba a la izquierda desde el Olimpo neoliberal.




Allá por la mitad de los años noventa, se publicó el Manual del perfecto idiota sudamericano, firmado por Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa. Hoy nadie se acuerdo de esta “chulada”, ni Vargas Llosa se atreve a escupir sobre el pueblo trabajador.
Eran tiempos en los que parecía que únicamente tenías dos opciones, subir al carro de los vencedores desde la socialdemocracia “liberada”, o aguantar un chaparrón de menosprecio constante.
Es por eso que, al personal que ahora se impacienta por la lentitud de las respuestas, conviene recordarle la magnitud de las derrotas sufridas por los pueblos en las últimas décadas del siglo XX: descomposición de la “nomenklatura” de los países llamados socialistas con el consiguiente desprestigio del socialismo; proliferación de las llamadas “revoluciones de terciopelo”; cerco de la “contra” en Centroamérica y en las antiguas colonias portuguesas; desactivación e integración de las movilizaciones democráticas y sociales en Portugal, Grecia y España; derrota de las luchas obreras en Gran Bretaña; declive y readaptación de amplios sectores de los movimientos de liberación nacional de la importancia del ANC sudafricano con el apoyo de un partido comunista que avalaba las “reformas neoliberales”, etc, etc.
Venimos pues de fracasos estrepitosos. El sistema llamado “soviético” (aunque en realidad los soviet habían dejado de existir en el curso de la guerra civil), estaba tan desprestigiado que no hubo ni una huelga en su defensa. Por el contrario, la gente mostraba estar harta de tanta burocracia y cinismo. Será esta defección la que permitirá a la derecha internacional imponer el criterio de que ahora los “malos” eran los “totalitarismos”, inherente –se decía, se dice todavía- a cualquier utopía.
Este fracaso fue extensible al “movimiento comunista internacional” que sufrió un deterioro acelerado, siendo seguramente Italia el mayor ejemplo incluyendo la fallida tentativa de “Refundazione” de Fausto Bertinotti. Semejante deterioro acelerado ya lo habían padecido las formaciones maoístas, que tuvieron una relevancia considerable en los setenta, y que superaron el trauma de la caída de la llamada “banda de los cuatro” que había heredado el poder del “presidente Mao”, que no era lo que ellos decían, ni mucho menos.
La izquierda se vendió por un plato de lentejas. Asistimos a la patética reconversión de la socialdemocracia en socialiberalismo, amén de una degeneración acelerada (en una generación) de partidos verdes como el alemán, y que tan genuinamente encarna Daniel Cohn Bendit. Esta situación provocó obviamente graves problemas en la izquierda “testimonial” que se quedó como pez fuera del agua, de manera que el mapa político europeo e internacional llegará semejarse plenamente al norteamericano: bipartidismo que asume la política como parte de los negocios, y un sindicalismo a la americana, profesionalizado y en la UVI, pactando el más modesto calmante.
La historia había cambiado de base, pero no en el sentido que proclamaba Eugène Pottier en “La Internacional”. Se hacía evidente que las clases dominantes poseían una conciencia social mucho más desarrollada que los trabajadores, y también que los podían emplear las propuestas marxistas al revés, o sea en su propio beneficio.
Se puede afirmar que el Gran Dinero planeó su propia estrategia, y el desarrollo a través de su propia “internacional, en tanto que a los trabajadores solamente les quedaba la Cuarta internacional que apenas sí había logrado salir del agujero a la que le había condenado el estalinismo. La Internacional capitalista supo darle toda la importancia que merecía a la captación de una “intelligentzia” adicta.
De personajes del talante moral de Mario Vargas Llosa o Bernard-Henri Levy, y similares, comprometidos con la libertad del gran dinero, y con las causas del Imperio. Su papel fue la de actuar como intelectuales orgánicos. Serán ellos los que ocupen el lugar que antaño tuvieron intelectuales tan discrepantes y perturbadores como lo fueron en los años sesenta Jean-Paul Sartre o Bertrand Russell.
Dentro de esta programación, los artículos dominicales de Vargas Llosa en un diario “de izquierdas” como “El País”, jugaron su papel con un tono especialmente prepotente. Se trataba de presentar como alta cultura lo que se dictaba desde Wall Street. Los artículos del que había sido el autor de La muerte y los perros, glosaban a los perros de guardia del Dios Mercado. Eran como una proclamación ilustre de una apisonadora política contra la cual cualquier respuesta era condenada al ostracismo, a las cartas al director en el mejor de los casos. Mario Vargas Llosa se permitió por entonces mofarse, e incluso escupir contra toda las izquierdas más allá del área PRISA.
La línea general de sus posicionamientos fue siempre en la misma dirección, y lo hizo con el talento suficiente para demostrar alguna que otra actitud “propia” en temas en los que el sistema ya tenía sus propias controversias como las que separan a demócratas y a republicanos en los USA, a conservadores y laboristas en Gran Bretaña, o a peperos y felipistas en el Reino de las Españas. Aquí todo funcionaba menos los nacionalismos irredentos contra los que entraba por la vía de los desastres de ETA. Su discurso, repetido con toda la insistencia del que cumple una misión, se ensañó contra toda la izquierda sudamericana. El antiimperialismo pasó a ser una idiotez. El “antinorteamericanismo, el odio a los Estados Unidos”, era algo con lo que “comulgan por igual los nostálgicos de Franco y de Stalin y en el que el idiota de la Madre Patria es aún más tercermundista que, digamos, el hondureño o el guatemalteco, y casi casi, que el fundamentalista islámico” Esto se decía en una tribunal triunfal titulada “El idiota en la Madre Patria” (El País, 28-07-1996).
No era verdad aquello que roma no pagaba traidores, ni mucho menos. Los servicios al Imperio fueron debidamente cotizados, y Vargas Llosa fue recibiendo toda clase de premios y figurando en todos los carteles. Su arrollador éxito se convirtió en todo un ejemplo para aquellos intelectuales y artistas que querían ocupar los escenarios y ponerse al lado del sol que más calienta. Eran los signos de los tiempos, ya en 1987, el que había sido Federico Sánchez, a la sazón ministro de Cultura del gobierno de Felipe González, montó un congreso en Valencia en un singular “homenaje” al que el congregó en Valencia 50 años antes a los nombres más importantes de la cultura antifascista. Sus conclusiones empero ya no apuntaban contra las botas que aplastaban los pueblos, sino…contra Cuba.
Personajes como Vargas Llosa, Octavio Paz, Semprún, el último Castoriadis, Fernando Savater ahora más liberal que nadie, señalaron el camino: la democracia, esta democracia, la modelada por el Imperio, en contra de sus adversarios. En esta copla, Vargas Llosa podía escribir: “Estados Unidos tiene muchos defectos, desde luego, y yo los critico con frecuencia, pero con más ferocidad los critican los propios estadounidenses. A esta libertad y capacidad autocrítica debe su salud política y su aptitud para renovarse y ensayar, con más audacia que ninguna otra sociedad moderna, instituciones y políticas encaminadas a perfeccionar la cultura democrática. Por eso, en casi todos los grandes temas de actualidad -la promoción de la mujer, la protección del medio ambiente, el multiculturalismo, la profesionalización de las Fuerzas Armadas, los derechos civiles- Estados Unidos ha estado a la vanguardia de lo que -en este caso sí - debe llamarse el progresismo. Y, también, como sociedad permeable a la integración de sus minorías, que llegó a confiar la jefatura de sus Fuerzas Armadas a un negro nacido en Jamaica antes, de hacerlo a un inmigrante polaco, y su diplomacia a un judío centroeuropeo que habla inglés con acento alemán. Buena parte de la clase pensante española está ciega y sorda a estas evidencias, y sólo atenta a fenómenos como el de la delincuencia en las grandes ciudades, la marginación y drogadicción de amplios sectores de las minorías étnicas o la pena de muerte, que le permiten, magnificándolos, satanizar a Estados Unidos en bloque como el mal absoluto”.
En este mismo razonamiento, el artículos arremetía contra “la beatería estatista, curiosa aberración en un país donde el Estado- no hace más que demostrar a cada paso, a quien tenga ojos para ver y quiera usarlos que, empresa que monopoliza, la arruina, y función que administra, la burocratiza y estraga”, como lo hacía contra los que en España se atrevían todavía “oponerse a la privatización de un sector público ruinoso, que vampiriza las energías de los esquilmados contribuyentes, de la necesidad de proteger ciertas 'empresas estratégicas', como si, en caso de emergencia, no lo fueran todas y como si, por estar en, manos de burócratas y políticos en vez de técnicos y empresarios privados, una empresa defendiera mejor el honor nacional”.
En su combate contra los idiotas de turno, como aquellos que persistían en la “defensa del supuesto 'Estado de bienestar”, se imponía “decir la más obvia y estricta verdad (porque se quedaría-sin votos): que si no se recorta drásticamente ese 'Estado de bienestar', en un futuro no lejano España retrocederá en niveles de vida y condición del empleo a una circunstancia tercermundista”. La estrofa siguiente está dedicada al “subsidio, mala palabra en toda sociedad moderna, en España aún es buena, y, en el campo de la cultura, sacrosanta. Este es el argumento: si el Estado no los subsidia, desaparecerían la ópera, el ballet, el teatro, los buenos cineastas, y la bazofia de Hollywood se apoderaría del mercado mediático”. Los que lo defendían, no se percataban que “su razonamiento es antidemocrático y reaccionario hasta la médula, la suya la filosofía del despotismo ilustrado, y que una sociedad de veras libre debe tener el arte y la cultura que los ciudadanos quieran, no la que un puñado de burócratas elige por ellos con el dinero que abusivamente confisca 'al pueblo', aúllan que, si eso llegara a ocurrir, la cultura morirá, se norteamericanizará y la culta Madre Patria descenderá a la barbarie del país de Faulkner, O'Neil, Orson Welles, Gershwin, el Metropolitan, los cien premios Nobel y el MOMA”.
Este era entonces el discurso imperante, el mismo que siguen defendiendo la Espe, Díaz Merchán, Arturo Fernández, la CEOE, y demás. La diferencia es que ante todavía quedaba un grueso colchón de conquistas y derechos sociales. Ahora ya está claro, lo que Vargas Llosa y los listos de turno estaban predicando era la libertad del zorro en el gallinero. Igualmente lo hacían de una cultura de escaparate, la que ocupaba los bazares mediáticos mientras que por abajo se reproducía bajo nuevos formatos la vieja divisa de pan y circo. De todo esto se desprende una premisa: lo que ahora está sucediendo es la “revancha de los idiotas”. La ardua recomposición de la izquierda social y política desde la calle, pasando por encima de aquella izquierda mercantil y bien colocada que sigue ofreciendo más de lo mismo. Es el inicio de un rechazo de las consecuencias de aquellas victorias de las que personajes moralmente tan sórdidos como Vargas Llosa, fueron aclamados exponentes.
Se trata de un nuevo comenzar que trata de dejar atrás una derrota devastadora.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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