sábado, junio 30, 2018

Marx, ¡volvemos!


En el 200 aniversario de su nacimiento

En recuerdo de Paloma López Dema, la maestra que me animó a leer el Manifiesto hace 40 años

En el mes de febrero de 1848, un joven Karl Marx que cumpliría 30 años el 5 de mayo y que a pesar de su juventud ya era doctor en Filosofía y ya había publicado varios textos de carácter filosófico y económico y tenía una amplia trayectoria política e intelectual (había que tenido que abandonar su país de origen y fuera expulsado de París para instalarse en Bruselas), recibió el encargo, de manos de la Liga de los Comunistas, de redactar un texto que sirviese para la acción y la toma de conciencia del proletariado en un momento en que una ola revolucionaria empezaba a sacudir las principales ciudades europeas: París, Fráncfort, Viena, Milán, Praga… Ese texto, que redactó junto con Friedrich Engels, es el Manifiesto comunista.
En el Manifiesto, Marx y Engels sostienen que la estrategia a seguir, frente a todas las corrientes socialistas anteriores -que propugnaban la aniquilación de las máquinas o la fundación de comunidades utópicas al margen de la sociedad-, es la lucha, la conquista del Estado por la clase trabajadora. Los tiempos de la transformación del mundo de base habían llegado, el tiempo de la contemplación eran cosa del pasado, había dejado escrito en su undécima Tesis sobre Feuerbach en 1845.
Ahora bien, en el momento en que Marx concluye que el camino es la lucha, porque sin lucha no hay conquistas, se hace necesario identificar el objetivo de la lucha…, porque si se confunde el objetivo, se puede acabar sufriendo traumáticas derrotas. Por esa razón, a partir de ese momento, Marx comprometió todo su esfuerzo intelectual en averiguar el origen de la explotación. En este sentido, pues, Marx actúa como un científico, pero no un científico que habita en una torre de marfil, sino como un científico que quiere poner el conocimiento al servicio de la revolución y no de la opresión.
Es entonces, a partir de ese momento, cuando Marx comienza a analizar las causas económicas de la explotación. Ahí están, en ese sentido, algunos de sus trabajos de ese tiempo: Trabajo asalariado y capital (1849), Contribución a la crítica de la economía política (1859), Salario, precio y ganancia (1865) y, finalmente, El capital (1867), su principal contribución en esa búsqueda científica.
Efectivamente, en esos textos, que siguen siendo obras de combate destinadas a un público trabajador, Marx muestra un descubrimiento fundamental para la comprensión del mundo. Esto es, que en el salario, que el trabajador o la trabajadora percibe a cambio de su trabajo (entendido como mercancía, es decir, como fuerza de trabajo), durante la jornada laboral, se esconde un proceso de apropiación del valor excedente (plusvalía), producido por el trabajador o la trabajadora en el tiempo de trabajo suplementario, en tanto que tiempo que excede el tiempo necesario para producir el equivalente al valor del salario, ¡que es la condición que hace posible a explotación de clase capitalista! Ese es el principal descubrimiento de Marx: la apropiación de la plusvalía por el poseedor de los medios de producción.
Consecuentemente, para justificar esa tesis, Marx elaboró todo un ensayo coherente y lógico alrededor del capital(ismo) que nos permite comprender su estructura, génesis y desarrollo. En este sentido, gracias a Marx sabemos que el capitalismo tiende a la proletarización de todas las actividades productivas, a la pauperización de la clase trabajadora, a la concentración de la riqueza…, que para sobrevivir necesita que exista un ejército de desempleados…, que surge como consecuencia de un proceso de acumulación en el que juega un papel fundamental la desposesión de medios de producción por la clase trabajadora, la explotación de la naturaleza –fuente de toda riqueza, como recordaba en 1875 en su Crítica al programa de Gotha-, del esclavismo, de la colonización, del sometimiento de la mujer… No en vano, Marx recordaba que ‘el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza’. Además, al tiempo que descubre los mecanismos de la explotación, propone, por coherencia lógica, que el fin de la explotación sólo puede ser posible como resultado de la propiedad colectiva de los medios de producción y de la conquista del poder político por la clase trabajadora, esto es mediante la radicalización de la democracia socialista y el control obrero de la producción.
Ahora bien, a esa conclusión no sólo llega analizando la génesis y el desarrollo del capitalismo y su estructura, sino que es la expresión de sus luchas políticas, de su compromiso con la transformación de la realidad. Ahí están, como muestra de su compromiso con el movimiento obrero y la acción, su participación en la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores (1864), la I internacional, o su apoyo a la fundación del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán en 1869 y a su unificación en el año 1875 con los lasallistas para fundar el renovado Partido Socialista Obrero Alemán (refundado en 1890 como Partido Socialdemócrata Alemán). Ahí están, también, los textos de carácter histórico, que le sirven para identificar los aciertos y los errores de la estrategia del movimiento, entre los que destacan La lucha de clases en Francia (1850), que le sirve para extraer lecciones de los acontecimientos de París en 1848-1850, durante la proclamación de la II República; El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852), una prolongación texto anterior coa que pretende profundizar en el análisis del golpe de Estado de Napoleón en la jornada del 13 de junio de 1849; y el análisis de los sucesos relacionados con la Comuna de París (1871), que expuso en su texto La guerra civil en Francia (1871).
Marx, Moro, el eterno rebelde, como se definió en la traducción de la apasionante biografía que Paquita Armas Fonseca le dedicó al luchador de Tréveris (Laiovento, 1996), fue un revolucionario que pensó radicalmente, yendo a la raíz de las cosas. ¡Fue un hombre apasionado que, junto con su compañera Jenny, sus hijas Jenny, Laura y Eleanor y la pareja formada por Engels y Helene Demuth, supero situaciones de pobreza, enfermedad y ostracismo social luchando permanentemente a favor de un mundo mejor! Siendo esa pulsión vital lo que le llevó a construir una obra intelectual y política con coherencia y lógica, aunque también llena de contradicciones y paradojas, que no se puede releer cómo se fueran textos sagrados de una nueva religión, sino como lo que son: prosas de combate, experiencias de lucha, que nos ofrecen un extraordinario punto de partida para continuar lo que él comenzó: el análisis objetivo de la realidad, de la situación concreta, que haga posible la transformación del mundo, la construcción de otro mundo posible y el fin de la explotación.

Clases, géneros y naciones en la historia: una perspectiva materialista

La historia se construye con perspectiva de clase: las clases dominantes, las vencedoras del proceso histórico, construyen la historia como un discurso legitimador de su posición de clase; mientras, las clases subordinadas ven como sus luchas, sus experiencias, son olvidadas o tergiversadas por la clase dominante; lo decía el periodista y militante montonero Rodolfo Walsh con gran claridad: ‘Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas’. En este sentido, se puede afirmar que cada grupo social que figura en el discurso histórico como sujeto, lo es en la medida en que conquistó el derecho a la existencia política: el pueblo, las mujeres, las minorías, los indígenas…, tan sólo aparecieron en la historia en la medida que con su lucha conquistaron el derecho a la igualdad, que hizo visibilizar su existencia.
No obstante, frente a los discursos históricos de las clases dominantes, subyace la realidad histórica, que nos permite reconocer la existencia de grupos sociales que tienen una existencia objetiva, independiente de nuestra voluntad, aunque haya sido gracias a la lucha que llegamos a reconocer su existencia. Esas entidades objetivas, perfectamente reconocibles en la historia, son las clases, que se definen según sus miembros se apropien del trabajo excedente o lo produzcan; las naciones, que se construyen alrededor de identidades históricas y políticas; y los géneros, definidos en un contexto heteropatriarcal alrededor de la cuestión de la reproducción sexual. Ahora bien, en la medida en que en todas esas entidades de carácter social son identificables al menos dos grupos antagónicos (burguesía y proletariado, hombre y mujer, colono y colonizado…), se establece una relación de dominio-dependencia; no obstante, a pesar del discurso de las clases dominantes, esta situación de dependencia ni es eterna ni fruto de nuestra naturaleza: es fruto de la historia y tiene su origen en el proceso de producción de los alimentos por las sociedades postneolíticas y en la génesis de las desigualdades sociales. De hecho, la única razón que justifica que a lo largo de la historia los ‘nadie’ de Galeano fuesen, en diferentes momentos y lugares, conquistando su derecho a la existencia, es el hecho de que a pesar de todos los discursos ideológicos (sean de base histórica, teológica, filosófica o biológica), que pretenden legitimar las desigualdades, siempre, en todo momento y lugar, las víctimas de la explotación, las personas que sufrieron y sufren la explotación, se reconocieron y reconocen como iguales: esa, la conquista de la igualdad negada por los opresores, es la razón de la rebeldía y de nuestra esperanza en otro mundo posible.
Del mismo modo, aunque Marx no fue muy explícito en textos ecologistas, de la atenta lectura de su obra de manera coherente, se desprende un naturalismo ecologista evidente, una necesidad de preservar la naturaleza, no solo como fuente de riqueza, sino como ‘condición inalienable de existencia y reproducción de las generaciones humanas que se suceden unas a otras’, que redactó Engels a partir de unas notas de Marx en el III tomo del Capital.
En conclusión, la importancia de la obra de Marx, radica en que fue capaz de elaborar una potente herramienta analítica que, al permitirnos analizar la realidad objetivamente, nos muestra el camino para la transformación del mundo de base: la lucha de clases, sin perder la perspectiva de género, nacional y ecológica, porque Marx no pudo predecir las luchas del siglo XXI, pero sabía sobradamente que si no se acaba con la condición de existencia de la explotación (la apropiación del valor excedente), no se puede poner fin a la explotación: esa es la razón por la que centró su estudio en la producción del valor excedente, con todas sus consecuencias, de clase, de género, nacionales y ecológicas.

Alfredo Iglesias Diéguez

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