China sigue creciendo a un no demasiado deshonroso 7 %. Y sin embargo, debido a la devaluación del yuan y la aguda caída en el mercado bursátil, en la mayoría de las capitales occidentales la narrativa cambió al Armagedón impuesto a un modelo económico que generó, durante años, un crecimiento que sextuplicó el PIB chino.
Pocos son conscientes de que Pekín, al mismo tiempo, está involucrado en una triple tarea titánica: cambiar su vector de crecimiento de exportaciones y masiva inversión a servicios: encarar el papel negativo y/o autosatisfecho de empresas de propiedad estatal y desinflar por lo menos tres burbujas –deuda, especulación inmobiliaria y el mercado bursátil– en el contexto de un virtual estancamiento global.
Y todo esto mientras no hay prácticamente ninguna cobertura occidental del impulso de integración del comercio eurasiático dirigido por China, que ayudará a consolidar finalmente el Reino del Medio como la mayor economía del mundo.
Y eso nos lleva a un crucial argumento secundario en el Gran Cuadro: Sudeste Asiático.
Dentro de cuatro meses se integrarán los 10 miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) a través de la Comunidad Económica ASEAN (AEC).
La AEC no es poca cosa. Estamos hablando de la integración económica de un mercado conjunto de 620 millones de personas y de un PIB colectivo de 2,5 billones (millones de millones) de dólares.
Por supuesto, sigue siendo una ASEAN bastante dividida. A grandes rasgos el Sudeste Asiático continental es más cercano a China mientras el Sudeste Asiático con borde marítimo es más antagónico, principalmente debido a la interferencia de EE.UU. que aviva el enfrentamiento. Tardará mucho antes de que haya un código de conducta del Mar del Sur de China, basado en reglas, firmado por todos los participantes.
No obstante, incluso si el Sudeste Asiático continental y marítimo presenta un cuadro bastante contrastado y su integración podría implicar más retórica que realidad –por lo menos a corto plazo– a Pekín no parece importarle la prolongación del juego. Después de todo, China está inextricablemente vinculada al Sudeste Asiático continental.
Consideremos Camboya, Laos, Myanmar y Tailandia. Se trata de un mercado colectivo de 150 millones de personas y un PIB de 500.000 millones de dólares. Si se incluye a estos cuatro en el contexto de la subregión del Gran Mekong, que incluye las provincias chinas de Guangxi y Yunnan, tenemos un mercado de 350 millones de personas con un PIB de más de 1 billón de dólares. La conclusión, tal como se ve desde Pekín, es inevitable: el Sudeste Asiático continental es el patio trasero del sur de China.
TPP vs. RCEP
El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) dirigido por EE.UU. es reconocido ampliamente en múltiples latitudes del ASEAN como un componente clave del “giro a Asia”.
Si la propia ASEAN está dividida, el TPP aumenta la división. Solo cuatro naciones de ASEAN –Brunei, Malasia, Singapur y Vietnam – están involucradas en negociaciones del TPP. Las otras seis prefieren la Asociación Económica Regional Integral (RCEP).
La RCEP es una ambiciosa idea que apunta a convertirse en el mayor acuerdo de libre comercio del mundo: el 46 % de la población global, con un PIB conjunto de 17 billones de dólares y un 40% del comercio mundial. La RCEP incluye las 10 naciones de ASEAN más China, Japón, Corea del Sur, India, Australia, y Nueva Zelanda. A diferencia del TPP, dirigido por EE.UU., la RCEP está dirigida por China.
Aunque existe un grado sustancial de voluntad política, será imposible que estas 16 naciones finalicen sus negociaciones en los próximos cuatro meses y que por lo tanto anuncien la RCEP simultáneamente con el comienzo de la AEC. Eso sería un inmenso impulso a la noción compartida de la “centralidad” de la ASEAN.
Problemas, problemas por doquier. Para comenzar, la seria disputa entre China y Japón por las islas Diaoyu/Senkaku. Y la riña en permanente desarrollo entre China/Vietnam/Filipinas en el Mar del Sur de China. Competencia y desconfianza son la norma. Muchas de esas naciones ven Australia como un caballo de Troya. Por lo tanto es poco probable que se logre consenso antes de 2017.
La idea de la RCEP nació en noviembre de 2012 en una cumbre de la ASEAN en Camboya. Hasta ahora ha habido nueve vueltas de negociaciones. Curiosamente la idea inicial provino de Japón, como un mecanismo para combinar la plétora de acuerdos bilaterales que la ASEAN ha cerrado con sus socios. Pero ahora China lleva la delantera.
Y como si la competencia entre TPP y RCEP no fuera bastante, todavía existe el Área de Libre Comercio de Asia-Pacífico (FTAAP). Fue introducida en la reunión de APEC en Pekín a fines del año pasado por –por supuesto– China, para seducir a naciones cuyo principal socio comercial es en todo caso China para que no sopesen nociones del TPP.
Joseph Purigannan, de Foreign Policy in Focus, ha resumido con acierto todo este frenesí: “Si conectamos todos estos desarrollos de 'megaFTAs' [Asociaciones de Libre Comercio], lo que vemos es en realidad la intensificación de lo que podemos llamar una lucha territorial entre los grandes protagonistas”. Por lo tanto, de nuevo, es una guerra por encargo entre China y EE.UU.
La gran industria farmacéutica manda
El TPP se presenta en EE.UU. como si apuntara al establecimiento de estándares comunes para casi la mitad de la economía mundial.
Y a pesar de todo el TPP –negociado en medio del máximo secreto por potentes grupos de presión si ningún escrutinio público en absoluto– es esencialmente la OTAN en el comercio (y un cercano compañero del TTIP, objetivo de la UE). El TPP ha sido desarrollado como el brazo económico/comercial del “giro hacia Asia” con dos sueños húmedos incorporados: excluir China y diluir la influencia de Japón. Y sobre todo, el TPP apunta a impedir que la mayor parte de Asia –y en su interior las naciones de ASEAN– llegue a algún acuerdo que no incluya a EE.UU.
La reacción de China es sutil, no frontal. Pekín apuesta en los hechos a la multiplicación de acuerdos, de RCEP a FTAA. El objetivo en última instancia es reducir la hegemonía del dólar estadounidense (no hay que olvidar: el TPP se basa en el dólar).
Incluso después de obtener el pasado mes la aprobación del Congreso de EE.UU. para un procedimiento de vía rápida que conduzca a un acuerdo, el presidente Obama y el todopoderoso lobby empresarial del TPP tienen muchas dificultades para convencer a los 12 –muy desiguales– socios del TPP.
Respecto a los medicamentos biológicos de última generación, por ejemplo, el TPP privilegia a la gran industria farmacéutica como Pfizer y Takeda de Japón. El TPP se opone a empresas de propiedad estatal –muy importantes en economías como Singapur, Malasia y Vietnam– en beneficio de competidores extranjeros que luchan por contratos gubernamentales.
El TPP quiere librarse del tratamiento preferencial de Malasia para los malayos étnicos en contratos de negocios, vivienda, educación y gubernamentales, un elemento básico del modelo de desarrollo de Malasia.
Utilizando el pretexto de reducir aranceles en la ropa “problemática” grandes corporaciones textiles estadounidenses como Unifil se proponen impedir que Vietnam venda ropa barata hecha en China en el mercado de EE.UU.
Y EE.UU. y Japón siguen teniendo serias discrepancias respecto a la agricultura y la industria del automóvil. Siguen debatiendo, por ejemplo, cuándo un vehículo tiene suficiente contenido local para considerarlo exento de derechos de aduana.
El primer ministro, el general Prayut Chan-ocha está convencido de que el TPP puede conducir Tailandia al éxito o a un fracaso total, con énfasis en “fracaso”. Es lo que dijo a un impresionante grupo de visitantes del Consejo Empresarial de EE.UU.-ASEAN.
Bangkok está aterrorizada ante la posibilidad de que sus leyes sobre medicinas patentadas –como sobre el derecho de producir medicamentos genéricos– sean reemplazadas por leyes de patente mega-restrictivas dictadas por los sospechosos habituales: la gran industria farmacéutica internacional.
Un cinturón, una ruta, un banco
A fin de cuentas, todo vuelve al ahora legendario I Tai I Lu (“Un cinturón, una ruta, un banco"), también conocido como la estrategia de las Nueva(s) Ruta(s) de la Seda del presidente chino Xi Jinping, en la cual uno de los componentes clave es la exportación de todo tipo de tecnología conectiva a otras naciones de la ASEAN.
Todo comienza con el Fondo de la Ruta de la Seda por 40.000 millones de dólares anunciado a fines del año pasado. Pero otras formas de inversión para redes de infraestructura –carreteras, ferrocarriles, puertos– deberían tener lugar a través del Banco Asiático de Inversión de Infraestructura (AIIB).
Por lo tanto el AIIB también puede interpretarse como una extensión del modelo de exportación chino. La diferencia es que en lugar de exportar bienes y servicios China exportará experticia en infraestructura, así como su excesiva capacidad de producción interior.
Uno de estos proyectos es un ferrocarril de la provincia Yunnan a través de Laos y Tailandia a Malasia y Singapur e Indonesia (donde China ya compite con Japón por el contrato para construir el primer tren de alta velocidad de 160 km entre Yakarta y Bandung) estará a solo un pequeño viaje de distancia. China ha construido no menos de 17.000 km de ferrocarril de alta velocidad (un 55 % del total mundial) en solo 12 años.
Washington no está exactamente radiante ante las relaciones cada vez más estrechas entre Pekín y Bangkok. China, por su parte, querría que sus vínculos con Tailandia fueran el modelo para las relaciones con otras naciones de ASEAN.
De ahí la avidez de las empresas chinas por invertir en ASEAN utilizando Tailandia como su centro regional de inversión. Todo tiene que ver con la inversión en naciones con excelente potencial para convertirse en bases chinas de producción.
En el futuro inmediato la integración económica real es inevitable en el Sudeste Asiático continental. Ya es posible ir por la ruta de Myanmar a Vietnam. Y pronto por ferrocarril desde el sur de China a través de Laos al Golfo de Tailandia y a través de Myanmar al Océano Índico.
El mercado laboral está cada vez más integrado. Hay cinco millones de personas de Myanmar, Camboya y Laos que ya trabajan en Tailandia, la mayoría legalmente. El comercio a través de la frontera prospera, ya que las “fronteras” institucionalizadas no significan gran cosa en el Sudeste Asiático continental (tal como no significan gran cosa entre Afganistán y Pakistán, por ejemplo).
Sin embargo sigue siendo un juego muy abierto. Tiene que ver con la conectividad. Tiene que ver con cadenas globales de producción. Tiene que ver con reglas de comercio armonizadas. Pero sobre todo es una estrategia de inmensas inversiones, quién –EE.UU. o China– fijará en última instancia las reglas globales sobre comercio e inversión.
Pepe Escobar
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