sábado, junio 30, 2018

A propósito de Kabul…



Niñas y madres esperan la entrega de mantas en Kabul

Steve Chapman, que escribió esta semana un artículo para el Chicago Tribune, definía el informe del gobierno estadounidense sobre la guerra en Afganistán como una “crónica de la inutilidad”. El informe del “Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán” dice que EE. UU. gastó enormes sumas “intentando conseguir avances rápidos” en la estabilización regional, aunque no consiguió más que “exacerbar los conflictos, favorecer la corrupción e impulsar el apoyo a los insurgentes”.
“En resumen”, dice Chapman, que el gobierno de EE. UU. “empeoró las cosas en vez de mejorarlas”.
Aunque, ciertamente, quienes sí han conseguido ganancias han sido los fabricantes de armas. De media, durante el primer año de Trump en el poder, el Pentágono arrojó 121 bombas al día sobre Afganistán. Se ha estimado que la cifra total de armas –misiles, bombas…- utilizadas durante el mes de mayo de este año en Afganistán, tanto por la aviación tripulada como no tripulada, es de alrededor de 2.339. Los especuladores de la guerra imponen terribles realidades y vanas perspectivas, pero los Voluntarios Afganos por la Paz (VAP) no han renunciado a mejorar su país. En recientes visitas a Kabul, hemos escuchado sus opiniones sobre cómo conseguir la paz en un país devastado económicamente, donde el empleo que proporcionan los diversos señores de la guerra, incluidos EE. UU. y los ejércitos afganos, es la única vía que tienen muchas familias para poner pan sobre la mesa. Hakim, que es el mentor de los VAP, nos asegura que una paz duradera debe implicar la creación de empleo e ingresos para que puedan tener esperanzas en crear una comunidad sostenible. Inspirados por los llamamientos a la autosuficiencia de Mohnadas Gandhi y el ejemplo de su aliado pastún, Badshah Khan, se resisten a la guerra fomentando la educación y creando cooperativas locales.
Miriam estudia en la “Escuela para los Niños de la Calle” de los VAP, que prepara a los niños trabajadores para que puedan escolarizarse y ayuda a que sus familias se mantengan a flote con raciones mensuales de arroz y aceite. Sentada junto a mí en el jardín del Centro sin Fronteras de los VAP, su madre viuda, Gul Bek, me relata las dificultades a que se enfrenta una madre sola con cinco hijos.
Cada mes realiza enormes esfuerzos para poder pagar el agua, el alquiler, la comida y el combustible. Hace algunos años, una compañía instaló una tubería de agua que llegó hasta su casa, pero cada mes un representante de la compañía llega para cobrarle entre 700-800 afganis (alrededor de 10 dólares) por el consumo de agua de la familia. Un hogar empobrecido –aunque se haya librado de los horrores de la guerra- no puede pagar fácilmente esa cantidad. Y Gul hace cuanto puede para poder conservar ese servicio. “¡No podemos estar sin agua!” dice Gul Bek. “La necesitamos para limpiar, cocinar, lavar”. Sabe bien lo importante que es la higiene, pero no se atreve a hacer otros usos que incrementen su presupuesto. Gul Bek teme que puedan echarla si no consigue pagar el alquiler. ¿Dónde iría entonces? ¿A un campo de refugiados en Kabul? Menea la cabeza. Le pregunté si reciben alguna ayuda del gobierno. “No tienen ni idea de cómo vivimos”, dijo. “Al inicio del Ramadán, ni siquiera teníamos pan. No había harina por ninguna parte”. Sus dos hijos mayores, de 19 y 14 años, están empezando a formarse como sastres y asisten al colegio a tiempo parcial. Le pregunto si está pensando en dejar que se incorporen al ejército o a la policía para que puedan ganar algo que se acerque más a un jornal. Pero ahí se mostró inflexible. Después de haber trabajado tan duro para sacar adelante a estos hijos, no quiere perderlos. No les permitirá llevar armas.
Cuando visitamos un campo de refugiados días más tarde, pude comprender su horror de mudarse a uno de ellos. Los campos están atestados, embarrados y son peligrosamente insalubres. A Haji Jul, un anciano del campo, se le confiaban las llaves de una sala de control de un pozo que dos ONG instalaron recientemente. Ese día, las válvulas no funcionaban. 200 de las 700 familias del campo dependen de ese pozo para obtener agua. Miré los rostros preocupados de las mujeres que habían estado esperando desde primera hora de la mañana para recoger agua. ¿Qué iban a hacer ahora? Haji Jul me dijo que la mayor parte de las familias proceden de zonas rurales. Huyeron de sus casas por la guerra o porque no disponían de agua. La machacada infraestructura de Kabul, que sigue esperando las reparaciones prometidas por EE. UU. desde que desencadenaron la guerra hace quince años, no puede sencillamente mantener a tantas personas.
Nuestros amigos de los VAP, conscientes de la necesidad de crear empleos para que la gente pueda tener ingresos, están haciendo un trabajo encomiable creando cooperativas. A primeros de junio se puso en marcha una cooperativa de calzado con dos jóvenes al frente, Hussein y Hosham, que habían recibido ya formación y han enseñado sus habilidades a Nurullah. A su tienda le han puesto de nombre “Única”. Y pronto se pondrá en funcionamiento una carpintería.
Los VAP agradecen a los numerosos cooperantes internacionales que, a lo largo de los últimos seis inviernos, han apoyado su “Proyecto Edredón” anual, que proporciona el tan necesitado abrigo a los residentes en Kabul que carecen de protección frente al duro clima invernal. El “Proyecto Edredón” ha donado mantas a unas 9.000 familias empobrecidas de Kabul y ha ofrecido ingresos en invierno a unas 360 costureras. No obstante, estas trabajadoras insisten en que, aunque aprecian ese proyecto estacional, necesitan disponer de ingresos durante todo el año.
Este año, los VAP están formando una cooperativa de costureras que fabricará ropa a lo largo de las cuatro estaciones y que irá destinada a la venta local de bajo coste; también distribuirá edredones.
EE. UU. despliega un poder masivo desde los cielos de Afganistán, lanzando infiernos de fuego cada vez más pavorosos. Su Zona de Seguridad y sus bases militares, dentro y cerca de Kabul, están drenando el nivel freático local mucho más rápidamente de lo que tardan en cavarse los pozos. No deja de causar odio y daño. Mientras tanto, puede sonar un poco a cliché, pero al imaginar un mundo mejor, nuestros jóvenes amigos están ayudando a construir uno. Con proyectos sostenibles para apoyar a los más necesitados, comparten la negativa de Gul Bek a cooperar con la guerra. Sus acciones, sencillas y pequeñas, fortalecen Kabul. Son compasivos y se dedican a potenciar a sus vecinos. Plantan todas las semillas que pueden para hacer crecer un bosque allí: utilizan, en lugar de desperdiciar, el poder que tienen. No destacan por el el logro titánico de haber forjado o arruinado un país, sino por la intención resuelta de detener el círculo vicioso de la guerra y resistir frente a las jerarquías crueles que intentan prevalecer. Nosotros, en Voices, nos sentimos agradecidos, junto a ellos, por la oportunidad de rechazar la desesperación. Al apoyar sus proyectos, podemos hacer reparaciones, por pequeñas que sean, ante la persistente inutilidad de la guerra.

Kathy Kelly
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Kathy Kelly (Kathy@vcnv.org) es la coordinadora de Voices for Creative Nonviolence (www.vcnv.org) y trabaja estrechamente con Afghan Youth Peace Volunteers . Es autora del libro “Other Lands Have Dreams”, publicado por CounterPunch/Aka Press.

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