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jueves, febrero 21, 2013
Prólogo al libro “Terrorismo y civilización” de Carlos Tupac escrito por Ivan Marquez, del secretariado de las FARC
Boltxeliburuak ha publicado el libro de Carlos Tupac “Terrorismo y civilización”, un análisis de la función que el terrorismo ha desempañado en todas las sociedades y más en concreto en el sistema capitalista.A continuación el prólogo que un miembro del Secretariado de las FARC Iván Márquez.
Esta introducción no ha podido publicarse en la edición de Boltxe liburuak por razones evidentes, pero por su interés la publicamos aquí.
Prólogo
Sin duda es algo severa esta teoría, pero aun cuando sean alarmantes las consecuencias de la resistencia al poder, no es menos cierto que existe en la naturaleza del hombre social un derecho inalienable que legitima la insurrección…
Simón Bolívar
Terrorismo y civilización es una admirable construcción del pensamiento, un análisis magistral del terrorismo de Estado a través de la historia, de su evolución desde la esclavitud hasta su forma actual de leviatán sangriento, ávido de capital, depredador brutal de seres humanos y del planeta. Esta obra llega a los lectores, atrapada en una frenética paradoja que incita a la indignación: su autor, un pensador marxista que respira altruismo y humanidad, al menos en esta ocasión no podrá rubricarla con su nombre y apellido, porque el monstruo terrorista ha criminalizado el pensamiento insumiso y libertario.
Carlos Tupac es un nombre de guerra y de combate, un recurso de supervivencia en medio de un sistema capitalista senil y loco acosado por crisis sucesivas, de una civilización burguesa en decadencia, virulenta en su agonía, que no duda en matar o encarcelar todo pensamiento que abrace la utopía de dignificar al ser humano. Carlos Tupac es la imbricación potente de teoría liberadora y praxis guerrera enfrentando en la arena la injusticia secular de un sistema oprobioso; ese nombre somos todos los que luchamos por el cambio radical de la sociedad resistiéndonos al desarme ideológico. La violencia revolucionaria, la rebeldía frente a regímenes injustos, es un derecho universal irrenunciable, que no puede ser arrojado a la deflagración del olvido, y es al mismo tiempo una bofetada a cierta izquierda pusilánime, que por artificios sicológicos, mediáticos, se cree derrotada, y que atrincherada en su cobardía, duda de la capacidad de lucha de los pueblos; izquierda de discurso enajenado, incoherente, que a nombre de un pacifismo desmovilizador y criminal, condena la violencia «venga de donde viniere» -así, sin nombre y sin apellido, sin historia y sin contexto-, que casi siempre termina abrazada con el reformismo que apuntala al sistema. De manera pertinente nos recuerda el autor, que, en el preámbulo mismo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la ONU en 1948, se consagra y legitima el derecho a la rebelión. Bolívar, el Libertador, afincado en el contexto histórico de la Carta de Jamaica, plantea en El Correo del Orinoco, que:
«El hombre social puede conspirar contra toda ley positiva que tenga encorvada su cerviz, escudándose con la ley natural…»
«A fin de no embrollar la gramática de la razón, debe darse el nombre de insurrección a toda conjuración que tenga por objeto mejorar el hombre, la patria y el universo…»
«La insurrección se anuncia con el espíritu de paz, se resiste contra el despotismo porque éste destruye la paz, y no toma las armas sino para obligar a sus enemigos a la paz… Ha sido tal en esta parte el despotismo de muchos legisladores que a pesar de lo insensatos que eran sus códigos, han exigido, sin embargo, una obediencia ciega.»
Auto-conceptuados arbitrariamente para especular sobre lo justo y lo injusto y acostumbrados «a poner la ley en contradicción con la naturaleza» pretenden obligar a los pueblos «a divorciarse de su inteligencia para no verse forzados al sublime atentado de derribar el poder tiránico.»
«Cuando un código político no puede sostener la mirada de la razón, el poder que lo protege es un insulto hecho a la naturaleza humana, y si se corre el riesgo en derribarlo, a lo menos no es crimen hacerlo.»/ «Sin duda es algo severa esta teoría, pero aun cuando sean alarmantes las consecuencias de la resistencia al poder, no es menos cierto que existe en la naturaleza del hombre social un derecho inalienable que legitima la insurrección…»
«Es, pues, la insurrección por su naturaleza un acto legítimo: ella anuncia que si hay en un Estado un poder esencialmente perverso, el hombre-ciudadano sabrá buscar los medios de derribarlo.»/ «Bien sé que esta doctrina contraría todas las preocupaciones con que un centenar de ladrones coronados gobiernan la tierra…
«En una palabra, de todo lo que contraría a la magna carta de los derechos del hombre, que la naturaleza ha escrito en nuestros corazones con sus propias manos; alumbrar con la antorcha de la filosofía las opresiones de toda especie; convocar la fuerza pública para acabar con los tiranos bajo las ruinas de su propia grandeza: tal ha sido desde la infancia de las monarquías el destino de todos cuantos han nacido con su alma elevada y tal el verdadero título que tienen a ser llamados bienhechores de los hombres, todos los que así lo hacen».
También planteaba el Libertador Simón Bolívar que el pensamiento es el «primero y más inestimable don de la naturaleza. Ni aún la ley misma podrá jamás prohibirlo».
Todavía quedan por ahí virreyes trogloditas en el Estado español, nostálgicos de la inquisición, oponiéndose a la independencia de los pueblos que expoliaron durante siglos y sojuzgando pueblos como el vasco; que encarcelan por difundir el pensamiento alternativo o por el delito inexistente de entrevistar a líderes independentistas.
«No tengamos miedo a la libertad; no nos contentemos con la que otros conquistaron –nos dice Carlos Tupac-, luchemos para mejorarla y ampliarla». Bolívar junta las coincidencias, los anhelos de independencia, justicia y libertad de los componentes sociales del hemisferio, de indios, negros y criollos, y con ellos empuña la bandera de la Gran Nación de Repúblicas, de la conciencia de patria, de la soberanía del pueblo, de la independencia, de la dignidad humana, y comanda personalmente en los campos de batalla, como praxis congruente, la victoria de la esperanza. Es un imperativo retomar unidos estas sagradas banderas.
Están en confrontación un derecho universal con la irracionalidad de una civilización burguesa terrorista que pretende endilgarle su propia condición a la lucha justa de los pueblos por una nueva sociedad sin explotados. Tipificar como terrorismo el derecho a la rebelión es ir en contravía de normas admitidas por los mismos Estados en un momento de la historia. Independientemente de que haga parte de un cuerpo normativo es un derecho natural. Por encima de la legalidad predomina la legitimidad de la rebelión derivada de la justicia de sus actos.
Marx define al terrorismo como violencia opresora destinada a mantener la explotación, la alienación y la deshumanización.
La legalidad como ramal de la violencia del poder, como imposición de la clase dominante, nunca puede relevar la legitimidad basada en la justicia del empeño altruista que persigue el bien común.
El derecho tiene una filosofía, y ésta responde a intereses de clase. El revolucionario milita y combate en las huestes que enarbolan la oriflama de la justicia social y defiende los intereses de las mayorías. Ésa es la filosofía del revolucionario. Bolívar no tenía ley distinta a la de cumplir la voluntad pública.
Para Carlos Tupac los valores de la resistencia, de la lucha y de la revolución contra la injusticia, siempre serán valores universales.
No es de extrañar que en las primeras líneas de Terrorismo y civilización, se reseñe el hecho de que varias organizaciones, partidos, sindicatos, y personas individuales de Latinoamérica, y de Europa, trabajen colectivamente por instituir la fecha del 26 de marzo, que rememora la muerte del comandante guerrillero Manuel Marulanda Vélez, como día del derecho universal a la rebelión armada.
Ni en el ocaso de la civilización burguesa que hoy transcurre ante los ojos del mundo, podrá haber transición pacífica a un nuevo orden social de amplia democracia, sin explotación del hombre por el hombre, sin Estado. El denominado centro del mundo capitalista no se derrumbará solo. Hay que derribarlo. Ningún imperio ha caído sin el estallido múltiple de la inconformidad popular. Acorralado por la crisis el Estado imperial, escudado en la tecnología destructiva, la pedagogía del miedo, las ciencias sociales que lo recubren y la manipulación mediática, será mucho más agresivo y contumaz. No se resignará mansamente a abandonar sus privilegios; por ello los pueblos deben prepararse para atacarlo de manera resuelta con todos los medios a su alcance, hasta romper definitivamente las cadenas de la opresión.
Transitando la senda, la alameda trazada por el marxismo, podemos asegurar que la crítica de las armas debe acompañar hoy la guerra de las ideas. Conjugar la vía política, de la movilización de pueblos, con la vía armada (según la situación concreta), constituye una estrategia acertada, fundamental, que ningún revolucionario verdadero puede desechar en la construcción del ideal de nuevo poder, porque ella es garantía de victoria.
Oídos sordos al conformismo, al reformismo y al pacifismo descontextualizado aliados y orquestados con la manipulación mediática, si queremos edificar un nuevo mundo de justicia y humanidad. Ellos son el artificio de la opresión para propiciar el desarme ideológico, moral, y la defección en una contienda por la dignidad humana que nunca debe aflojar.
Esta lucha debe apoyarse en el marxismo, que no es un pensamiento petrificado. El marxista y científico de la economía, Jorge Beinstein, nos convoca a retomar el marxismo, pensamiento crítico enraizado en la rebeldía de los explotados, enemigo irreconciliable del conformismo; volver a Marx no para repetirlo sino para avanzar mucho más allá, adecuándolo al contexto histórico, a la realidad concreta. Tomar lo mejor del pensamiento revolucionario mundial para sumarlo a la concepción emancipadora autóctona, a nuestra experiencia histórica, a nuestras costumbres y visión liberadora para emplearlo como ariete demoledor en la construcción de la nueva sociedad, tal como en esta obra lo sugiere Carlos Tupac.
Terrorismo y civilización hace un recorrido muy completo por los hitos de la humanidad, los modos de producción, para constatar en los folios de la historia que la explotación del hombre por el hombre siempre se ha basado en el uso de la violencia y el terror, mostrando al mismo tiempo la profunda huella de la resistencia y la rebeldía de los pueblos frente a la subyugación, con sus victorias y fracasos, con paradigmas legendarios como el levantamiento de Espartaco -héroe de Marx-, o el aplastante levantamiento de los pueblos oprimidos por los asirios destruyendo con su violencia arrolladora y justa la ciudad de Nínive capital de aquel imperio de opresión; consagrando siempre, como un derecho inalienable, la violencia de los sometidos contra la violencia injusta de las clases dominantes.
El esplendor de los héroes libertarios, la epopeya de los pueblos en lucha por su dignidad, realmente debe ser algo más que un recuerdo histórico. Representan un ejemplo ético-moral y socio político válido para luchar contra la explotación de todos los modos de producción, contra el terrorismo patriarcal, asirio, esclavista, de la cruz y la inquisición, del capitalismo, porque nos aportan experiencias, insumos y pertrechos para la lucha actual.
Desde el marxismo Carlos Tupac, respaldado por una constelación de autores y fuentes, teoriza diáfanamente sobre la violencia justa e injusta, sobre la dialéctica entre fines y medios y en torno al debate del mal menor necesario desde su especificidad y sin perder de vista la totalidad y su contexto. Plantea sin adornos ni parábolas retóricas que quien quiere el fin, quiere los medios, y que la violencia revolucionaria, justa, asumida como un mal menor necesario, como un medio forzado, una vez logrado el objetivo, cesa, porque desaparecen las causas que justificarían su utilización a futuro. Previene contra el conformismo, la cobardía y el pacifismo a ultranza, y con Marx alerta sobre «los amigos hipócritas que aseguran estar de acuerdo con los principios, pero que dudan de la posibilidad de realizarlos, porque el mundo, pretendidamente no ha madurado aún para ellos; por esta razón desisten incluso de contribuir a su maduración, prefiriendo compartir en este valle de lágrimas la suerte común de todo lo malo».
El marxismo –afirma G. Mury- es una filosofía del hombre; pero del hombre combativo y no de la víctima dolorosa. Una filosofía del enfrentamiento, no de la resignación frente al sufrimiento propio y ajeno.
Sin lucha resuelta no es posible construir un mundo justo, humano y fraterno, con una nueva concepción de la naturaleza, que siembre en la conciencia que esta no es para dominarla ni destruirla.
A propósito, ¿No será que ha llegado el momento de dar un salto inequívoco y generalizado respecto de aquella concepción de un amplio sector marxista que mira la naturaleza dentro de la encorsetada acepción de objeto y medio universal de trabajo? La naturaleza es más que eso; no estamos fuera de ella. Somos naturaleza, y todo daño que se le inflija revertirá en contra de la vida misma. Nadie debe ser propietario ni siquiera transitorio de la tierra –dice Marx-, a lo sumo, su usufructuario. Con la tierra debe haber un vínculo de otro tipo derivado del proceso histórico de socialización que ha ido forjando el hombre. Suscitan estas reflexiones, los profundos planteamientos de Carlos Tupac en su presente obra.
La lucha por la alternativa anticapitalista es impostergable, y exige una batalla sin tregua y sin cuartel contra el reformismo, contra aquellos pensadores que ofician como sacerdotes del conformismo y la claudicación. Hay que desenmascarar a los agentes encubiertos del desarme ideológico al servicio de la explotación. La actual crisis de civilización, el hundimiento paulatino, indefectible, del centro del mundo capitalista, ha vuelto añicos su perorata sobre el fin de la historia, la difuminación del papel del Estado, la negación de la lucha de clases, la «bondad» del desarme de los pueblos… El Estado imperial que no veían o invisibilizaban a propósito, ahora toma desesperadamente las riendas para intentar un salvamento quimérico del sistema. Todos sabemos que después de los inocuos tratamientos de choque, de la inutilidad de la financierización, intentará restablecer el control a través de invasiones de rapiña y terrorismo exacerbado… Necesaria, muy necesaria la crítica de Carlos Tupac al postestructuralismo para resituar el papel del Estado como instrumento de clase y máquina de terror. Aterriza a los que se elevan con las fantasías de Foucault en cuanto al rol de los micropoderes y tritura con sus precisiones a quienes desde el estructuralismo y el post-modernismo desvanecen u ocultan la existencia del Estado para desactivar la lucha. Los pueblos del mundo, o luchan o perecen en la sumisión. Nada podrán perder fuera de sus propias cadenas. Los POST (modernismo, estructuralismo) el positivismo y el reformismo, están encontrando su sitio en el basural de la historia. Como efecto de la crisis sistémica han empezado a cerrar, por quiebra también, las lujosas boutiques de las ideologías de moda.
El sistema capitalista es un barco maltrecho y escorado avanzando hacia la tormenta, empujado por ráfagas sucesivas de crisis (financiera, energética, ambiental, alimentaria, del complejo militar industrial). Como afirma J. Beinstein, no se trata de un problema en la nave insignia de la flota; es que no hay más naves. No sobreaguarán otras en la periferia emergente. Es el centro del mundo el que se hunde. De nada servirá el tratamiento de choque de las inyecciones financieras; y la tabla de salvación -que se suponía sería la guerra colonial de Eurasia para apoderarse de los recursos energéticos del Caspio-, fracasó con el empantanamiento melancólico del complejo militar industrial en el teatro de Irak y Afganistán. Esa aventura militar devino en una gran derrota geopolítica para el imperio washingtoniano.
Las circunstancias son favorables para la lucha y la movilización de pueblos. El fin de la civilización burguesa no está a la vuelta de la esquina. La decadencia y agonía se insinúan prolongadas, pero ella depende de la resistencia y la lucha múltiple, generalizada, del mundo de los excluidos.
El imperio acumula la experiencia de la violencia terrorista de los modos de producción inscritos en la historia de la humanidad: el terrorismo asirio con su pedagogía del miedo y el terror calculado; el terrorismo torturador patriarcal-católico-feudal, fusionado por la inquisición, como lo reseña en detalle en Terrorismo y civilización, Carlos Tupac. «El capital vino al mundo chorreando sangre por todos los poros, desde los pies a la cabeza», afirma Marx. Se inauguró con la esclavitud de niños y la legislación sangrienta, estampó su violencia sorda en el contrato de trabajo, apoyó sus invasiones coloniales en apátridas colaboracionistas, se blindó con armas mortíferas, aplicó la ciencia al terror, refinó la tortura, redimensionó la pedagogía del miedo con sus desapariciones forzosas y la represión aleatoria, incrementó su flota y sus marines, desarrolló la sicotécnica, perfeccionó los ardides de la propaganda nazi, convirtió las ciencias sociales en su escudo, recurrió a la guerra cultural, utilizó el Estado como máquina de obediencia y disuasión, desarrolló la industria mediática de la manipulación… y creó, como dice Schulz, una estructura arcana clandestina de represión para ocultar el carácter criminal y terrorista del Estado imperial.
Un record de recursos y medios, aparentemente imbatible, pero atascado como su maquinaria del complejo militar industrial -ahora también energético-financiero- en Irak y Afganistán, donde la pedagogía de la resistencia y la rebelión de los pueblos se erige como paradigma heroico, liberador, para los pobres de la tierra. A pesar de la tecnología de punta, las guerras se ganan con soldados, y el problema es que los soldados yanquis ya no tienen motivación. No hay espacio para una transición tranquila. El capitalismo en decadencia será más agresivo, pero es más poderosa la fuerza ética-moral de un mundo unido resuelto a reventar cadenas en pos de su destino, el socialismo, que es libertad y dignidad.
Persuadido de ese poder moral, decía Bolívar con temeridad: «no tenemos más armas para hacer frente al enemigo que nuestros brazos, nuestros pechos, nuestros caballos y nuestras lanzas». Y venció con un ejército de pueblos en el campo de batalla.
Escribía Rosa Luxemburg, cuatro años antes de ser asesinada por los Freikorps: «El socialismo no caerá como maná del cielo, sólo se lo ganará en una larga cadena de poderosas luchas, de ellas depende el futuro de la cultura y la humanidad».
Terrorismo y civilización es un libro urgente y necesario para todos los insumisos y rebeldes del mundo. Nos dota de pertrechos poderosos para la guerra de las ideas contra la injusta y decadente civilización burguesa.
Iván Márquez
Integrante del Secretariado de las FARC
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