Blog marxista destinado a la lucha por una nueva sociedad fraterna y solidaria, sin ningún tipo de opresión social o nacional. Integrante del Colectivo Avanzar por la Unidad del Pueblo de Argentina.
martes, julio 11, 2017
Declaraciones
Cientos de estadunidenses celebraron el Día de la Independencia en el memorial a Lincoln, en Washington DC.
El 4 de julio, Día de la Independencia de Estados Unidos, fue festejado igual que siempre, como un día de patriotismo comercializado sin gran consciencia de qué es o qué significa esa fecha, pero esta vez sí había una inquietud, una duda, y hasta angustia porque este país está al borde de anular los principios con que dice haber nacido en 1776.
No hubo grandes expresiones públicas de esto. En las calles algunos muy patrioteros se vistieron con los colores nacionales, algunos hechos de la bandera nacional (sin recordar que esto era como sacrilegio hace medio siglo, y que fueron los hippies y otros quienes en los años 60 se atrevieron a hacer esto como parte de su expresión de protesta). Comieron muchos; demasiados, hot dogs y hamburguesas (considerados los alimentos más gringos, pero que en verdad son, como casi todo lo demás menos lo indígena, regalos de inmigrantes, en este caso los alemanes). El día culminó con los tradicionales espectáculos de fuegos artificiales (regalo de los chinos), mientras se tocaba alguna mezcla rara de canciones patrióticas y rock light. Y, claro, el himno nacional, el cual –como señaló de manera brillante Laurie Anderson hace muchos años– es, tal vez, el único en el mundo que está lleno de interrogantes y dudas, empezando con su primer verso: “Oh, say can you see?” –¿puedes ver o no?... no se sabe.
Ese día, la National Public Radio (NPR), además de su tradicional lectura de la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776, decidió difundir el texto del documento histórico por fragmentos de 140 caracteres, o sea, 113 tuits consecutivos. Mientas ocurría, había respuestas cada vez más curiosas y hasta alarmantes en las redes. Esto se intensificó cuando se estaban tuiteando las secciones sobre las feroces críticas contra el rey Jorge III, de Gran Bretaña, por los insurgentes en las colonias, frases como ha obstruido la administración de justicia al rehusarse aprobación de leyes para establecer poderes judiciales; y otra como Un príncipe cuyo carácter es así, marcado por cada acto que podría definir un tirano, no es apto para ser el gobernante de un pueblo libre.
Un número sorprendente no sólo no podía identificar el texto que la NPR estaba transmitiendo, sino pensaba que eran críticas de Trump. Una respuesta fue: Propaganda. ¿Eso es todo lo que ustedes saben? Intenten apoyar a un hombre que desea hacer algo sobre la injusticia en este país. Otros acusaron a la NPR de ser medio liberal y no objetivo. Otro nada más respondió: Por favor, alto. Este no es el lugar indicado.
El fragmento famoso del documento histórico que afirma que si cualquier forma de gobierno busca destruir los derechos de igualdad y libertad de los hombres establecidos por la Declaración, es el derecho del pueblo alterar o abolirlo, e instituir nuevo gobierno, provocó respuestas como esta: “¡Ah!, entonces la NPR está llamando por una revolución. Manera interesante de condonar la violencia mientras intentan sonar ‘patrióticos’. Sus implicaciones están claras”.
En un sondeo reciente de NPR/PBS NewsHour/Marist Poll, casi uno de cada cuatro estadunidenses no sabía de cuál país se proclamó la independencia (algunos pensaban que era de México) y tres de cada 10 no sabían el año en que se declaró la independencia. Durante años se ha lamentado lo que expertos han llamado una crisis de conocimiento cívico en este país.
Ante lo que más bien es una crisis de conocimiento de historia, es menos sorprendente la ascendencia de la ignorancia, la descalificación de la ciencia y los hechos, la discriminación y xenofobia, la ofensiva contra los derechos y libertades civiles, y la violencia oficial a los niveles más altos del país. De hecho, la anulación y distorsión de la historia es una precondición para lograrlo.
La semana pasada algunos recordaron el gran discurso de Frederick Douglass, el ex esclavo, intelectual, periodista (su periódico, el North Star, fue el primero en condenar la guerra estadunidense contra Mexico en 1848) ¿Qué, para un esclavo, es el 4 de julio de ustedes?, preguntó a su público, convocado por un comité antiesclavitud en el estado de Nueva York en 1852. “Respondo: un día que le revela, más que cualquier otro día, la graves injusticias y crueldad a las cuales es víctima constante. Para él, la celebración de ustedes es una farsa; su elogiada libertad, una licencia nada sagrada; la grandeza nacional de ustedes, vanidad inflada…. sus denuncias de tiranos, impudencia decorada de bronce; sus gritos de libertad e igualdad, mofa hueca; las oraciones e himnos, sermones y acciones de gracias de ustedes, con todo el desfile religioso y solemne son, para él, pura altisonancia, fraude, engaño, impiedad e hipocresía –un velo delgado para encubrir los delitos que desgraciarían una nación de salvajes. No hay nación en el mundo culpable de prácticas más ofensivas y sangrientas que las del pueblo de Estados Unidos en esta misma hora”. (rbscp.lib.rochester.edu/2945).
Pero las palabras de un Douglass, mucho menos los mismos principios de la Declaración de Independencia, logran definir el presente por caer víctimas de la amnesia histórica en este país. Por eso la labor de rescatar la memoria colectiva –no sólo por historiadores, sino también escritores y artistas– es parte de la resistencia necesaria y urgente contra un proyecto político y económico que depende de anular la historia y, con ello, el futuro de un país.
Las acciones de protesta, ejerciendo y hasta citando los principios supuestamente sagrados de la Declaración de Independencia, siguen asustando a la clase política. Hay un despertar y nueva vitalidad en las artes –pintores, dramaturgos, actores, músicos, escritores– que están enfrentando de manera directa e incluso hasta peligrosamente armados con historias de este pueblo a lo que busca imponer la barbarie y llamarla orden y progreso. Con ello las declaraciones de luchas históricas se vuelven parte, otra vez, de la disputa por el futuro.
David Brooks
La Jornada
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