domingo, febrero 24, 2013

Fidel dio el impulso: “Palabras a los intelectuales”




En esta segunda entrega de la serie de notas mensuales respecto del proceso cultural cubano a partir de 1959, analizamos el emblemático texto de Fidel Castro “Palabras a los intelectuales”.

La crítica especializada coincide en proponer al propio Fidel Castro como aquel que, a través de sus hoy célebres “Palabras a los intelectuales”, logra establecer las bases de la discusión respecto del rol de los intelectuales en el proceso cubano y de una política cultural para la propia revolución.
El elemento disparador de aquel texto fue la denuncia de un caso de censura sobre el cortometraje de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal titulado PM. Si bien la película se emitió por televisión en toda la isla, la prohibición de su proyección en las salas cinematográficas motivó la crítica -y el temor- de una serie de artistas que veían en este acto el posible comienzo de una regimentación del hecho estético al estilo soviético.
Ante esto, la dirigencia cubana -comandada por el propio Fidel Castro, el Presidente Osvaldo Dorticós y el por entonces Ministro de Educación, Armando Hart- participó de tres reuniones colectivas con artistas y escritores en la Biblioteca Nacional de La Habana los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, con el fin de debatir la problemática cultural y la producción intelectual en Cuba.
“Palabras a los intelectuales” es el discurso de cierre de esas jornadas en donde los artistas cubanos plantearon opiniones, dudas, temores o críticas ante los dirigentes políticos de la revolución. Los ejes que recorren el texto son la defensa de la libertad y el pluralismo en la creación artística, la búsqueda de estrechar los vínculos entre los intelectuales y su comunidad, un llamado a evitar el dogmatismo y el sectarismo, el intento por inculcar la necesidad de la promoción del arte y la literatura entre las grandes masas de la población garantizando el pleno acceso del pueblo a los bienes y servicios culturales, la pretensión de mantener abierto a futuro el diálogo con los intelectuales y artistas locales, el respaldo a todo aquel que apoye el proceso en curso, haga lo que haga artísticamente, y a la vez, establecer la primacía de la revolución frente a cualquier problema particular concreto y, por lo tanto, el derecho del Estado revolucionario a fiscalizar la actividad artística o intelectual en un contexto de grave conflictividad política.
Cabe destacar que estos encuentros del gobierno con los intelectuales se desarrollaron sólo dos meses después de la invasión mercenaria de exiliados cubanos -dirigidos y armados por la CIA- en Playa Girón, de las últimas reformas que completaron la nacionalización de los resortes fundamentales de economía cubana y de la declaración oficial del carácter socialista del proceso en curso, hechos que profundizaron las transformaciones y los alcances de la revolución cubana, y a la vez unificaron a la inmensa mayoría de su pueblo bajo las mismas banderas de lucha, aunque también motivaron la huida de un grupo de profesionales y sectores medios y altos de la sociedad. Todo lo cual indica que en aquel entonces nos encontrábamos ante un nuevo pico en la radicalización del conflicto social en Cuba luego de los primeros momentos de la revolución, y ante una latente amenaza de ataques imperialistas contra la isla.
Mientras la riqueza social se repartía entre los miembros de la sociedad y el pueblo se abocaba a la defensa de los logros revolucionarios, mientras eran asiduas las caídas de bombas en la capital del país, el asesinato de milicianos, el surgimiento de guerrillas contrarrevolucionarias en el Escambray atacando al gobierno constituido, el autoexilio de sectores medios que dejaba a la construcción de la nueva sociedad sin los aportes de gran parte de aquellos técnicamente mejor formados para llevarla a cabo, ante las primeras insinuaciones de una posible regimentación cultural orientada por planteos sectarios y dogmáticos (que habían tenido un antecedente en el plano periodístico a inicios del mismo año 61 en Prensa Latina que motivó la renuncia de Jorge Ricardo Massetti a la agencia ante las presiones de un sector ligado al antiguo Partido Socialista Popular -PSP-, de corte stalinista), Fidel declara: “¿Quiere decir que vamos a decir aquí a la gente lo que tiene que escribir? No. Que cada cual escriba lo que quiera, y si lo que escribe no sirve, allá él. Si lo que pinta no sirve, allá él. Nosotros no le prohibimos a nadie que escriba sobre el tema que prefiera. Al contrario. Y que cada cual se exprese en la forma que estime pertinente y que exprese libremente la idea que desea expresar”.
Este pasaje ubica a la política de la revolución cubana en las antípodas de los postulados de los defensores del modelo cultural soviético -dentro y fuera de la isla- y crea las condiciones para un mayor desarrollo cultural y artístico en Cuba.
Es una propuesta orientada hacia el pluralismo en un momento en el que un pueblo entero se abocaba fundamentalmente a la defensa de su territorio liberado y en el que se trataban de establecer los parámetros generales de la revolución no sólo en términos estéticos, sino también políticos y económicos, en cuanto a la forma concreta que iba a adquirir la organización socialista de Cuba. Es decir, si Cuba iba a convertirse en una versión caribeña de la URSS o iba a intentar desandar un camino revolucionario propio, amparándose en sus tradiciones, teniendo en cuenta sus especificidades y retomando los planteos marxistas desde sus propias interpretaciones.
Para aquellos que venían de la sierra la discusión ya estaba saldada: Cuba iba a avanzar al socialismo de manera autónoma, Cuba era de los cubanos y la lucha por el socialismo era también la lucha por la liberación nacional. La revolución debía ampliar y defender las libertades de todo el pueblo, lo cual incluía al campo cultural.
Pero la posibilidad de cercenamiento de derechos, el avance en la regimentación no sólo del arte sino de la vida política y pública, la burocratización del Estado y la cristalización de una casta política eran amenazas reales, ya que las líneas internas del proceso revolucionario que se manifestaban abiertamente prosoviéticas parecían dirigirse hacia esa dirección.
Es por eso que Fidel sintetiza las ideas del gobierno con un llamado a la amplitud de la ideología revolucionaria cubana a través de la, a esta altura, repetida frase “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”, que no señala ningún tipo de cuestionamiento a forma estética alguna, da libertad al desarrollo artístico e intelectual y a toda clase de producción cultural, siempre y cuando no vaya en detrimento concreto de una revolución que estaba siendo asediada en ese preciso momento nada más y nada menos que desde los Estados Unidos.
Al respecto, Aurelio Alonso señala que así: “quedó plasmada, en una expresión sencilla, inequívoca, una postura que devendría paradigmática. Cimentada en un principio -tal vez sin precedente en la tradición socialista- que previniera, al mismo tiempo, los riesgos de dos dogmas extremos: de un lado, el de aplastar las libertades y, del otro, el de tolerarlas en detrimento, incluso, del proyecto revolucionario”.
Asimismo, en estas palabras de Fidel está en ciernes la constitución de un nuevo tipo de intelectual. Ante todo, el intelectual aquí no cumple el rol de escriba del dirigente político de turno. Su tarea no consta en traspolar a un lenguaje refinado las nociones del gobierno. No estamos ante un propagandista, ni un funcionario estatal, ni un burócrata de la tinta y el papel. El intelectual debe poseer autonomía para desarrollar creativamente su producción cultural, sea o no sea revolucionario.
Pero de las “Palabras a los intelectuales” se extrae también que la revolución no sólo admite, sino que reivindica y pretende producir intelectuales que se alejen de la noción de “especialistas” o “técnicos”, hegemónica en las sociedades occidentales modernas, cuyos saberes se limitan a los compartimentos estancos de una disciplina particular en detrimento de una comprensión de la totalidad en la que está inmerso su pensamiento y su acción práctica.
Dentro de la búsqueda por establecer nuevos parámetros éticos y morales en la sociedad -y nuevos patrones de conducta-, la revolución cubana procura y necesita intelectuales apegados a su comunidad e involucrados en su desarrollo socio-cultural. Fidel inicia con este discurso la pretensión de generar un nexo sólido entre intelectuales y pueblo, por eso es que también dedica gran parte del mismo a mencionar el proceso de alfabetización, la creación de escuelas artísticas en pleno campo y en distintas ciudades, la función estratégica de los instructores de arte y la labor que empezará a llevar adelante la Imprenta Nacional en lo que concierne a la edición y publicación de libros. En “Palabras a los intelectuales” se observa una búsqueda por sumar a los allí presentes al proceso de culturalización de las masas, más allá de sus prácticas artísticas concretas.
“Palabras a los intelectuales” otorga perspectivas generales a la producción estética, aún en situaciones de conmoción política, sin caer en dogmatismos, reglas o recetas. Se distancia así de cualquier tipo de autoritarismo o burocratización cultural; a la vez que pretende establecer las bases para un acercamiento cada vez más estrecho entre lo que era en ese entonces la “elite cultural” de Cuba -la minoría profesional y artística que se había quedado en la isla- y el pueblo que recién estaba comenzando a alfabetizarse. De lo que se trata, por lo tanto, es de generar políticas que establezcan un acercamiento paulatino entre ambos sectores que vaya aboliendo la separación entre el cerebro que piensa y la mano que trabaja.
Ese es el impulso que dio Fidel en esta problemática. Un impulso que generó un desarrollo cultural en la isla durante los años 60 con pocos precedentes a nivel mundial y junto al cual Guevara comenzará a preparar la arcilla del hombre nuevo en diversos escritos y que expresará de manera certera en “El socialismo y el hombre en Cuba”, texto al que nos referiremos en la próxima entrega.

Leonardo Candiano.

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