Amar en tiempos revueltos
No es fácil amar en tiempos revueltos, orientarse cuando todas las estructuras del mundo de ayer se agrietan ante el despunte de la multipolaridad. Ahí están, hechos unos zorros, el G-7, la Organización Mundial de Comercio, la OPEP, el Grupo de Cooperación de los países árabes del Golfo, la OTAN y la propia Unión Europea. Todos resquebrajados. Todo indica que hasta que no se creen nuevas estructuras internacionales acordes con las nuevas correlaciones de fuerza, vamos a tener turbulencias. Los conflictos están a la vista de todos y son preocupantes; coalición americano-saudí-israelí contra Irán en Oriente Medio; incidentes entre fuerzas aeronavales americanas y chinas en el Mar de China meridional y cosas parecidas en el militarizado frente del Este de la OTAN, en Ucrania, el Báltico y el Mar Negro, implicando a fuerzas rusas. En ese inquietante contexto, ¿qué demonios pinta el encuentro Trump-Kim Jong Un de esta semana en Singapur? ¿Distensión en un mar de crecientes tensiones?
Kim Jong Un acudió a Singapur gracias a su póliza de seguros nuclear. Su bomba y sus misiles son la garantía de que no le harán una operación de cambio de régimen como las de Irak, Libia y Siria, esta última solo como trágico intento. Es obvio que los norcoreanos no van a entregar su póliza a cambio de un collar de cuentas y un par de espejitos. Menos aún a un tipo como Trump, que ha violado el compromiso alcanzado por su país con Irán en 2015 en materia del programa nuclear civil. Pero Kim no pierde nada firmando con el errático Trump. Al contrario, gana prestigio y reconocimiento de la que ha sido su posición desde que perdió la protección del paraguas nuclear soviético en los noventa y optó por fabricarse uno propio: desnuclearización solo a cambio de garantías de seguridad para su país y su régimen, que nunca dejaron de estar amenazados por la bomba de EE.UU. desde los años cincuenta cuando las ciudades de Corea del Norte quedaron destruidas en un 80%.
Para Trump la prioridad es China: concentrarse en China como adversario principal. Obama ya comenzó con eso (en la época de Bush jr., Condoleezza Rice ya lo anunciaba) con su pivot to Asia, el despliegue en Asia sudoriental del grueso de la capacidad aeronaval de Estados Unidos. Pero sea como fuera, el asunto creó una fenomenal pelea interna en el establishment político-industrial-militar de Estados Unidos, donde muchos creen que el enemigo principal es Rusia.
Trump quiere repetir la jugada de Kissinger/Nixon de los setenta pero invirtiendo las piezas: si entonces fue ganarse a China contra la URSS, ahora se trataría de ganarse a Rusia contra China. Habrá que ver en qué queda eso, pero de momento está dando para una considerable histeria fomentada por los adversarios de este cambio de enemigo principal.
Hasta ahora la amenaza de Corea del Norte ha sido un recurso central para justificar el despliegue militar de Estados Unidos contra China en su región. ¿Quiere Trump cambiar la apuesta integrando a Corea del Norte en un esquema hostil contra China? En cualquier caso, los coreanos, del norte y del sur, aprovechan el cambio de música para practicar su propio juego en aras de una distensión intercoreana que un día u otro acabará con la reunificación de una de las naciones más antiguas del mundo.
Pretender que Kim baile el rock de Trump contra China obliga a recordar la habilidad con la que su padre y su abuelo torearon a chinos y soviéticos cuando se disputaban el favor de su país. Los coreanos del norte bailaron aquello a su manera manteniendo su independencia. ¿Cambiará eso ahora ante Estados Unidos? En 2007 ya hubo un acuerdo entre Washington y Pyongyang, arbitrado por China, que Obama rompió al exigir medidas de verificación adicionales.
Respecto a Trump, prepara otra cumbre sensacional, con Vladimir Putin, y seguramente en Viena. ¿Adónde conducirá todo esto? Seguramente a resquebrajar, aun más, todos los marcos y estructuras internacionales que la germinación multipolar y las enmiendas a la globalización actualmente en curso han convertido en caducos. ¿Quién se atreve a amar en tiempos revueltos?
Rafael Poch de Feliu
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