Detrás del ruido tiende a consolidarse el proyecto de saneamiento capitalista y afianzamiento del bloque burgués
Ocurre tras el vendaval de mayo: devaluación, retracción económica, disminución del consumo, caída del salario real, aumento del desempleo y la pobreza, actos, cortes de calles y paro de la CGT, cambio de ministros y rectificaciones de última hora. Gran confusión, temores y un saldo neto.
A la caída económica del último trimestre le seguirá más recesión con alta inflación en los próximos meses. El dólar llegó al precio necesario para gobierno y empresarios. Es probable que con diferentes recursos se logre remontar la actividad antes de fin de año. Diferentes consultoras avalan trascendidos del gobierno según el cual esperan un crecimiento de 1,5% para 2018. Para el año próximo la expectativa es de 1,8%. En paralelo se acentuará el ajuste fiscal. El salario real caerá. Crecerá el desempleo y el empleo de baja calidad; se avanzará en la racionalización del sector público.
Esto lleva a mayor conflictividad social y exigirá más contorsiones a las cúpulas sindicales y la pseudo oposición burguesa. Pero no debería dar lugar a confusión sobre realidad y dinámica de la relación de fuerza entre las clases.
Hacia fines de abril el capital financiero internacional promovió la detonación de la crisis a la que había alimentado por todos los medios. Ellos determinaron la corrida al dólar, articularon la furiosa campaña mediática, extremaron presiones externas e internas. En la base estuvo el aumento de tasas de interés en Estados Unidos, letal para una economía basada en el endeudamiento constante; además un factor local de carácter coyuntural: la combinación de inundaciones y sequías disminuyó abruptamente los ingresos por exportación cerealera. Y envolviéndolo todo, la comprobación de que los irreparables desequilibrios del sistema no se corrigen gradualmente y en calma social.
Con la totalidad de la iniciativa política en sus manos, el bloque burgués asimiló el impacto de estas y otras dificultades y las enderezó en perjuicio directo de las mayorías.
En medio del torbellino este sector dominante ganó espacio económico, poder político y afirmación estratégica. Para ello intervino el Fondo Monetario Internacional con un préstamo excepcional de 50 mil millones de dólares para consolidar –en menor plazo del previsto- el plan de saneamiento. También se recurrió al cambio de calificación del país de “fronterizo” a “emergente” (según las vacuas y arbitrarias categorías impuestas por manipuladores de oficio), lo cual debería redundar en mayor facilidad para el ingreso de capitales especulativos.
Al cabo de un mes de zozobra, todo se resume a un desplazamiento en las relaciones de fuerza en el conjunto granburgués, cambio de ritmo para aplicar las medidas de salvataje y drástica devaluación del peso (menos de 20 en enero, más de 28 a fines de junio).
Complemento indispensable
Al otro extremo y como parte del mismo juego, la Confederación General del Trabajo (CGT), decretó una huelga general para el 25 de junio. Decretar es el verbo correcto. No se trata de una convocatoria a los trabajadores. Mucho menos de un proceso de asambleas obreras y populares para decidir un plan de lucha y contraponerlo a la estrategia del capital. La mayoría de la cúpula cegetista está alineada con el frente amplio burgués constituido en torno al presidente Mauricio Macri. Hay disidencias internas con esa posición. Quienes las mantienen responden a intereses empresariales propios, a sectores subordinados y acorralados de la burguesía y a necesidad de autodefensa de sindicalistas a punto de ir a la cárcel por sus negocios ilegales. Todos convergen sin embargo en la huelga, destinada a obrar como válvula de escape: se reabre en pocas semanas la revisión de Paritaria y las cúpulas deben mantener el control.
A la “turbulencia cambiaria” le puso sal y pimienta el peronismo, al aprovechar la coyuntura para presentarse como reemplazo institucional de Cambiemos en las presidenciales de 2019. La CGT y otras siglas sindicales subieron al último vagón de esa misma ilusión. Espectáculo al margen, no hubo riesgo de “helicóptero” (la fuga de Macri como De la Rúa en 2001). Eso marginaliza aún más a las raleadas huestes de la ex presidente Cristina Fernández, lo cual no garantiza una reelección del actual elenco el año próximo, pero excluye el retorno al poder de la protoburguesía advenediza que exprimió su golpe de suerte entre 2003 y 2015. Hoy puede ponerse en duda la reelección automática de Macri, pero es posible excluir una victoria electoral de Fernández o alguien de los suyos. En cuanto al resto del peronismo, cualquiera de los innumerables nombres en fila para pedir el puesto de candidato presidencial deberá antes dar prueba de incondicional sumisión a la continuidad de la política actual. El frente amplio burgués consiste precisamente en esto: disputar con apariencia democrática el poder, sobre la base de un saneamiento indispensable para que el agonizante capitalismo argentino tenga un exangüe período de sobrevida.
De esto se desprende el dato principal de la coyuntura política argentina: los trabajadores, las juventudes, la masa popular urbana y rural explotada por el capitalismo, no están presentes en el escenario político; no tienen voz propia frente a la encrucijada definitiva de la nación. Reparar esa omisión es la gran tarea. El futuro dirá si los hombres y mujeres que pueblan la Argentina de hoy están hechos con el material necesario para cumplirla.
Luis Bilbao
@BilbaoL
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