domingo, junio 24, 2018

Los ecos presentes de la trata de negros



En la Biblia se dice que aunque tu olvides el pasado, el pasado no se olvida de ti. Del pasado regresan los ecos de la se considera su página más cruel, la de la trata de negros. Obviamente, los formatos han cambiado, pero en lo que respecta a la base de las desigualdades, el pasado sigue ahí. Es un hilo histórico que atraviesa la historia americana. La de los EEUU especialmente en un momento en el que la importante minoría negra se está moviendo ante una situación sobre la que hablan los hechos, algunos tan persistentes como la de los asesinatos policiacos de ciudadanos negros, eso por no hablar de las cárceles. Se le puede seguir la pista en las tramas supremacistas que amparan la base social de Trump. Pero también se le puede seguir la pista en Brasil, y por supuesto, en la Europa de las fronteras blindadas que repudia por igual refugiados de guerras interminables –en las que el Imperio sigue siendo el principal protagonista-, así como en la “invasión” de los jóvenes subsaharianos que tratan de cruzar el Estrecho en busca de un trabajo y una vida que allá se les niega, igualmente por gracia del Imperio que mantiene guerras y gobiernos corruptos, los estigmas del desarrollo desigual.
Historias que se reproducen en el caso de los negreros (indianos) catalanes que pintaron de blanco con obras y favores los beneficios de una trata de negros que el colonialismo español mantuvo, al menos hasta la derrota en la guerra de Cuba. Una guerra en la que la libertad de los esclavos fue un factor determinante, y ante la cual los negreros reaccionaron como suele hacerlo la patronal: clamando al cielo por lo que consideraban iba a ser la ruina económica del sistema. Un clamor en el que estuvieron acompañados por su “conciencia”, la Iglesia española en la que los abolicionistas de antaño se pueden contar con los dedos de una sola mano.
No se puede comprender el curso de la historia africana de ayer y hoy sin hacer constar la pérdida de población africana afectó la actividad económica de África tanto directa como indirectamente: la agresión esclavista estaba desarmando a los africanos en su lucha por enfrentar y dominar la naturaleza, que es un primer requisito del desarrollo. La violencia significó, paralela­mente, inseguridad. Las oportunidades que ofrecía la presencia de los mercaderes euro­peos de esclavos llegaron a constituir el mo­tivo principal de los enfrentamientos que en escala considerable tuvieron lugar entre dis­tintas comunidades africanas y aun en el in­terior de éstas. La violencia adoptó la forma sobre todo de ataques relámpago y secues­tros, y no tuvo propiamente el carácter de una guerra formal, hecho que justamente contri­buyó a alimentar el miedo y la incertidumbre en la vida diaria. En síntesis, puede establecerse que las con­secuencias de la trata para África son varias: demográficamente, supone la despoblación y la disminución del ritmo de crecimiento de am­plias regiones continentales; económicamente, la destrucción y paralización de actividades y la pérdida de fuerza y capacidad de trabajo socialmente, la inestabilidad e inseguridad perpetúa. Sobre las consecuencias de la trata para África, la opinión mayoritaria de los autores es que ésta constituye una de las causas funda­mentales de la decadencia y el atraso del con­tinente negro; trata que se encuentra vincula­da a otros factores igualmente negativos como son la enorme destrucción de sus rique­zas naturales, la esclavitud, las razias, la bar­barie de los negreros y el exterminio de los ne­gros.
No existe un acuerdo general sobre el número de personas esclavizadas a lo largo de la “trata de negros”. Mientras que unos autores consideran que se puede estimar entre 150 y 200 millones, otros lo reducen a 15 y 20 millones. La dificultad en establecer unas cifras más homogéneas radica en los ritmos y la densidad del tráfico. Al principio se pueden considerar débiles, sobre todo en relación a la época su más alto nivel, concretamente durante el siglo XVIII. Los datos existentes sobre la cuestión son fragmentarios. Un autor de mucha reputación, W. E. B. Du Bois, ofrece las siguientes cifras: un millón en el siglo XVI, tres en el XVII, siete en el XVIII y cuatro en el XIX, lo que hacen un total de 15 millones. Otro como La Ron­ciere baja a menos de un millón en el siglo XVI, 15 entre los siglos XVII y XVIII y cinco en el XIX, que suman algo más de 20 millones en total. A estas cifras hay que añadir que según la consideración de los autores, por un esciavo llegado a América, hay que contar además cinco muertos en África o durante la travesía, lo que aumenta la cifra total en torno a los 100 millones. A. Ducasse por su parte eleva la can­tidad a 150 millones. Pero al margen de estas diferencias, de lo que no existe ninguna duda es que las consecuencias de la trata fueron desastrosas desde el punto de vista socioeconómico.
Entre otras cosas paralizó el desarrollo de las fuerzas produc­tivas de África negra, especialmente por la enorme pérdida numérica de fuerza de tra­bajo y, sobre todo, por sus consecuencias económicas y políticas indirectas; durante todo el tiempo de la trata el continente negro ha vivido en una situación de inseguridad per­manente. Se acusa al comer­cio europeo de esclavos como un factor fun­damental del subdesarrollo africano. Fue Europa donde se concentraban los responsables financieros de los cargamentos de seres humanos fueran luego en­viados a mercados controlados por euro­peos, y lo que, ni que decir tiene, se realizaba exclusivamente en in­terés de la naciente acumulación capitalista europea, a los reyezuelos negros y a los jefezuelos árabes, los beneficios resultaban irrisorios. Los cuatro siglos del comercio afroeuropeo influyeron en un sentido determinante las raíces del subdesarrollo africano. El tráfico de esclavos y sus consecuencias en África dan la imagen general de destrucción que lo caracterizó, destrucción que fue una consecuencia lógica de la manera en que se obtenían los cautivos en África.
La pérdida masiva de la fuerza de trabajo adquiere contornos de mayor gravedad cuando se considera que ésta estaba compuesta por los hombres y mujeres jóve­nes más hábiles, y su desaparición conllevaba el empobrecimiento generalizado y, por supuesto, el terror. Hasta fechas relativamente recientes –conferencia de Duban del 2011- no se ha hablado abiertamente de una “reparación”, y se ha abierto un debate en el cual no han faltado las plumas irónicas que se atreven a preguntar “de quien”, y “para quién”, como si esto no se pudiese precisar.
Entre los historiadores que polemizan sobre las razones del abolicionismo, suelen oponer dos teorías: la primera sostiene que la abolición de la trata correspon­de al paso, en el mundo occidental, a una economía con nuevas estructuras, en la que producción esclavista y producción industrial son incompatibles, sufriendo los viejos modos de producción tradicionales un declive que debe conducirlos a su desaparición, de manera que sólo la evolución económica de los países negre­ros pusieron término a este tráfico; esta concepción reduce la fuerza del humanitarismo a sólo vagas manifestaciones de algunos individuos intelectualmente privilegiados, la abolición se sitúa en el marco del triunfo del capitalismo li­beral y de la libre competencia, el capital co­mercial.
Otra concepción rechaza la tesis del de­clive del sistema esclavista, para situar en primer plano la toma de conciencia humanitaria, primero individual y después colectiva, fundándose así en la adhesión y la participación activa de las clases populares y la opción pública. Recientes investigaciones diferencian entre el modelo británico (extensible a los Estados Unidos), señalan la existencia de una potente sensibilización popular está sóli­damente atestiguada por las numerosas peti­ciones con miles de firmas recogidas tras los sermones de los domingos; hay un carácter religioso que se une a la noción de abolición de la trata, el modelo francés en el que dicha toma de conciencia está fuertemente mediatizada por el proceso revolucionario del que es coetáneo a un caso prácticamente único es el de la Sociedad de Amigos de los Negros, cuyos fundamentos ideológicos están estrechamente inspirados por el activismo abolicionista británico y que la oposición esclavista y negrera acusado de estar a sueldo de Inglaterra, lo que e inexacto.
En el siglo XIX, todas las crisis revolucionarias francesas están impregnadas de una fuerte conciencia antiesclavista. Sobre la estrecha relación entre ideales revolucionarios y antiesclavismo resultan contundentes las palabras de Emilio Castelar: “Yo no disputaré sobre si el cristianismo abolió o no abolió la esclavitud. Yo diré solamente que llevamos diecinueve siglos de cristianismo, diecinueve siglos de predicar la libertad, la igualdad y la fraternidad evangélica, y todavía existen esclavos; y sólo existen, Señores Diputados, en los pueblos católicos; sólo existen en Brasil y en España. Yo sé más, Señores diputados; yo sé que apenas llevamos a un siglo de revolución, y en todos los pueblos revolucionarios, en Francia, en Inglaterra, en EE. UU., ya no hay esclavos. ¡Diecinueve siglos de cristianismo y aún hay esclavos en los pueblos católicos! iUn siglo de revolución, y no hay esclavos en los pueblos revolucionarios! (Emilio Castelar en las Cortes, 20 de junio de 1870…
Como suele ser habitual, todas estas cuestiones de una historia interminable suelen aparecer ajenas a las discusiones relacionadas con las crisis humanitarias ante las cuales el fascismo se suele disfrazar. Un fascismo que no asume los desfiles y los correajes de otros tiempos pero que persiste en base a criterios no menos despiadados. En una sociedad con una conciencia crítica, estas crisis serían un clamor, los ejemplos y los personajes –siniestros- aparecen normalizados en los diarios y en las televisiones…
Por eso habrá que seguir hablando de una historia que no cesa.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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