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miércoles, febrero 13, 2013
“Argentina es un país sin Estado”
Atilio Borón es uno de los observadores críticos más interesantes para analizar el presente político de América Latina. Pero el politólogo y sociólogo también nos permite indagar, a partir de una mirada marxista de la realidad, en lo que elige denominar como “el lado oscuro” del modelo kirchnerista, en las dificultades de la izquierda para caracterizar correctamente el presente y en la distancia existente entre el discurso y la realidad entre las fuerzas en pugna en la Argentina. Una entrevista para comprender mejor las contradicciones de un Estado en crisis.
–Revista Sudestada: ¿En qué elementos señalarías fortalezas y debilidades de la gestión kirchnerista?
– Atilio Borón: Un elemento fundamental fue la salida de la crisis económica de 2001-2002. Es decir, la recuperación de la economía a partir de 2003 y la expansión importante del empleo, sobre todo en esos años. Se habla de una cifra que ronda los 4 millones de nuevos puestos de trabajo, pero el dato significativo es que la mayoría se creó entre el final de 2002 y el 2005. Queda también la asignación universal, la cobertura previsional muy importante, una cierta recomposición salarial. Esos son los elementos fundamentales que hacen a la permanencia del kirchnerismo. Por supuesto, aquí hay que agregar la política de derechos humanos, sobre todo en su aplicación a los genocidas. Otros elementos serían la renovación de la Corte Suprema, que le dio un cierto viso de legitimidad al nuevo gobierno, más la expansión en la inversión en el sector educativo; todo un conjunto de elementos que abonan la tesis de que se superó la crisis, además de que la economía creció mucho durante gran parte de este período. Sumemos la reestatización de las AFJP, la de Aerolíneas –que es un negocio no muy claro porque no es del Estado argentino y la situación es muy vidriosa– y el tema de la compra de las acciones de Repsol, todo lo cual da una imagen de un gobierno que resolvió los graves problemas que tuvo la Argentina.
Pero es una imagen que hoy en día está seriamente cuestionada. Primero, porque se ha visto el lado oscuro de este modelo. Un modelo que no hay que profundizar sino cambiar, así de simple. Un modelo que supone expansión de la soja sin límite, del agronegocio utilizando sicarios para desalojar comunidades campesinas en el noroeste, un modelo que hace reventar la Cordillera de los Andes con la megaminería a cielo abierto, que precariza la relación laboral: cerca del 40% de los empleados públicos gana parte de su salario en negro.
Más allá del problema de orientación general, yo no creo en un “capitalismo serio”, como sí cree el gobierno de Cristina. Creo que el capitalismo es como es, serio o risueño, y en ese sentido este rumbo no me resulta para nada satisfactorio. Tenemos un panorama económico muy complicado por delante, un problema de inflación gravísimo. Y como no se reconoce la inflación, el problema es doblemente grave. Se hace un planteo absurdo al pensar que la inflación sólo se combate con políticas ortodoxas, lo cual es falso. Se puede tener una política anti inflacionaria sin caer en la doctrina neoliberal. ¿A favor de qué? A favor de la enorme concentración de la economía argentina: una economía en la que uno controla 500 empresas, y en realidad controla el 70% del Producto Bruto Interno. Tenés un tema energético que viene de arrastre hace muchos años y hubo una absoluta inacción –por no decir complicidad– con el saqueo que se produjo en este país; tenés un Estado que no obliga a las concesionarias a cumplir con los contratos de privatización, creciente malestar social y problemas todos los días en los ferrocarriles de pasajeros.
Y como marco, una crisis general del capitalismo que lejos de amainar, cada vez se profundiza más. A nivel informal, por ejemplo, en los pasillos del FMI los economistas pronostican off the record que la crisis recién va a empezar a ser revertida en 2018. En ese contexto, la Argentina tiene una agenda muy complicada por delante. ¿Cuál es el proyecto de desarrollo económico? No hay. Y hay un gobierno muy desarticulado que, al no tener una oficina central que planifique la gestión, comete errores muy fuertes, porque no hay coherencia entre los distintos ministerios. Errores como el de mandar la Fragata Libertad a Ghana, o el error elemental de decirle a Cristina que vaya a Harvard…
Argentina es un país sin Estado. Es una tesis fuerte, pero es real. Por ejemplo, no hay Estado porque las concesionarias hacen absolutamente lo que quieren sin ninguna clase de control por parte de las autoridades públicas, y pagando cifras cinco veces superiores a las de Europa por el mismo servicio. No hay nadie que te defienda. Tenés el Estado ausente en las carreteras concesionadas; están arrasando con toda la riqueza pesquera del Atlántico Sur. ¿Y por qué? Porque el Estado no tiene recursos para poder ofrecer garantías mínimas de funcionamiento a la flota de mar.
Este es el escenario general, con logros importantes pero también con enormes asignaturas pendientes que están conspirando seriamente contra la estabilidad del gobierno.
–RS: Tu idea de un Estado ausente se contrapone fuertemente con la imagen discursiva que se difunde desde el gobierno, de un Estado recuperado, presente, etc…
–AB: En pocos países hay tanta distancia entre el discurso y la realidad como en la Argentina de hoy. Es así: el discurso es el de un Estado presente, fuerte, actuante, pero cuando salís a la calle, te das cuenta de que no hay Estado. Y la razón no es mala voluntad, sino que es un país con un Estado fundido, que no tiene recursos porque existe un régimen tributario que capta ingresos en los sectores más pobres de la sociedad, mientras que los sectores más ricos no ponen ni un centavo. Un ejemplo: Cristina dijo que cambió 2 millones de dólares y los puso en un plazo fijo en pesos. Al cabo de un año, ella no va a pagar un centavo de impuesto a las ganancias. El sueldo de un enfermero o de un recolector de basura, que gana 8 mil pesos, sí paga impuesto a las ganancias. Con esa estructura de captación de ingresos no se puede sostener un Estado en serio. ¿Por qué? Porque durante diez años se fugaron dólares en una proporción fenomenal, y ahora no queda un mango. Un Estado sumamente debilitado, en un esquema económico super concentrado y extranjerizado. La economía de la Argentina es una de las extranjerizadas de América Latina, si no la más. Entonces no tenés muchos elementos tampoco como para hacer política.
–RS: Otro elemento discursivo muy fuerte desde el kirchnerismo es intentar igualar el modelo argentino al de otros procesos en marcha en América Latina. ¿Cuál es tu mirada?
–AB: América Latina tiene cuatro tipos de regímenes políticos. Un régimen revolucionario, estabilizado, consolidado, que es Cuba. Más allá de sus dificultades puntuales, es una revolución socialista consolidada, que ha producido algunos resultados notables y que ha resistido más de 53 años de bloqueo.
Después, tres gobiernos que constituyen una izquierda en la región: Venezuela, Bolivia y Ecuador. Son países que no solamente en la retórica, sino en la ejecución de algunas políticas estratégicas importantes, señalan un camino que va hacia la construcción de un socialismo de nuevo tipo. Un socialismo del siglo XXI, como yo le llamo: gran expansión del control social y político de sectores claves de la economía y procesos muy acelerados de redistribución. Por ejemplo, Venezuela es hoy uno de los países con mejores índices de igualdad social según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en medio de muchas dificultades también. A esos países podemos colocarlos en la antesala del socialismo, que es un proceso largo y complejo, sobre todo en esta parte del mundo, que es el patio trasero de Estados Unidos.
Por otro lado, un tercer grupo de países; lo que yo llamo el progresismo: Argentina, Brasil y Uruguay. Son aquellos que se encaminan hacia una modernización capitalista, no a la creación de un proyecto socialista. Hay una diferencia muy clara allí: por más que existan algunos acuerdos importantes donde van convergiendo ciertas fuerzas hasta un punto, luego va a haber una separación. Y tenés un cuarto grupo de países: el bloque más reaccionario de América Latina, incluyendo a México y a gran parte de Centroamérica, en manos de gobiernos de derecha radical y en algunos casos fascistas, y después toda la vertiente del Pacífico: Colombia, Perú y Chile. Esos son los países aliados incondicionales, peones de la política imperialista de Estados Unidos.
Entonces, gobiernos como el de la Argentina pueden avanzar con los del grupo socialista siglo XXI, pero son avances con algunas limitaciones. En algunos temas puntuales se ponen de acuerdo y no hay que menospreciar que Argentina, Venezuela y Brasil se unificaran para derrotar al ALCA, por ejemplo. Hay que evitar el simplismo de cierta izquierda dogmática que desestima estas diferencias, precisamente porque no hace política. Cuando hacés política tenés que moverte en una zona de grises, no de blancos y negros, donde estos proyectos en algunos planos pueden marchar juntos, pero no son modelos iguales. La prensa de derecha está atacando mucho con la comparación con Venezuela, incluso algún sector de la ultra izquierda, y hablan de que la Argentina se “chavizó”, pero eso no representa una descripción adecuada de lo que está ocurriendo. Basta un dato para confirmarlo: hoy el presupuesto nacional de Venezuela casi en un 59%, pasó a ser directamente administrado por los Consejos Comunales porque ha habido una transformación sustancial del Estado en dirección a una democratización y hay un empoderamiento de la población, un avance enormemente importante.
En la Argentina, lejos de eso, se produjo una concentración de los pocos recursos financieros del Estado en manos del Ejecutivo, así que no hay muchos puntos de contacto. Gobiernos de diferente signo político, pese a ello, pueden avanzar y eso es muy importante. En Del socialismo utópico al socialismo científico, Engels señala que a veces en política uno puede tener desacuerdos puntuales en una relación de fuerzas, pero tiene que tener la capacidad de mirar si el significado histórico no puede trascender ese desacuerdo y dar origen a un proceso de acumulación que potencialmente permita un nivel superior de evolución del proceso político. Es muy interesante el razonamiento, y creo que con relación al kirchnerismo se aplica bastante. Si bien el kirchnerismo tiene un proyecto económico que en el fondo es el “capitalismo serio”, por otro lado bate el parche del crecimiento con igualdad y en contra de las incursiones del imperialismo. Y de repente, eso puede transformarse en una fuerza que permita la superación de esta situación actual y poder establecer, desde un escalón superior, un proyecto sí efectivamente socialista. Es una expresión que aplicada al caso argentino no deja de ser significativa. Porque vos estás produciendo la fermentación de la conciencia política, que choca contra las limitaciones del modelo K. Pero este choque puede que no signifique volver al estado anterior, sino que puede producir un salto cualitativo en la conciencia de grandes sectores de la población. De repente, a partir de allí, tenés condiciones para hacer una política de izquierda mucho más profunda. Es decir, no es lo mismo un gobierno que predique la necesidad de la austeridad, de la disciplina fiscal y todas esas cosas, que uno que diga que lo importante es el crecimiento con equidad, porque hay gente que se va a tomar en serio eso y cuando llegue el momento va a exigir esa equidad. El discurso tiene sus trampas: sirve para engañar o manipular, pero tenés que tener cuidado porque mucha gente se lo puede tomar en serio, y el día de mañana se presenta por ventanilla a cobrar.
Revista Sudestada
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